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septiembre 2019

Dependencia emocional
Amor o dependencia emocional 650 650 Sandra Ribeiro

Amor o dependencia emocional

La dependencia emocional se ha tornado un problema muy frecuente en las consultas psicológicas.

¿Qué es la dependencia emocional?

La dependencia emocional puede ser comparada a otras adicciones. Por tanto, así como ocurre en otros tipos de adicciones, en la dependencia emocional también se dan mecanismos de refuerzo positivo que culminan en la dependencia psicológica, lo que causa una necesidad desproporcionada de algo, en este caso, del otro.

La dependencia emocional puede ser experimentada respecto a las personas que mantenemos una relación interpersonal como familiares y amigos, pero, fundamentalmente, se da respecto a la pareja. Es importante no confundir este tipo de dependencia con la necesidad de afecto que tenemos todos los seres humanos. La dependencia emocional se da cuando desarrollamos conductas patológicas, desproporcionadas y desadaptativas para conseguir el afecto de alguien.

Las relaciones basadas en la dependencia emocional se caracterizan por ser destructivas y están marcadas por excesiva entrega, angustia ante la separación, sentimiento extremo de anhelo del otro, necesidad de atención constante y de gestos de aprobación por parte del otro para reafirmar la relación.

Dependencia emocional

La dependencia emocional tiene un carácter puramente afectivo y no se puede explicar por otro tipo de dependencia como, por ejemplo, la dependencia económica. La persona de la que se depende es el objeto de una idealización en la que la persona idealizada está por encima de cualquier otra cosa o persona, incluso de uno mismo.

A pesar de que esta relación de dependencia suele generar sufrimiento y malestar, la persona dependiente trata de complacer constantemente al otro, sobreestimando sus cualidades e infraestimando las propias, aumentando así, la sensación de inferioridad y baja autoestima de sí mismo. Los deseos y las necesidades del otro están por encima de las propias, creando una relación donde existe una disfuncionalidad y asimetría en el rol de cada miembro de la pareja, así como un desequilibrio en la relación en sí. Así, el dependiente emocional suele ir abandonando poco a poco todas sus aficiones, amistades, familia y actividades de su vida diaria para poder pasar más tiempo junto a la otra persona.

Cuando este tipo de relación llega a su fin, la ruptura es vivida por la persona dependiente como algo verdaderamente catastrófico y que no lo puede soportar. Por tanto, busca de todas las maneras reanudar la relación. En el caso de que no tenga éxito, el dependiente centrará todos sus esfuerzos en encontrar a otra persona que cubra la necesidad desmesurada de estar siempre acompañado y calmar la sensación de soledad y abandono, estableciendo así, otro ciclo de dependencia afectiva, cambiando una adicción por otra.

Un primer paso para romper ese círculo vicioso es trabajar el amor propio. Cuando hablo en amor propio o amar hacia uno mismo, no estoy hablando del egoísmo de relacionarse con el otro manipulándolo para conseguir satisfacer sus propios deseos – en este caso estaríamos hablando de narcisismo, pero este tema sería para otro artículo –. El amor propio sería más bien ser responsable de que estemos bien, de que nos sintamos a gusto en nuestra propia compañía, de que no tengamos la necesidad de estar con otra persona, sino que deseamos estar acompañados y, sólo en este caso, poder compartir nuestra vida con el otro.

Es necesario conocernos, saber qué nos hace felices, qué nos angustia, respetar nuestro espacio y nuestros derechos, y también los del otro, en definitiva, tener un equilibrio de nuestras propias emociones, aceptarnos, cuidarnos y, sobre todo, querernos.

Si crees que no puedes hacerlo solo/a, estamos aquí para ayudarte.

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora Asociada del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

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El hambre emocional 650 650 Sandra Ribeiro

El hambre emocional

¿Por qué comemos más cuando estamos nerviosos, ansiosos o estresados?

Muchas veces confundimos el hambre física con el hambre emocional. Muchas veces compensamos nuestro malestar con la comida, es decir, hacemos grandes ingestas en función de nuestro estado de ánimo.

Claro que no es sano estar sin comer mucho tiempo: comer es una necesidad física y biológica. Sin embargo, existe un hambre que es de fondo emocional y que es muy fácil confundir con el hambre físico. El hambre emocional aparece a menudo en situaciones marcadas por el estrés, la ansiedad o el nerviosismo, y está situada en la mente.

Llamamos “Comedor Emocional” (CE) a la persona que ingiere una cantidad excesiva de alimentos según su estado emocional, principalmente, bajo las emociones negativas. Además de la preferencia por alimentos más calóricos, la sensación de hambre no se va a pesar de ingerir dichos alimentos y, muchas veces, aparecen la culpabilidad y la vergüenza por comer de forma excesiva. Esa sensación de hambre y la necesidad de realizar una ingesta excesiva de alimentos suelen acompañar a situaciones estresantes como un examen, una entrevista de trabajo u otra situación importante.

 ¿Por qué algunas personas bajo situaciones estresantes tienen la sensación de que se le “cierra el estómago” y pierden el apetito, mientras que en otras la ansiedad funciona como un desencadenante del hambre?

El hecho de que algunas personas pierdan el apetito cuando están ansiosas o nerviosas tiene una explicación fisiológica. Nuestro organismo percibe las emociones negativas como un riesgo o una amenaza a nuestro equilibrio físico o psicológico, lo que provoca una respuesta fisiológica que sería la liberación de glucosa en sangre, lo que, a su vez, suprime la sensación de hambre. Ya en el caso de que las emociones desencadenen el hambre, no hay un mecanismo fisiológico que lo explique, sino que comer en respuesta a determinados estados emocionales es una conducta socialmente aprendida y es algo que está muy arraigado en nuestra cultura.

La comida se tornó el centro de cualquier reunión social: “quedamos para comer/cenar y luego vemos”. Además, siempre tenemos una excusa para comer lo que queremos: un café para ayudarnos a despertar, chocolate para darnos energía, dulce porque estamos “deprimidos”, etc. Siempre nos mimamos a nosotros y a los demás con algún “caprichito” alimentario.

A todos nos ha pasado alguna vez dejarnos llevar y consumir alimentos en exceso, pero cuando esta conducta se realiza de forma habitual, sobre todo cuando no somos conscientes de ella, comer para calmar el hambre emocional puede afectar no solo al peso como al bienestar psicológico y a la salud en general.

Es muy importante que aprendamos a gestionar de forma correcta las emociones negativas provocadas por determinadas situaciones estresantes que, muchas veces, son situaciones que ocurren a menudo en nuestra vida diaria, y no recurrir a grandes ingestas para encontrar el bienestar emocional.

¿Cuáles son las posibles consecuencias del hambre emocional?

Entre las consecuencias físicas más importantes que podemos encontrar cuando recurrimos a este tipo de conducta, son el sobrepeso y la obesidad, y todo lo que conlleva: enfermedades cardiovasculares, respiratorias, diabetes, hipertensión, entre otras. Aunque no nos podemos olvidar que, con el hambre emocional, existe también la posibilidad de que suframos otros trastornos alimentarios como la anorexia, la bulimia o el trastorno por atracón.

Si utilizas la comida de forma compulsiva, como anestésico para gestionar las emociones negativas, y eso te produce más emociones negativas, entrando en una espiral, es hora de buscar ayuda de un profesional. Hay tratamientos y técnicas consolidadas que te pueden ayudar a salir de esta situación.

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Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora Asociada del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

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Adolescencia: el desarrollo de una identidad individual 650 650 Sandra Ribeiro

Adolescencia: el desarrollo de una identidad individual

La adolescencia es un periodo de cambios y transformaciones importantes tanto a nivel físico, como a nivel psicológico, relacional, afectivo e intelectual. La adolescencia es una etapa turbulenta por excelencia con grandes conflictos familiares, en la que la búsqueda de una identidad individual produce una ruptura con el mundo infantil y el inicio de una nueva forma de relacionarse con los padres.

Todos los individuos caminamos hacia el desarrollo de una identidad individual. Tenemos la necesidad de individuación de nuestras figuras de referencia. La individuación, según Carl Jung, consiste en que las personas tienen que reconocerse y distinguirse como individuo, principalmente de las figuras de referencia, que son la madre, el padre, el cuidador o cualquier individuo que haya tenido un gran peso en la crianza del niño. Es un proceso de construcción de la propia imagen e identidad y es considerado central en el proceso evolutivo.

¿En qué consiste el proceso de individuación?

Cuando hablamos de individuación no nos referimos a una separación física, sino a la percepción del propio espacio y a la conciencia del propio cuerpo y de la mente. El objetivo es llegar a la percepción de si mismo como un individuo único con una identidad autónoma y diferenciada.

En la infancia, los procesos de imitación e identificación son adaptativos y vitales, esenciales en la formación de la personalidad, pero ya en la adolescencia el niño busca diferenciarse de sus progenitores introduciendo elementos de distinción (criterios propios, estilo musical, actividades y eventos diferentes de los que solían disfrutar en familia) que, muchas veces, suponen la ruptura del vínculo familiar y, a menudo, son la causa de muchos conflictos paterno-filial existentes en esta etapa.

Identidad individual

Jung indica que este proceso no siempre se logra y lo plantea como una elección en la que algunos prefieren renunciar a tener una identidad propia para enmarcarse dentro de un rol que sea más aceptado socialmente. Cuando el proceso de individuación no es exitoso, el individuo no consigue la diferenciación necesaria para obtener una identidad autónoma y saludable, manteniendo una relación muchas veces dependiente y fusionada con el progenitor. Estos individuos expresan una representación de sí mismos mucho más parecida a la figura de referencia de lo que realmente es, sacrificando, así, los elementos distintivos que en la realidad existen. Es entonces cuando aparecen problemas como baja autoestima, falta de determinación, miedo al fracaso, ansiedad, depresión, entre otros.

En este sentido, consideramos que es de suma importancia que los padres conozcan y sean respetuosos con los ciclos evolutivos de sus hijos, ya que éstos pasarán por diferentes fases en sus vidas. Una de estas fases es la necesidad de imitar y ser parecidos a sus cuidadores primarios y, en el otro extremo, la necesidad de ser lo más diferentes posible, reconociéndose, así, como persona. Esto no quiere decir que cuando culmine la formación de su identidad, vayan a mantener todos los elementos distintivos que han probado a lo largo de las diferentes fases que han experimentado.

De todas maneras, es deseable que los padres no descuiden a los niños en el proceso de individuación, y que estén preparados para acompañarlos en este difícil camino que es la construcción de su propia identidad.

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