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diciembre 2024

¿Por qué no recuerdo mi infancia? El impacto del trauma en el cuerpo y en la vida adulta
¿Por qué no recuerdo mi infancia? El impacto del trauma en el cuerpo y en la vida adulta 800 800 Sandra Ribeiro

¿Por qué no recuerdo mi infancia? El impacto del trauma en el cuerpo y en la vida adulta

¿Te cuesta recordar tu infancia? ¿Sientes que algunos momentos importantes están cubiertos por una niebla? Tal vez alguien te cuenta anécdotas de cuando eras niño/a y te sorprendes de no recordarlas. Si es así, no estás solo/a.

Posibles causas

  •       ¿Has crecido en un entorno difícil, en un hogar disfuncional?
  •       ¿Tus padres o cuidadores tenían una relación conflictiva y/o de violencia?
  •       ¿Sentías que cada día era una lucha para seguir adelante?

 Si has pasado por algo parecido y no te acuerdas de tu infancia, no significa que haya algo «mal» en ti, sino que tu cuerpo y mente estaban enfocados en sobrevivir.

¿Por qué no recuerdo mi infancia?

Cuando crecemos en un ambiente lleno de conflictos, estrés o incluso violencia, nuestra mente prioriza protegernos. En vez de registrar recuerdos detallados, nuestro sistema nervioso se enfoca en mantenernos a salvo. Esto puede provocar que tengamos pocos recuerdos conscientes de esos años. En su lugar, el cuerpo retiene la memoria en forma de sensaciones, miedos o comportamientos.

Cuando vivimos en hogares caóticos, nuestro cerebro solo tiene espacio para enfocar en la supervivencia. De esta forma, no conseguimos recordar nuestra infancia porque estábamos bloqueados/as o disociados/as para protegernos y lidiar con el estrés.

El cuerpo no olvida

Aunque no recuerdes exactamente lo que pasó, tu cuerpo lo recuerda. Tal vez te asustas fácilmente, sientes ansiedad constante o tienes dificultad para confiar en las personas. Estas son señales de que tu sistema nervioso está alerta, porque alguna vez aprendió que el mundo no era un lugar seguro.

Cuando atravesamos experiencias difíciles en la infancia, especialmente en un hogar caótico o lleno de conflictos, nuestro cuerpo actúa como un refugio silencioso. Si bien nuestra mente puede bloquear o minimizar esos recuerdos para protegernos, nuestro cuerpo sigue llevando las huellas de esas vivencias, como un archivo que guarda todo lo que sentimos, pero no pudimos expresar.

¿Cómo guarda el cuerpo el trauma?

El trauma no solo vive en nuestra memoria; también se almacena en nuestro sistema nervioso, músculos y sensaciones corporales. Si creciste en un entorno donde te sentías inseguro o en peligro, tu sistema nervioso aprendió a estar en alerta constante. Esto puede manifestarse de muchas maneras:

  • Tensión muscular constante, como si estuvieras siempre «preparado para lo peor».
  • Sensación de vacío o desconexión, como si estuvieras separado de tus emociones y cuerpo.
  • Hipersensibilidad a ciertos ruidos, tonos de voz o situaciones que te recuerdan al pasado, incluso sin que seas consciente de ello.

Esto sucede porque, en su momento, tu cuerpo intentó protegerte. Cuando no había espacio para procesar lo que vivías, tu cuerpo asumió la tarea de guardar esas emociones no expresadas. El problema es que, si no se libera esa energía acumulada, el trauma sigue actuando en segundo plano, como una alarma que nunca se apaga.

El impacto del trauma en las relaciones en la vida adulta

El trauma que no se procesa no solo afecta cómo nos sentimos con nosotros/as mismos/as, sino también cómo nos relacionamos con los demás. Esto puede aparecer en forma de patrones que, aunque parecen inexplicables, tienen raíces profundas en las experiencias de la infancia:

  1. Dificultad para confiar en las personas: Si creciste en un entorno donde no te sentías seguro, es natural que, como adulto, te cueste creer que los demás puedan ofrecerte apoyo o cariño sincero. Esto puede llevarte a mantener distancia emocional o, por el contrario, a buscar constantemente pruebas de que los demás no te abandonarán.
  2. Miedo a los conflictos: Si los desacuerdos en tu hogar eran intensos o violentos, tu cuerpo puede asociar cualquier discusión con peligro. Esto puede hacer que evites confrontaciones o que te sientas extremadamente ansioso en situaciones de tensión.
  3. Ansiedad en las relaciones románticas: Las relaciones cercanas pueden activar recuerdos inconscientes de cómo te sentías con tus cuidadores. Tal vez temas ser rechazado o te sientas inseguro incluso cuando la relación es saludable. Este patrón puede sabotear relaciones importantes si no se aborda.
  4. Hipervigilancia emocional: Algunas personas se vuelven muy sensibles a los cambios en el tono de voz, las expresiones faciales o el estado de ánimo de los demás. Esto puede ser agotador y afectar la capacidad de relajarse y disfrutar de las interacciones.

La terapia como camino de sanación del trauma

La buena noticia es que, aunque el cuerpo guarda el trauma, también tiene la capacidad de liberarlo.

Sanar del trauma no es un proceso lineal ni inmediato, pero es posible. Muchas personas han logrado transformar su vida y sus relaciones al trabajar con sus emociones y las señales de su cuerpo.

El primer paso es entender que estas respuestas no son «fallos» tuyos, sino estrategias que tu cuerpo desarrolló para protegerte. A partir de ahí, la terapia puede ayudarte a:

  • Reconocer y liberar las tensiones acumuladas en tu cuerpo.
  • Identificar patrones en tus relaciones y entender su conexión con tu pasado.
  • Crear nuevas maneras de relacionarte contigo mismo/a y con los demás, desde un lugar de mayor calma y confianza.

En terapia, no necesitamos forzarte a recordar todo lo que viviste. El objetivo no es revivir el pasado, sino entender cómo esas experiencias están afectando tu vida hoy y ayudarte a encontrar alivio.

Aunque no puedas cambiar el pasado, puedes aprender a vivir con más calma y confianza en el presente. La terapia es un espacio donde no estás solo, donde tu historia importa y donde puedes empezar a sanar.

Si te identificas con lo que has leído, no tienes que enfrentar este camino solo/a. Si sientes que este puede ser tu momento para sanar, estamos aquí para acompañarte. En el Centro de Psicología Sandra Ribeiro, encontrarás psicólogas especializadas en trauma y un espacio seguro y acogedor donde podemos explorar juntos/as el camino hacia tu bienestar emocional y, poco a poco, puedes reencontrarte contigo mismo/a y construir relaciones más auténticas y saludables.

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

Rol de la hija perfecta
Demasiado madura para mi edad: El coste emocional de ser la hija perfecta. 800 800 Sandra Ribeiro

Demasiado madura para mi edad: El coste emocional de ser la hija perfecta.

La sociedad a menudo premia a las niñas y niños que parecen «maduros para su edad», sin detenerse a pensar en el coste emocional que esto implica. Ser «la hija que no dio problemas» puede parecer un logro, pero a menudo refleja una infancia en la que se ignoraron necesidades emocionales y límites personales. En este artículo quiero explorar contigo cómo ese rol ha afectado tu bienestar físico y emocional en la vida adulta.

El rol de la hija perfecta: ¿Cómo se forma?

En muchas familias, las dinámicas están marcadas por la necesidad de orden y estabilidad. Cuando hay conflictos, dificultades emocionales o circunstancias adversas, las niñas pueden ser inconscientemente empujadas a asumir roles adultos. Profundizar en el origen del rol de la «hija perfecta» es clave para comprender su impacto a lo largo de la vida. 

1. Expectativas familiares y roles asignados

  • El estabilizador emocional: La hija que media, calma tensiones y evita conflictos.
  • La fuente de orgullo: Se espera que siempre tenga buenos resultados académicos, una actitud impecable o una madurez excepcional para «compensar» problemas familiares.
  • El soporte del adulto: A veces, los padres transfieren preocupaciones o responsabilidades que no corresponden a los hijos.

2. Mensajes sutiles que refuerzan el rol

Desde pequeñas, estas niñas reciben mensajes explícitos e implícitos que las moldean:

  • «Eres tan madura para tu edad».
  • «Sabía que podía contar contigo».
  • «No como tu hermana/hermano, tú nunca das problemas».
  • «No llores, eso no es para tanto».
    Estos comentarios, aunque parezcan halagos o consejos bienintencionados, refuerzan la idea de que sus necesidades emocionales no son tan importantes como las de los demás.

3. Ignorar las emociones propias para priorizar las de los demás

Estas niñas aprenden que expresar emociones como tristeza, enojo o miedo puede generar más problemas en un entorno ya tenso. Por ello:

  • Desarrollan un hábito de autocensura emocional, aparentando fortaleza.
  • Adoptan una postura de hipervigilancia, siempre pendientes de cómo están los demás.
  • Reprimen necesidades naturales, como el juego, la curiosidad o la espontaneidad.

4. Dinámicas familiares comunes

El contexto familiar puede variar, pero hay patrones que tienden a repetirse:

  • Padres sobrecargados emocionalmente: Que delegan en sus hijos responsabilidades emocionales, incentivando que una hija adopte el papel de «hija perfecta» para mantener el equilibrio familiar.
  • Entornos conflictivos o inestables: Donde la hija intenta mantener la paz para evitar que las tensiones escalen.
  • Falta de validación emocional: Las emociones del niño se minimizan, se ignoran o se etiquetan como inconvenientes.

5. Influencia cultural y de género

Las expectativas sobre las niñas a menudo son diferentes a las de los niños:

  • A las niñas se les enseña a ser cuidadoras, empáticas y «fáciles de llevar».
  • Se premia el sacrificio y la responsabilidad temprana en detrimento de la diversión o la exploración de sus propios deseos.

6. ¿Por qué este rol es tan difícil de soltar?

  • Está profundamente arraigado en la identidad: ser la «hija perfecta» se convierte en sinónimo de valía personal.
  • Dejar de cumplir con estas expectativas puede generar culpa y miedo al rechazo.
  • Muchas de estas creencias no son cuestionadas hasta la adultez, cuando los costos emocionales y físicos empiezan a ser ineludibles.

El impacto en la vida adulta

  • Dificultad para descansar: Vivir siempre en estado de alerta puede hacer que relajarse se sienta como algo «prohibido».
  • Incapacidad para pedir ayuda: Sentir que las propias necesidades son una carga para los demás.
  • Control como mecanismo de defensa: Una búsqueda constante de controlar el entorno para sentirse segura.
  • Vivir desconectada de las emociones: Ignorar emociones durante años lleva a no reconocerlas ni expresarlas.
  • Normalizar el agotamiento: Vivir cansada, preocupada y estresada como el «estado natural».

Testimonios

La hija cuidadora

«Desde los 10 años sentí que era responsable de mi madre. Ella me contaba sus problemas con mi padre, y yo trataba de darle consejos o consolarla. Nunca se me ocurrió que eso no era algo que me correspondiera. Ahora, a mis 30 años, sigo sintiéndome responsable de resolver los problemas de todos, incluso cuando me agotan.»
— Ana, 31 años (nombre ficticio)

La hija responsable

«Siempre fui la que sacaba las mejores notas, la que organizaba la casa cuando mis padres trabajaban, la que cuidaba a mis hermanos. Me acostumbré tanto a ese rol que ahora, si no estoy haciendo algo productivo, siento que no tengo valor. Estoy trabajando en aprender a descansar sin culpa.»
— Laura, 28 años (nombre ficticio)

La hija en alerta constante

«Mi padre tenía un carácter muy fuerte, y yo hacía todo para que no se enfadara. Si había tensión en casa, me encerraba en mi cuarto, pero estaba siempre atenta a los ruidos y al tono de las voces. Ahora me doy cuenta de que vivo en alerta, incluso cuando todo está bien. Es como si mi cuerpo no supiera relajarse.»
— María, 35 años (nombre ficticio)

La hija madura antes de tiempo

«Mis padres siempre me decían: ‘Eres tan madura para tu edad’. Yo pensaba que eso era algo bueno, pero ahora entiendo que me forzaron a serlo porque no podían manejar sus propios problemas. Hoy, con 40 años, estoy aprendiendo a pedir ayuda y a dejar de ser la adulta en todas mis relaciones.»
— Sofía, 40 años (nombre ficticio)

Sanar desde la raíz: abrazar a tu niña interior

  • Reconocer el sufrimiento: Validar el dolor y la soledad que se vivieron en la infancia.
  • Reescribir la narrativa: Dejar de verse como «la fuerte» y permitirse ser vulnerable.
  • Aprender a pedir ayuda: Romper el mito de la autosuficiencia como sinónimo de éxito.
  • Crear espacios para el descanso: Ver el autocuidado como una prioridad, no un lujo.

Ejercicios para reconectar con tu niña interior

  1. Escribirle una carta: Hablar con tu niña interior, pedirle perdón y prometer cuidarla.
  2. Mindfulness: Practicar estar presente en el cuerpo, especialmente cuando surgen emociones difíciles.
  3. Terapia psicológica: Buscar apoyo profesional para trabajar patrones de comportamiento y creencias limitantes.
  4. Juegos y creatividad: Recuperar actividades que disfruten juntas (dibujar, bailar, jugar).

Ser «la hija perfecta» o «la hija que no dio problemas» no es una identidad fija, sino un rol que puede ser transformado. Abrazar a tu niña interior, validar su dolor y cuidarla es el primer paso para construir una vida más plena, conectada y auténtica. Si crees que no puedes realizar ese proceso sola, te podemos ayudar y acompañar a través de este camino hacia tu crecimiento emocional y personal.

Invitación a reflexionar: ¿Te identificas con alguno de los roles del artículo?

Es posible que, al leer este artículo, te hayas reconocido en algunas de las historias o sentimientos descritos. Este es un buen momento para detenerte y reflexionar sobre cómo este rol ha podido influir en tu vida.

 

La hija perfecta - Preguntas para reflexionar...

La hija perfecta - Preguntas para reflexionar...

DEMASIADO MADURA PARA MI EDAD: EL COSTE EMOCIONAL DE SER LA HIJA PERFECTA
Lee y contesta las siguientes preguntas. Si no quieres, no hace falta que nos las envíes. El objetivo de estas preguntas es para hacerte reflexionar.
1. Sobre tu infancia:
¿Qué mensajes recibiste de tus padres o cuidadores sobre tus emociones?
Cuéntanos lo que te acuerdes o cómo lo has vivido
¿Te sentías responsable de resolver problemas familiares o emocionales?
Cuéntanos lo que te acuerdes o cómo lo has vivido
¿Recuerdas haber reprimido tus necesidades para evitar conflictos o no "molestar"?
Cuéntanos lo que te acuerdes o cómo lo has vivido
2. Sobre tu vida adulta:
¿Te cuesta pedir ayuda o aceptar apoyo de los demás?
Cuéntanos lo que te acuerdes o cómo lo has vivido
¿Sientes culpa cuando intentas descansar o priorizarte a ti misma?
Cuéntanos lo que te acuerdes o cómo lo has vivido
¿Notas una tendencia a querer controlar todo a tu alrededor?
Cuéntanos lo que te acuerdes o cómo lo has vivido
3. Ejercicio práctico
Escribe una carta a tu niña interior (la niña interior es una representación simbólica de nuestra infancia)
Dedica unos minutos a escribirle a esa versión más joven de ti misma. Háblale desde la empatía, reconoce su esfuerzo y dile lo que necesitas que escuche. Aquí tienes un ejemplo: "Querida niña interior, sé cuánto te esforzaste por ser fuerte y resolverlo todo. Hoy quiero decirte que lo siento, que merecías descansar, jugar y expresar tus emociones. Ahora estoy aquí para cuidarte, y te prometo que no estás sola."
¿Quieres compartirnos tu historia para ayudar a otras personas? Recibirás un comentario de nuestra directora Sandra Ribeiro
No publicaremos tu historia (a menos que nos des el permiso explícitamente. Aunque nos des el permiso, no la publicaremos con nombre). ¿Te has sentido identificada con nuestro artículo? Te invito a compartir tu experiencia o reflexiones. No estás sola en este camino. Dar voz a tu historia puede ser el primer paso hacia la sanación.
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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

Niños pequeños que sufren abuso por parte de sus padres en el hogar
Hijos e hijas de la violencia de género: efectos en la salud mental y emocional en la vida adulta 800 800 Sandra Ribeiro

Hijos e hijas de la violencia de género: efectos en la salud mental y emocional en la vida adulta

La exposición a la violencia de género en el entorno familiar durante la infancia y la adolescencia tiene profundos efectos en la salud mental y emocional de las personas, que pueden manifestarse en la vida adulta de diversas formas. Los hijos e hijas que crecen en hogares donde ocurre violencia de género son, directa o indirectamente, víctimas de esta dinámica. Aunque no siempre sean blanco directo de agresiones físicas, el simple hecho de estar presentes en un ambiente de violencia tiene consecuencias significativas.

Impactos en la salud mental en la vida adulta de los hijos/as de la violencia de género

  1. Trastornos de ansiedad y depresión: La exposición temprana a entornos violentos puede generar una hiperactivación constante del sistema de respuesta al estrés, lo que predispone a problemas de ansiedad crónica, ataques de pánico y depresión.
  2. Trastorno de estrés postraumático (TEPT): Muchos de estos hijos/as pueden revivir los eventos traumáticos mediante flashbacks, pesadillas o una hipervigilancia constante que afecta sus relaciones y bienestar.
  3. Dificultades en la regulación emocional: Las personas que han crecido en un entorno de violencia suelen tener dificultades para identificar, expresar y manejar sus emociones. Esto puede llevar a explosiones de ira, problemas para empatizar o tendencia al aislamiento.
  4. Baja autoestima: La exposición a la violencia de género puede inculcar sentimientos de inutilidad, vergüenza o culpa, lo que afecta la autopercepción y dificulta alcanzar metas personales y profesionales.
  5. Patrones disfuncionales en relaciones: Es común que estas personas repliquen modelos de relación aprendidos, ya sea desde el rol de víctima o agresor/a, o evitando relaciones íntimas por miedo al conflicto.
  6. Consumo de sustancias: Algunas personas recurren a sustancias como forma de afrontar el dolor emocional o la disociación derivada del trauma.

Consecuencias emocionales en la vida adulta de los hijos/as de la violencia de género

  • Inseguridad y miedo constante: Los niños/as que viven en ambientes violentos pueden desarrollar una desconfianza generalizada hacia el mundo, dificultando su capacidad para construir vínculos seguros.
  • Dificultades para establecer límites: Por la exposición a dinámicas de poder abusivo, es frecuente que estas personas no aprendan a reconocer y defender sus propios límites.
  • Sentimientos de culpa o responsabilidad: En algunos casos, los hijos/as sienten que podrían haber hecho algo para detener la violencia o proteger a uno de sus progenitores.

¿Puede un hombre que maltrata a su pareja ser un buen padre?

A la pregunta sobre si un hombre que ha maltratado a su pareja puede ser un buen padre, mi respuesta, como psicóloga y especialista en violencia de género, apego y trauma, es clara y rotunda: NO. Sin embargo, como el tema toca aspectos éticos, psicológicos y emocionales que impactan a todos los involucrados en la violencia, siento la necesidad de argumentar mi respuesta.

Un buen padre no se define únicamente por su trato directo hacia los hijos/as, sino también por el ambiente que crea en el hogar y por el modelo de comportamiento que les ofrece. En este caso:

  • Violencia hacia la madre: Ser violento con la pareja implica un incumplimiento fundamental del rol protector y de respeto que un padre debería enseñar.
  • Dinámica familiar tóxica: La violencia no afecta únicamente a la pareja, sino al ecosistema familiar completo, en el cual los hijos/as son participantes obligados.

Aunque el hombre pueda tener momentos de ternura o apoyo hacia sus hijos/as, estas acciones quedan eclipsadas por el daño causado al hogar como un todo. Ser un buen padre implica más que un trato individual positivo: requiere crear un entorno seguro y saludable.

La dualidad del rol paterno en la violencia de género

Es posible que un hombre maltratador hacia su pareja muestre conductas aparentemente afectuosas o protectoras hacia sus hijos. Sin embargo, esta dualidad puede generar disonancia cognitiva en los hijos/as, quienes experimentan sentimientos contradictorios hacia su padre:

  • Por un lado, sienten aprecio por el cuidado o el afecto que reciben directamente.
  • Por otro, son testigos (o, en algunos casos, víctimas colaterales) de la violencia ejercida hacia su madre.

Esto genera confusión, porque la figura del padre deja de ser consistente y predecible, elementos esenciales para un apego seguro.

 

Impacto en la vida adulta de los hijos/as de la violencia de género

  1. Confusión moral y emocional: Los hijos/as crecen con un mensaje contradictorio: su padre puede ser amoroso con ellos, pero violento y controlador con su madre. Esto los lleva a cuestionar qué es aceptable en las relaciones y en el comportamiento de las figuras de autoridad.
  2. Normalización de la violencia: Cuando los hijos/as ven que la violencia no tiene consecuencias, pueden asumir que este comportamiento es normal o incluso justificable en determinadas circunstancias.
  3. Lealtad dividida: Los niños/as pueden sentirse obligados a «elegir» entre sus padres, lo cual genera culpa y ansiedad. Podrían querer proteger a su madre, pero también temer o idolatrar a su padre.
  4. Heridas invisibles: Aunque el padre no sea violento directamente con los hijos/as, el ambiente de tensión y control afecta su desarrollo emocional, cognitivo y social. La violencia de género es una forma de maltrato hacia los hijos/as, incluso si no son víctimas directas.
  5. Dificultades en las relaciones futuras: La exposición a estas dinámicas puede influir negativamente en cómo los hijos/as establecen relaciones en la vida adulta, replicando patrones tóxicos o evitando el compromiso por miedo al conflicto.

 

Definitivamente…

Un hombre que maltrata a su pareja difícilmente puede cumplir plenamente el rol de un «buen padre», porque su violencia afecta la estabilidad emocional, el desarrollo y el bienestar de sus hijos/as, independientemente de su trato directo hacia ellos. La ambivalencia que esto genera en los hijos/as tiene un costo emocional significativo, que solo puede ser mitigado con un entorno seguro, consistente y respetuoso.

Intervención terapéutica en los hijos/as adultos/as de la violencia de género

La intervención terapéutica con hijos/as adultos/as de la violencia de género tiene como objetivo sanar las heridas emocionales y psicológicas que surgen de crecer en un entorno marcado por la violencia y el control. Estas personas suelen experimentar efectos prolongados en su salud mental, sus relaciones y su autoestima, incluso muchos años después de haber salido de ese entorno.

  1. Psicoterapia individual: Trabajar con una psicóloga/o especializada/o en trauma y violencia de género es esencial para procesar el impacto de la infancia y desarrollar estrategias para el presente.
  2. Grupos de apoyo: Participar en espacios con personas que han vivido experiencias similares puede ser sanador, ofreciendo comprensión y validación.
  3. Educación emocional: Aprender a identificar y gestionar emociones puede marcar un antes y un después en el desarrollo personal.
  4. Prevención y concienciación: Reconocer los efectos intergeneracionales de la violencia de género es clave para romper el ciclo y ofrecer mejores oportunidades a las nuevas generaciones.

El proceso terapéutico con hijos/as adultos/as de la violencia de género es profundo y transformador. Más allá de sanar las heridas del pasado, permite a estas personas construir una vida más plena y relaciones sanas, libre de las cadenas emocionales y psicológicas impuestas por su historia.

 

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Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

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Volver a Vivir: El Camino del Duelo tras la Pérdida de un Hijo 800 800 Sandra Ribeiro

Volver a Vivir: El Camino del Duelo tras la Pérdida de un Hijo

Perder a un hijo o una hija es una de las experiencias más devastadoras e incompresibles que un ser humano puede atravesar. Es un tipo de duelo profundo, diferente a cualquier otro, porque no solo se pierde a un ser amado, sino también a la promesa de su futuro, los sueños compartidos y las expectativas de lo que la vida junto a él podría haber sido. Es un quiebre en el orden natural de la vida, un evento para el cual nunca se está preparado.

Volver a vivir: ¿Es posible?

Cuando hablamos de «volver a vivir» después de perder a un hijo, no nos referimos a recuperar la vida tal como era antes de la pérdida. La vida no será igual, nunca lo es. Sin embargo, es posible encontrar una forma distinta de vivir, de reconstruirse, de encontrar momentos de paz y significado, aunque esta nueva forma de vida esté marcada por la ausencia. Se trata de un proceso de transformación y adaptación.

 

Interiorizar la pérdida: El proceso del duelo

Interiorizar la pérdida de un hijo significa, en parte, aceptar lo inaceptable. Este proceso lleva tiempo y es profundamente individual; no hay una forma correcta o incorrecta de atravesarlo. Algunas personas encuentran consuelo en los recuerdos, otras en la fe o en la comunidad, mientras que, para algunas, la aceptación puede llegar a través de la resignificación de la vida y la búsqueda de nuevos propósitos.

El duelo no es lineal. Puede haber días de relativa paz seguidos de otros llenos de dolor intenso. Este ir y venir es normal. El amor por el hijo perdido no desaparece, pero el dolor cambia de forma con el tiempo. Se transforma de un sufrimiento desgarrador a una tristeza profunda, que eventualmente permite recordar con amor y ternura.

Caminos para sanar y reconstruirse

  •       Permitir todas las emociones: La rabia, la culpa, el dolor, la tristeza e incluso momentos de alivio o paz son naturales en el duelo. Es importante permitirse sentir todas estas emociones sin juicio.
  •       Buscar apoyo: Nadie debería atravesar esta experiencia solo. Apoyarse en la familia, los amigos o en grupos de duelo específicos para padres que han perdido hijos puede ser una fuente invaluable de comprensión y consuelo.
  •       Mantener viva la memoria: Encontrar formas de honrar y recordar al hijo puede ser sanador. Esto puede incluir rituales, escribir cartas, hacer un álbum de recuerdos o cualquier actividad que permita mantener su memoria viva de una manera que aporte paz.
  •       Terapia y acompañamiento profesional: El duelo por la pérdida de un hijo puede ser tan abrumador que, en muchos casos, es necesario buscar ayuda profesional. La terapia puede proporcionar un espacio seguro para explorar el dolor y trabajar en la reconstrucción de una vida sin la presencia física del hijo.

La montaña rusa emocional

La muerte de un hijo trae consigo una avalancha de emociones y sensaciones físicas que muchas veces pueden resultar abrumadoras e incomprensibles. Cada persona experimenta el duelo de manera distinta, pero hay sensaciones comunes que emergen debido al impacto profundo de esta pérdida. Es importante darles un nombre y un espacio, porque reconocerlas es un primer paso para empezar a procesar el dolor.

Sensaciones comunes tras la pérdida de un hijo

  1. Falta de aire y opresión en el pecho
    • La experiencia de perder a un hijo a menudo se describe como una sensación de ahogo, de tener un peso en el pecho que dificulta respirar. Este síntoma físico refleja el impacto emocional; el dolor es tan grande que literalmente nos deja sin aliento. Puede aparecer como ataques de pánico o como una sensación persistente de falta de aire, resultado de la angustia profunda y el shock emocional.
  2. Impotencia absoluta
    • La impotencia es una de las emociones más desgarradoras en este duelo. El padre o la madre suelen sentir que su misión en la vida es proteger a su hijo, y ante su pérdida, la sensación de haber sido incapaz de hacerlo, aunque sea irracional, se instala de forma poderosa. Es una sensación de desamparo y vacío, una experiencia de que el mundo ha perdido su sentido y que se han quedado sin herramientas para enfrentar esta realidad.
  3. Sensación de fracaso
    • La sensación de fracaso se relaciona con la creencia irracional de que de alguna manera «deberíamos haber hecho algo» para evitar la muerte de nuestro hijo. Los padres a menudo cargan con expectativas y responsabilidades, sintiendo que han fallado en su papel fundamental. Esta percepción, aunque no sea real, es una manifestación del amor incondicional que sienten hacia su hijo y de su deseo profundo de haber podido protegerlo.
  4. Culpa incesante
    • La culpa es una de las emociones más frecuentes y más difíciles de manejar en el duelo por la pérdida de un hijo. Puede ser una culpa concreta (“¿Y si hubiera hecho algo diferente?”) o una culpa más difusa e irracional (“No merezco seguir viviendo si él/ella ya no está”). Es un sentimiento devastador, que muchas veces esconde el amor profundo y la necesidad de encontrar una explicación para lo inexplicable.
  5. Sensación de irrealidad o desconexión
    • En los primeros momentos, y a menudo durante meses, los padres pueden experimentar una sensación de irrealidad, como si todo esto no pudiera ser cierto. Esto es parte del shock emocional, un mecanismo de defensa que el cerebro utiliza para protegerse del dolor abrumador. Puede sentirse como si estuvieran viviendo en una pesadilla o como si estuvieran desconectados del mundo, observando todo desde lejos.
  6. Dolor físico y agotamiento extremo
    • El duelo también tiene un impacto físico. El cuerpo siente el dolor como una respuesta al sufrimiento emocional. Dolores de cabeza, tensión muscular, problemas digestivos y agotamiento extremo son comunes. El cuerpo está procesando el trauma, y esto consume gran parte de su energía.

¿Cómo enfrentar estas sensaciones?

  1. Aceptar y validar lo que sentimos: No hay emociones “incorrectas” cuando se trata de perder a un hijo. Validar estas sensaciones y permitirnos experimentarlas es un paso crucial para el proceso de duelo.
  2. Buscar apoyo emocional: Hablar de lo que se siente con alguien de confianza, puede ayudar a aliviar el dolor. Compartir el dolor, aunque no lo elimina, lo hace más llevadero.
  3. Buscar apoyo profesional: Hablar con un/a psicólogo/a especializado/a puede aliviar parte de la carga. El profesional tiene estrategias para acompañarte o acompañaros
  4. Recordar que es parte del proceso: Estas sensaciones son una respuesta natural a una pérdida que es antinatural. La intensidad de estas emociones no significa que se esté “volviendo loco” o que el dolor será eterno, sino que reflejan la profundidad del amor y del vínculo con el hijo.
  5. Cuidar del cuerpo: El dolor emocional consume mucha energía física. Descansar, comer adecuadamente y permitirse tiempos de calma puede ayudar a aliviar algunos de los síntomas físicos del duelo.

Estas sensaciones forman parte del viaje del duelo, un camino que no se puede evitar ni apresurar. Aprender a convivir con estas emociones y sensaciones, permitirse sentirlas sin juzgarse, es un paso necesario para empezar a reconstruir una vida en la que, aunque diferente y marcada por la pérdida, aún puede encontrarse paz y momentos de significado.

Necesidad de hablar de mi hijo fallecido frente al dolor al hacerlo

Hablar de un hijo fallecido es uno de los actos más dolorosos, pero al mismo tiempo, uno de los más necesarios para los padres que han sufrido esta pérdida. Es una manera de mantener viva su memoria, de expresar el amor que continúa existiendo, de reconocer que, aunque ya no esté físicamente, sigue siendo una parte fundamental de sus vidas.

El dolor de hablar de nuestro hijo

Durante el primer año del duelo, hablar de nuestro hijo puede ser desgarrador. El dolor es todavía crudo, la herida está abierta y la pérdida se siente como una realidad recién descubierta. Es natural que cada mención, cada recuerdo, desencadene lágrimas incontrolables, ya que hablar de él trae de vuelta la ausencia con una intensidad aplastante. Puede ser una sensación ambivalente: queremos recordar, pero al hacerlo, revivimos la herida.

Esto ocurre porque en los primeros meses, el duelo está marcado por el shock y la incredulidad. Aunque sabemos racionalmente que nuestro hijo ha fallecido, emocionalmente, aún no hemos aceptado plenamente su ausencia. Por eso, al hablar de él, nos encontramos con la crudeza de la realidad y el peso de lo que significa haber perdido a alguien tan amado. Las lágrimas reflejan no solo el dolor, sino también el amor profundo que se siente.

La necesidad de hablar de nuestro hijo

A pesar del dolor, existe una necesidad profunda de hablar de nuestro hijo. Esta necesidad puede surgir de varios lugares:

  1. El miedo a olvidar: La idea de que con el tiempo los recuerdos puedan desvanecerse es aterradora para muchos padres. Hablar de su hijo es una forma de mantener sus recuerdos vivos, de asegurarse de que no desaparezca de sus pensamientos ni de los de quienes le rodean.
  2. La necesidad de honrar su vida: Aunque su vida haya sido breve, tuvo un impacto significativo. Hablar de él permite a los padres celebrar quién era, recordar su personalidad, sus gestos, sus gustos y las alegrías que trajo.
  3. El deseo de mantener el vínculo: La muerte de un hijo no rompe el vínculo emocional. Los padres siguen siendo padres, y el amor sigue existiendo. Hablar de su hijo es una manera de mantener esa conexión, de sentirle presente de alguna forma.
  4. Compartir el duelo y encontrar apoyo: Hablar de la pérdida y del hijo fallecido es una manera de procesar el duelo y buscar consuelo. Compartir recuerdos y emociones con personas de confianza puede aliviar, al menos momentáneamente, el peso del dolor.

La dificultad de encontrar espacios para hablar

Una de las mayores dificultades es que, aunque los padres sientan la necesidad de hablar de su hijo, no siempre encuentran un espacio seguro para hacerlo. Muchas personas en su entorno, aunque bien intencionadas, pueden evitar el tema por miedo a causar más dolor o porque no saben cómo reaccionar. Esto puede hacer que los padres se sientan aislados en su duelo, como si el mundo quisiera ignorar la existencia de su hijo.

Es fundamental que los padres sepan que está bien hablar de su hijo tanto como lo necesiten, incluso si eso significa llorar cada vez que lo hacen. El llanto no es un signo de debilidad ni de que el duelo está estancado; es una expresión natural del amor y del dolor. Con el tiempo, hablar de su hijo puede llegar a ser menos doloroso y permitir incluso momentos de ternura al recordar.

Estrategias para facilitar el hablar de nuestro hijo

  1. Buscar personas de confianza: Encontrar a alguien que esté dispuesto a escuchar sin juzgar, sin intentar «arreglar» el dolor, es invaluable. Puede ser un amigo cercano, un familiar o un/a psicólogo/a.
  2. Permitir todas las emociones: Si hablar de él trae lágrimas, está bien. Si trae sonrisas, también está bien. Todas las emociones son válidas y forman parte del proceso de recordar y sanar.
  3. Crear rituales de memoria: Tener espacios y momentos dedicados a honrar a su hijo puede ayudar a canalizar la necesidad de hablar de él. Puede ser encender una vela, visitar un lugar especial o compartir recuerdos en fechas significativas.
  4. Escribir sobre él: Cuando hablar se hace difícil, escribir puede ser una vía para expresar lo que se siente. Crear un diario de recuerdos o escribir una carta a su hijo puede ser una forma de procesar el duelo.

El tiempo y el proceso de duelo

Con el tiempo, aunque todavía duela, el dolor tiende a disminuir y dar paso a la añoranza. Hablar de nuestro hijo puede pasar de ser una experiencia desgarradora a una oportunidad de recordarle con amor y ternura, aunque siempre haya una sombra de tristeza. Esto no significa que se olvide, sino que se aprende a convivir con su ausencia de una forma que permite encontrar paz.

Una nueva forma de vivir

No se trata de «superar» la pérdida de un hijo, porque no es algo que se supere, sino de aprender a vivir con la ausencia. Con el tiempo, el dolor intenso puede dar paso a una tristeza más serena. Aprendemos a llevar la memoria de nuestro hijo en el corazón y a encontrar momentos de alegría en la vida, aun cuando su ausencia siempre esté presente.

Se puede volver a vivir, pero es una vida distinta, una en la que el amor por el hijo perdido sigue siendo parte integral. En este proceso de reconstrucción, es importante ser amables y pacientes con uno mismo, aceptar los tiempos y no apresurar el proceso de duelo. La vida, aunque transformada por el dolor, puede volver a tener momentos de paz, significado e incluso felicidad.

¿Cómo puede ayudar la terapia en el duelo por la pérdida de un hijo?

La terapia psicológica puede ser una herramienta invaluable para quienes enfrentan este duelo, proporcionando un espacio seguro para explorar y procesar emociones intensas, encontrar apoyo y reconstruir la vida tras la pérdida.

  1. Un espacio seguro para expresar el dolor

En los primeros momentos, el dolor puede ser tan abrumador que resulta difícil encontrar las palabras para describirlo. La terapia ofrece un espacio seguro y libre de juicio, donde el padre o la madre pueden expresar su dolor, su rabia, su tristeza y cualquier otra emoción que surja. A menudo, las personas en duelo sienten que no pueden hablar abiertamente con su entorno por miedo a ser incomprendidos o a «agobiar» a los demás. En terapia, todo está permitido: llorar, guardar silencio o expresar lo inexpresable.

  1. Validación y normalización de las emociones

El duelo por un hijo puede traer consigo emociones intensas como culpa, ira, impotencia y desesperación. Muchas veces, los padres se sienten juzgados o incomprendidos por su entorno, especialmente si el duelo se prolonga. Un terapeuta especializado en duelo ayudará a validar estas emociones, explicando que son una respuesta natural a una pérdida tan profunda. Saber que lo que sienten es normal y que no están «perdiendo el control» puede ser un gran alivio.

  1. Ayuda para enfrentar la culpa

La culpa es una emoción común y devastadora en el duelo por la pérdida de un hijo. Los padres suelen experimentar pensamientos como «¿Qué podría haber hecho para evitarlo?» o «Debí haberlo protegido mejor». Estos sentimientos, aunque irracionales, son una manifestación del amor y el deseo profundo de haber podido evitar la tragedia. La terapia ayuda a explorar y desafiar estas creencias, proporcionando un espacio para trabajar en la autocompasión y el perdón.

  1. Reconstrucción de la identidad y el sentido de la vida

Perder a un hijo puede hacer que los padres sientan que han perdido su propósito y sentido en la vida. La terapia puede ayudar a explorar y redefinir el propósito en este nuevo contexto, ayudando a los padres a encontrar maneras de honrar la memoria de su hijo mientras comienzan a reconstruir su identidad. La idea no es «superar» la pérdida, sino aprender a vivir con ella de una manera que permita encontrar significado nuevamente.

  1. Acompañamiento en el proceso de duelo

El duelo es un proceso único y personal; no sigue una línea temporal definida. La terapia ofrece un acompañamiento continuo, adaptándose a las diferentes etapas del duelo y permitiendo que cada persona lo transite a su propio ritmo. El terapeuta puede proporcionar herramientas específicas para enfrentar momentos particularmente difíciles, como aniversarios, fechas especiales o el primer año sin el hijo.

  1. Herramientas para manejar síntomas físicos y emocionales

El duelo puede manifestarse con síntomas físicos como dolor de pecho, dificultad para respirar, fatiga extrema y alteraciones del sueño. La terapia puede incluir estrategias para manejar la ansiedad y el estrés, así como técnicas de relajación y atención plena (mindfulness) que ayuden a reducir el malestar físico.

  1. Facilitar la comunicación familiar

La pérdida de un hijo afecta a toda la familia, y cada miembro puede estar atravesando su propio duelo de manera diferente. La terapia familiar puede ser útil para facilitar la comunicación y evitar el aislamiento emocional, ayudando a que cada miembro exprese su dolor y apoye a los demás. Es común que los padres se sientan desconectados entre sí o de sus otros hijos, y la terapia puede proporcionar un espacio para reconectar y sanar juntos.

  1. Ayudar a integrar la pérdida

El objetivo de la terapia no es olvidar al hijo, sino integrar su memoria en la vida de los padres de una manera saludable. A través del trabajo terapéutico, los padres pueden aprender a llevar a su hijo en el corazón de una forma que permita recordar con amor, sin quedar atrapados en el sufrimiento constante. Esto no significa que el dolor desaparezca, sino que cambia de forma y permite espacio para momentos de paz y, eventualmente, para encontrar significado en la vida nuevamente.

¿Necesitas ayuda profesional?

La terapia puede ser una herramienta poderosa para acompañar el proceso de duelo por la pérdida de un hijo. No se trata de eliminar el dolor, porque el amor que se siente nunca desaparecerá, sino de aprender a vivir con ese amor transformado. La terapia ofrece apoyo, validación, herramientas y un espacio para sanar, permitiendo a los padres encontrar una nueva forma de vivir en la que puedan recordar a su hijo con amor y ternura, aun cuando su ausencia siempre esté presente.

Cada proceso de duelo es único, y buscar ayuda psicológica es un acto de valentía y autocuidado que puede marcar una gran diferencia en la reconstrucción de la vida tras esta pérdida inimaginable.

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

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