La herida del abandono: cuando el vacío emocional domina tu vida
Hay un vacío que no se ve en los exámenes médicos. Un dolor que no tiene nombre, pero se cuela en el día a día y se manifiesta de formas muy distintas: comiendo sin hambre real, comprando sin necesidad, trabajando sin parar, relacionándose con personas que no están disponibles emocionalmente.
Ese vacío suele tener raíces muy tempranas. A veces, nace cuando somos niños y sentimos —con razón o sin ella, pero con mucha fuerza emocional— que no éramos importantes, que no nos veían, que no éramos suficientes para que mamá o papá se quedaran, nos cuidaran o nos amaran de forma constante.
Es lo que llamamos herida de abandono. A veces también se mezcla con la de rechazo. Heridas invisibles, pero poderosas.
Lo que no nombramos, lo convertimos en conducta
Cuando no somos conscientes o no ponemos en palabras lo que sentimos o vivimos, lo manifestamos a través de nuestras acciones, muchas veces de forma inconsciente.
- Si nunca pude decir «me sentí solo/a de niño», tal vez hoy busco relaciones donde acepto cualquier cosa con tal de no estar solo.
- Si no puedo poner en palabras que me sentí abandonado/a, quizás actúe ese dolor comiendo compulsivamente o trabajando sin parar para no sentir.
El síntoma habla por lo que la persona aún no puede decir
Así es como, sin darnos cuenta, intentamos llenar ese hueco con excesos:
- Comemos de más porque la comida calma, ocupa, anestesia. Porque durante unos minutos nos distrae de ese malestar interno que no sabemos explicar.
- Engordamos como una forma inconsciente de ser vistos, de tener un cuerpo que “ocupe espacio” cuando emocionalmente sentimos que no lo ocupamos en ningún lugar.
- Gastamos en exceso buscando algo que nos haga sentir bien —ropa, objetos, tecnología, comida, cursos, todo vale— o incluso esperando inconscientemente que alguien venga a rescatarnos del descontrol económico en el que nos metimos, como una metáfora del salvador que nunca llegó.
- Nos volvemos adictos al trabajo, al rendimiento, al éxito, como forma de demostrar que valemos algo, que somos útiles, que si rendimos no nos dejarán.
Pero detrás de todo esto hay una historia. No se trata de culpar, sino de comprender. Quizás tu madre no pudo estar emocionalmente presente. Quizás tu padre se fue o estaba, pero no te veía. Quizás creciste aprendiendo a no necesitar nada, a ser fuerte, a no molestar. Y en esa autosuficiencia forzada, empezaste a rellenar el vacío como podías.
La paradoja es que ningún exceso llena el vacío. Solo lo agranda.
La saciedad momentánea da paso a la culpa. La compra da paso a la deuda. El logro da paso a la exigencia del siguiente logro. Y así, el ciclo se repite.
Mientras no sanes el vacío emocional que dejó en ti la herida de abandono y/o rechazo durante la infancia —esa sensación persistente de no haber sido visto, escuchado o amado por tus padres—, seguirás intentando taparlo como puedas.
- Comerás en exceso para calmar la ansiedad y llenar el hueco afectivo.
- Engordarás quizás para que por fin te vean, para ocupar un lugar, para que no te ignoren.
- Te endeudarás comprando compulsivamente, buscando que alguien te rescate, como un reflejo inconsciente del deseo de que alguien te salve del dolor de estar solo/a.
- Trabajarás de más para sentir que vales, que mereces, que no te van a dejar.
Pero nada externo logrará sanar lo interno, hasta que te atrevas a mirar de frente esa herida, y poco a poco la transformes con amor, presencia y cuidado.
Vínculos que repiten la herida del abandono: dependencia emocional y relaciones con personas no disponibles
Otra forma frecuente de intentar llenar el vacío emocional del abandono es a través de relaciones afectivas que, sin darnos cuenta, replican el mismo patrón de carencia.
- La dependencia emocional surge cuando sentimos que necesitamos a otro para sentirnos bien, completos, validados. Nos apegamos con miedo, buscamos constantemente aprobación, y nos cuesta estar solos. Esta necesidad desbordada suele tener su origen en la infancia, cuando aprendimos que para que nos quisieran teníamos que portarnos bien, no molestar, o estar siempre disponibles para el otro.
- Relacionarnos con personas emocionalmente no disponibles también es una forma de repetir la herida. Buscamos vínculos donde el otro se muestra frío, evasivo, inconsistente… porque, en el fondo, eso nos resulta familiar. Nuestro sistema emocional intenta resolver, desde el presente, una carencia no resuelta del pasado.
Y lo más paradójico es que estas relaciones duelen…, pero también generan una especie de “enganche emocional”, una esperanza constante de que, esta vez sí, alguien se quede. Esa esperanza es la niña o el niño interior que aún espera que mamá o papá estén disponibles emocionalmente.
¿Qué necesitamos, entonces?
- Primero, reconocer el origen. Poner palabras a lo que sentimos. Nombrar la herida.
- Después, empezar a tratar esa parte interna —esa niña o ese niño herido— con amor, paciencia y límites.
- Aprender a cuidarnos desde un lugar sano, no desde la compensación o la carencia.
- Buscar ayuda profesional si sentimos que solos no podemos.
Sanar la herida de abandono no significa olvidar lo que pasó, sino dejar de vivir desde ahí. Significa dejar de buscar fuera lo que solo puede construirse dentro. Y aprender que merecemos amor, cuidado y presencia, sin necesidad de excesos que nos dañan.
Un caso clínico: Marta y la herida invisible
Marta es una paciente ficticia, pero puede dar voz a cualquiera que esté pasando por lo mismo.
Marta tiene 37 años. Llega a consulta por un problema con la comida. Siente que no puede parar de comer dulces por la noche, cuando llega del trabajo. Ha probado varias dietas, pero ninguna le funciona. Dice sentirse vacía, sola, sin rumbo, aunque aparentemente “todo le va bien”: tiene un buen trabajo, una pareja estable, amigas con las que se ve de vez en cuando.
A medida que avanzamos en el proceso terapéutico, aparece la historia detrás del síntoma. Marta es hija única de una madre con depresión crónica y un padre que trabajaba largas jornadas. Recuerda una infancia silenciosa, con una casa donde había comida, techo, colegio… pero no había presencia emocional.
Marta aprendió muy pronto a “no molestar”, a no pedir, a no necesitar. A cuidar a su madre y a resolver sola sus problemas. El hambre emocional, no satisfecho en la infancia, se transformó en hambre física. Y el exceso de trabajo en la adultez fue su forma de evitar sentir.
¿Qué hacemos desde un enfoque integrador y sistémico?
En nuestro enfoque, no nos quedamos solo en el síntoma (por ejemplo: la alimentación desregulada), sino que buscamos entender el sentido que tuvo esa conducta en la historia de vida de la persona.
- Exploramos la narrativa de la infancia, con respeto y profundidad, no para culpar a los padres, sino para dar sentido a lo que hoy duele.
- A través de diferentes herramientas, ayudamos a conectar cómo se construyó ese vacío y qué creencias se asociaron a él (por ejemplo: “no debo necesitar”, “no merezco cuidado”, “si me esfuerzo mucho, no me dejarán”).
- Trabajamos con el cuerpo y las emociones, integrando el enfoque somático, porque el abandono no solo se piensa, se siente en el cuerpo: en el pecho que aprieta, en el estómago que nunca se sacia, en la tensión de estar siempre alerta.
- Damos espacio a la niña o el niño interior. No como una metáfora, sino como una parte real del sistema interno de la persona que necesita ser vista/o, cuidada/o, escuchada/o.
- Revisamos los patrones relacionales actuales: ¿qué relaciones repiten el abandono o la invisibilización? ¿En qué lugares sigues adaptándote para no ser rechazada/o?
- Y algo muy importante: ayudamos a diferenciar el pasado del presente. Porque a menudo el vacío que sentimos no es actual, sino una repetición emocional de una falta de cuidado antigua.
Te acompañamos a construir una nueva forma de estar contigo misma/o, más amorosa, más presente, más entera.
Sanar es volver a casa
Rellenar el vacío con excesos es una forma de sobrevivir. No es debilidad. Es una adaptación inteligente que en algún momento funcionó, pero cuando ya no funciona, cuando duele más de lo que calma, es momento de mirar hacia adentro.
Sanar la herida de abandono no es fácil, pero es posible. Y en ese camino, la terapia puede ser ese primer lugar seguro donde, por fin, alguien te ve, te escucha y te acompaña. Sin exigencias, sin juicios, sin condiciones. No para llenarte desde fuera, sino para que puedas empezar a habitarte desde dentro.
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Sandra Ribeiro
Psicóloga General Sanitaria (M-34885)
Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED
Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva
Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED