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Sandra Ribeiro

Cómo hablar de la muerte a los niños 340 340 Sandra Ribeiro

Cómo hablar de la muerte a los niños

Cómo hablar de la muerte a los niños. La muerte en nuestra cultura sigue siendo un tema tabú, especialmente cuando tenemos que explicarla a los niños.

Cuando nuestros hijos nos preguntan sobre la muerte, es común que cambiemos de asunto, zanjemos el tema o contestemos con evasivas. Cualquier cosa antes que hablar de la tan temida muerte. La pérdida de un ser querido es siempre muy dolorosa y tendemos a evitar el dolor y el sufrimiento a nuestros hijos y la ansiedad que nos genera a nosotros dicha situación.

Abordar este tema y hablar de sentimientos tan complejos con los más pequeños no es tarea fácil, pero es importante tener en cuenta que tarde o temprano vamos a tener que hablar con ellos de esta realidad.

¿Pero cómo hablar de la muerte con mi hijo si yo mismo como adulto he pasado toda la vida intentando mantener este asunto a raya?

Es común que intentemos proteger a nuestros hijos de aquello que nos produce ansiedad. Muchas veces, intentamos evitar hablar de la muerte porque pensamos que el sufrimiento y la pena que puede causar dicho tema al niño no lo podamos o sepamos gestionar o mismo que hablar de ello puede ser demasiado traumático para ellos. Por tanto, intentamos alejarlos del dolor y evitar el asunto a todo costo.

¿Cuándo y cómo se lo cuento?

Cada persona es un mundo y afronta los problemas de la vida de manera diferente. El momento que escogemos para hablar con nuestro hijo sobre la muerte, dependerá de la edad que tenga y de sus experiencias vitales, así como dependerá también de nuestras propias experiencias, nuestra cultura, nuestras creencias y la situación actual. Sin embargo, independiente de todo lo citado anteriormente, debemos ser honestos con los niños. Quizás, no sepamos contestar el aluvión de preguntas que seguro vendrá, pero es importante que lo intentemos y que creamos un ambiente de seguridad y confianza, transmitiéndoles que cada persona puede sentirse de una manera diferente ante la muerte de un ser querido, que no hay una manera correcta o incorrecta de sentirse.

Los niños quieren y necesitan respuestas para sus inquietudes y, si no se las damos nosotros, figuras de confianza, crearán sus propias teorías, basadas, claro está, en su corta edad. Hay que tener en cuenta que, debido a la etapa evolutiva en la que se encuentra el niño y la limitación de su desarrollo cognitivo, pueden crear teorías erróneas y limitadas basadas en su poca experiencia vital y su inmadurez emocional.

hablar de la muerte a los niños

Es importante que los niños puedan ver la muerte como un hecho natural e ineludible de la vida. Por tanto, debemos hablar sobre la muerte de manera clara y con naturalidad, transmitiéndoles tranquilidad y confianza. Este es un tema más a tratar como cualquier otro. Al hablar de la muerte con nuestros hijos, podemos averiguar cuánto saben sobre el asunto, cuáles son sus miedos y preocupaciones, y así poder ayudarlos con información y arroparlos si lo necesitan, acogiendo sus sentimientos y validando sus emociones.

Según Jean Piaget, en la etapa preoperacional, de los dos a los siete años aproximadamente, los niños perciben la muerte como un acontecimiento temporario, que puede ser revertido, es decir, se puede morir sólo un poquito y luego volver (pensamientos que son reforzados muchas veces por los cuentos de hadas o dibujos animados). Por tanto, se debe evitar el uso de metáforas para explicar la muerte como, por ejemplo, “sueño o viaje eterno”, ya que pueden causar confusión con la vida diaria en la que duermes y despiertas o viajas, con ida y vuelta. Cuando los niños son muy pequeños, lo mejor es no hacer grandes cambios en sus rutinas y horarios, manteniendo un ambiente estable. Eso no quiere decir que debemos actuar como se no hubiera ocurrido nada, ya que los niños sienten y perciben lo que está ocurriendo. Si evitamos hablar de sus sentimientos, estamos enseñando al niño que debe ocultarlos.

Entre los siete y los diez años, el niño pasa a comprender mejor y a ver la muerte como una ida sin retorno y comienza a hacer cuestionamientos sobre el asunto. Ya a partir de los once años, el pequeño asimila qué es realmente la muerte y la acepta como algo natural.

También es muy importante no dejar pasar el tiempo para comunicar la noticia de la muerte. Los niños perciben los cambios en su entorno y pueden desarrollar ansiedad debido a las alteraciones de comportamiento de sus familiares.

Algunas pautas para hablar de la muerte a los niños:

    • hablar de la muerte a los niñosNo dejes pasar el tiempo para comunicar la noticia.
    • Habla de forma clara, sencilla y honesta.
    • No digas al niño que él debe olvidar lo ocurrido. Al contrario, incentiva los recuerdos de los momentos agradables con el ser querido. Dile que las personas siempre permanecen en nuestros recuerdos y nuestros corazones.
    • Acoge sus sentimientos y valida sus emociones. Muestra que tienes los mismos sentimientos que él.
    • Haz que se sienta arropado y seguro, el amor es muy importante para superar el proceso de duelo.
    • Apóyate en los libros que tratan esta temática y están recomendados para niños.

Recuerda que no estás solo, siempre puedes apoyarte en la figura de un profesional para gestionar esta etapa tan difícil.

Si crees que no puedes hacerlo solo/a, estamos aquí para ayudarte.

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora Asociada del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

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hablar de la muerte a los niños

Dependencia emocional
Amor o dependencia emocional 650 650 Sandra Ribeiro

Amor o dependencia emocional

La dependencia emocional se ha tornado un problema muy frecuente en las consultas psicológicas.

¿Qué es la dependencia emocional?

La dependencia emocional puede ser comparada a otras adicciones. Por tanto, así como ocurre en otros tipos de adicciones, en la dependencia emocional también se dan mecanismos de refuerzo positivo que culminan en la dependencia psicológica, lo que causa una necesidad desproporcionada de algo, en este caso, del otro.

La dependencia emocional puede ser experimentada respecto a las personas que mantenemos una relación interpersonal como familiares y amigos, pero, fundamentalmente, se da respecto a la pareja. Es importante no confundir este tipo de dependencia con la necesidad de afecto que tenemos todos los seres humanos. La dependencia emocional se da cuando desarrollamos conductas patológicas, desproporcionadas y desadaptativas para conseguir el afecto de alguien.

Las relaciones basadas en la dependencia emocional se caracterizan por ser destructivas y están marcadas por excesiva entrega, angustia ante la separación, sentimiento extremo de anhelo del otro, necesidad de atención constante y de gestos de aprobación por parte del otro para reafirmar la relación.

Dependencia emocional

La dependencia emocional tiene un carácter puramente afectivo y no se puede explicar por otro tipo de dependencia como, por ejemplo, la dependencia económica. La persona de la que se depende es el objeto de una idealización en la que la persona idealizada está por encima de cualquier otra cosa o persona, incluso de uno mismo.

A pesar de que esta relación de dependencia suele generar sufrimiento y malestar, la persona dependiente trata de complacer constantemente al otro, sobreestimando sus cualidades e infraestimando las propias, aumentando así, la sensación de inferioridad y baja autoestima de sí mismo. Los deseos y las necesidades del otro están por encima de las propias, creando una relación donde existe una disfuncionalidad y asimetría en el rol de cada miembro de la pareja, así como un desequilibrio en la relación en sí. Así, el dependiente emocional suele ir abandonando poco a poco todas sus aficiones, amistades, familia y actividades de su vida diaria para poder pasar más tiempo junto a la otra persona.

Cuando este tipo de relación llega a su fin, la ruptura es vivida por la persona dependiente como algo verdaderamente catastrófico y que no lo puede soportar. Por tanto, busca de todas las maneras reanudar la relación. En el caso de que no tenga éxito, el dependiente centrará todos sus esfuerzos en encontrar a otra persona que cubra la necesidad desmesurada de estar siempre acompañado y calmar la sensación de soledad y abandono, estableciendo así, otro ciclo de dependencia afectiva, cambiando una adicción por otra.

Un primer paso para romper ese círculo vicioso es trabajar el amor propio. Cuando hablo en amor propio o amar hacia uno mismo, no estoy hablando del egoísmo de relacionarse con el otro manipulándolo para conseguir satisfacer sus propios deseos – en este caso estaríamos hablando de narcisismo, pero este tema sería para otro artículo –. El amor propio sería más bien ser responsable de que estemos bien, de que nos sintamos a gusto en nuestra propia compañía, de que no tengamos la necesidad de estar con otra persona, sino que deseamos estar acompañados y, sólo en este caso, poder compartir nuestra vida con el otro.

Es necesario conocernos, saber qué nos hace felices, qué nos angustia, respetar nuestro espacio y nuestros derechos, y también los del otro, en definitiva, tener un equilibrio de nuestras propias emociones, aceptarnos, cuidarnos y, sobre todo, querernos.

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Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

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dependencia emocional

El hambre emocional 650 650 Sandra Ribeiro

El hambre emocional

¿Por qué comemos más cuando estamos nerviosos, ansiosos o estresados?

Muchas veces confundimos el hambre física con el hambre emocional. Muchas veces compensamos nuestro malestar con la comida, es decir, hacemos grandes ingestas en función de nuestro estado de ánimo.

Claro que no es sano estar sin comer mucho tiempo: comer es una necesidad física y biológica. Sin embargo, existe un hambre que es de fondo emocional y que es muy fácil confundir con el hambre físico. El hambre emocional aparece a menudo en situaciones marcadas por el estrés, la ansiedad o el nerviosismo, y está situada en la mente.

Llamamos “Comedor Emocional” (CE) a la persona que ingiere una cantidad excesiva de alimentos según su estado emocional, principalmente, bajo las emociones negativas. Además de la preferencia por alimentos más calóricos, la sensación de hambre no se va a pesar de ingerir dichos alimentos y, muchas veces, aparecen la culpabilidad y la vergüenza por comer de forma excesiva. Esa sensación de hambre y la necesidad de realizar una ingesta excesiva de alimentos suelen acompañar a situaciones estresantes como un examen, una entrevista de trabajo u otra situación importante.

 ¿Por qué algunas personas bajo situaciones estresantes tienen la sensación de que se le “cierra el estómago” y pierden el apetito, mientras que en otras la ansiedad funciona como un desencadenante del hambre?

El hecho de que algunas personas pierdan el apetito cuando están ansiosas o nerviosas tiene una explicación fisiológica. Nuestro organismo percibe las emociones negativas como un riesgo o una amenaza a nuestro equilibrio físico o psicológico, lo que provoca una respuesta fisiológica que sería la liberación de glucosa en sangre, lo que, a su vez, suprime la sensación de hambre. Ya en el caso de que las emociones desencadenen el hambre, no hay un mecanismo fisiológico que lo explique, sino que comer en respuesta a determinados estados emocionales es una conducta socialmente aprendida y es algo que está muy arraigado en nuestra cultura.

La comida se tornó el centro de cualquier reunión social: “quedamos para comer/cenar y luego vemos”. Además, siempre tenemos una excusa para comer lo que queremos: un café para ayudarnos a despertar, chocolate para darnos energía, dulce porque estamos “deprimidos”, etc. Siempre nos mimamos a nosotros y a los demás con algún “caprichito” alimentario.

A todos nos ha pasado alguna vez dejarnos llevar y consumir alimentos en exceso, pero cuando esta conducta se realiza de forma habitual, sobre todo cuando no somos conscientes de ella, comer para calmar el hambre emocional puede afectar no solo al peso como al bienestar psicológico y a la salud en general.

Es muy importante que aprendamos a gestionar de forma correcta las emociones negativas provocadas por determinadas situaciones estresantes que, muchas veces, son situaciones que ocurren a menudo en nuestra vida diaria, y no recurrir a grandes ingestas para encontrar el bienestar emocional.

¿Cuáles son las posibles consecuencias del hambre emocional?

Entre las consecuencias físicas más importantes que podemos encontrar cuando recurrimos a este tipo de conducta, son el sobrepeso y la obesidad, y todo lo que conlleva: enfermedades cardiovasculares, respiratorias, diabetes, hipertensión, entre otras. Aunque no nos podemos olvidar que, con el hambre emocional, existe también la posibilidad de que suframos otros trastornos alimentarios como la anorexia, la bulimia o el trastorno por atracón.

Si utilizas la comida de forma compulsiva, como anestésico para gestionar las emociones negativas, y eso te produce más emociones negativas, entrando en una espiral, es hora de buscar ayuda de un profesional. Hay tratamientos y técnicas consolidadas que te pueden ayudar a salir de esta situación.

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Adolescencia: el desarrollo de una identidad individual 650 650 Sandra Ribeiro

Adolescencia: el desarrollo de una identidad individual

La adolescencia es un periodo de cambios y transformaciones importantes tanto a nivel físico, como a nivel psicológico, relacional, afectivo e intelectual. La adolescencia es una etapa turbulenta por excelencia con grandes conflictos familiares, en la que la búsqueda de una identidad individual produce una ruptura con el mundo infantil y el inicio de una nueva forma de relacionarse con los padres.

Todos los individuos caminamos hacia el desarrollo de una identidad individual. Tenemos la necesidad de individuación de nuestras figuras de referencia. La individuación, según Carl Jung, consiste en que las personas tienen que reconocerse y distinguirse como individuo, principalmente de las figuras de referencia, que son la madre, el padre, el cuidador o cualquier individuo que haya tenido un gran peso en la crianza del niño. Es un proceso de construcción de la propia imagen e identidad y es considerado central en el proceso evolutivo.

¿En qué consiste el proceso de individuación?

Cuando hablamos de individuación no nos referimos a una separación física, sino a la percepción del propio espacio y a la conciencia del propio cuerpo y de la mente. El objetivo es llegar a la percepción de si mismo como un individuo único con una identidad autónoma y diferenciada.

En la infancia, los procesos de imitación e identificación son adaptativos y vitales, esenciales en la formación de la personalidad, pero ya en la adolescencia el niño busca diferenciarse de sus progenitores introduciendo elementos de distinción (criterios propios, estilo musical, actividades y eventos diferentes de los que solían disfrutar en familia) que, muchas veces, suponen la ruptura del vínculo familiar y, a menudo, son la causa de muchos conflictos paterno-filial existentes en esta etapa.

Identidad individual

Jung indica que este proceso no siempre se logra y lo plantea como una elección en la que algunos prefieren renunciar a tener una identidad propia para enmarcarse dentro de un rol que sea más aceptado socialmente. Cuando el proceso de individuación no es exitoso, el individuo no consigue la diferenciación necesaria para obtener una identidad autónoma y saludable, manteniendo una relación muchas veces dependiente y fusionada con el progenitor. Estos individuos expresan una representación de sí mismos mucho más parecida a la figura de referencia de lo que realmente es, sacrificando, así, los elementos distintivos que en la realidad existen. Es entonces cuando aparecen problemas como baja autoestima, falta de determinación, miedo al fracaso, ansiedad, depresión, entre otros.

En este sentido, consideramos que es de suma importancia que los padres conozcan y sean respetuosos con los ciclos evolutivos de sus hijos, ya que éstos pasarán por diferentes fases en sus vidas. Una de estas fases es la necesidad de imitar y ser parecidos a sus cuidadores primarios y, en el otro extremo, la necesidad de ser lo más diferentes posible, reconociéndose, así, como persona. Esto no quiere decir que cuando culmine la formación de su identidad, vayan a mantener todos los elementos distintivos que han probado a lo largo de las diferentes fases que han experimentado.

De todas maneras, es deseable que los padres no descuiden a los niños en el proceso de individuación, y que estén preparados para acompañarlos en este difícil camino que es la construcción de su propia identidad.

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