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Volver a ti: sanar la herida del autoabandono
Volver a ti: sanar la herida del autoabandono 800 800 Sandra Ribeiro

Volver a ti: sanar la herida del autoabandono

Muchas personas llevan vidas aparentemente normales: trabajan, cuidan de otros, sonríen en fotos. Pero en silencio, sienten que algo está desconectado. No saben cómo ponerle nombre a esa sensación de vacío, a esa dificultad para sentir, para estar presentes o para cuidarse de verdad.
A esto, desde la psicología, lo llamamos disociación interna.

1. ¿Qué es la disociación interna?

No se trata de “perder la cabeza” ni de olvidar quién eres, como a veces muestran las películas. Disociarse internamente es, en realidad, una estrategia de supervivencia emocional. Es separarte de lo que duele, dividirte en capas para seguir funcionando. Es hacer por fuera, mientras algo en ti se desconecta por dentro. Es posible que en la infancia aprendieras que mostrar emociones no era
seguro. O que fuiste el adulto responsable en una casa caótica. Que aprendiste a “seguir adelante” sin que nadie preguntara cómo estabas.

2. Signos comunes de disociación interna

  • Haces mucho, pero te cuesta sentir.
  • Eres eficiente, pero no te cuidas.
  • Escuchas a los demás, pero no sabes qué necesitas tú.
  • Te ves desde fuera, como si vivieras una vida que no te pertenece del todo.
  • Te cuesta llorar, descansar o pedir ayuda.
  • Sientes que algo falta, pero no sabes qué es.

Te dejaste para después… y ese después nunca llega.

3. ¿Por qué ocurre?

La disociación no es una debilidad, es un recurso. Es lo que el cuerpo y la mente hacen cuando estar presentes duele demasiado. Se aprende cuando, por ejemplo:

  • Había que ser fuerte para no preocupar a nadie.
  • El afecto venía acompañado de exigencias.
  • Se invalidaban tus emociones: “No llores”, “No fue para tanto”, “Tú puedes sola”.

4. Las consecuencias a largo plazo

Esta forma de estar en el mundo puede hacerte sentir vacío, desconectado de ti mismo. Puede dificultar las relaciones, hacerte sentir solo incluso estando acompañado, o llevarte a exigirte siempre más sin disfrutar de lo logrado. A veces, incluso el cuerpo empieza a hablar: insomnio, ansiedad, síntomas físicos sin causa médica clara.

5. El camino de vuelta

Sanar la disociación no es forzar la emoción, sino crear un espacio seguro para que vuelva a aparecer.

  • Acompañamiento terapéutico.
  • Escuchar las necesidades del cuerpo: descanso, movimiento, nutrición.
  • Practicar la presencia: momentos de silencio, contacto con la naturaleza, arte.
  • Reaprender a sentir sin culpa. No se trata de “dejar de funcionar”, sino de volver a habitarte, de construir una vida donde también tú estés presente.

Si alguna vez sentiste que todo está bien, pero tú no lo estás… no estás solo. Nombrarlo ya es empezar a cuidarte. Porque vivir por fuera no basta: mereces también estar en casa por dentro.

Cómo sanar la herida que generó el autoabandono

No se trata de hacer más. Ni de convertirte en una versión perfecta de ti. Se trata de volver a ti.
Cuando hablamos de autoabandono, hablamos de una herida profunda: la de haberte sentido sola en momentos en los que necesitabas cuidado, presencia, sostén. Aprendiste a sobrevivir desconectándote de tus necesidades básicas: descansar, alimentarte bien, moverte, disfrutar. Quizás fuiste la niña o el niño que se hizo adulta/o demasiado pronto, que aprendió a no molestar, a no necesitar, a no ser carga. Y ahora, en la adultez, sigues funcionando. Trabajas, resuelves, sostienes a otros. Pero tú, ¿dónde estás?

  • Sanar esa herida no es hacer dieta, ir al gimnasio o practicar mindfulness porque “hay que hacerlo”.
  • No es ser perfecta ni tener una vida basada en logros, es hacer un trabajo profundo de conexión.
  • Es algo más profundo: es permitirte volver a habitarte.
  • Es empezar a preguntarte: ¿qué necesito yo hoy?
  • Es dar espacio al cuerpo que has ignorado tanto tiempo.
  • Es descansar sin culpa. Comer sin castigo. Moverte por placer, no por exigencia.
  • Es dejar de mirarte con los ojos de quienes no supieron verte.

Sanar es un acto de presencia. Y de paciencia.
No se trata de logros, sino de vínculo contigo.

No hay un destino final, pero sí un camino de regreso: cada vez que te eliges, aunque sea un poquito, estás sanando.

¿Cómo empiezo a sanar el autoabandono en mi día a día?

Sanar no es algo que se logra de golpe, sino a través de pequeños actos de amor propio sostenidos en el tiempo. Aquí van algunos ejemplos sencillos, pero profundamente transformadores:

  • Descansar cuando estás cansada/o, no solo cuando “ya no puedes más”: Pon límites. Apaga el ordenador antes. Tómate un día sin hacer nada “productivo”.
  • Comer con presencia: No es hacer dieta, es sentarte sin pantallas, saborear, preguntarte qué te apetece y cómo te cae lo que comes.
  • Mover tu cuerpo desde el placer, no desde la culpa: Caminar, bailar, estirarte al despertar. Movimiento suave que te recuerde que estás viva.
  • Decirte cosas amables: Observa tu diálogo interno: ¿te hablas como te hablarías si fueras tu mejor amiga/o?
  • Cuidar tu entorno: Ordenar un rincón, encender una vela, poner una canción que te conecte. Tu espacio también habla de tu vínculo contigo.
  • Tomarte en serio cuando algo duele: No minimizar lo que sientes. No justificar lo que te daña.

¿Cómo te acompañamos en terapia?

El trabajo terapéutico no es una corrección de lo que haces mal, sino un acompañamiento amoroso para que te reencuentres contigo.
En terapia te ayudamos a:

  • Reconocer el origen de tu autoabandono. Entender por qué te desconectaste, cuándo aprendiste que no podías necesitar, sentir o descansar.
  • Construir un espacio seguro para volver a sentir. Empezar a habitarte sin juicio.
  • Revisar tus creencias. Dejar de vivir desde el “deber” constante para dar lugar al deseo, al permiso, al cuidado.
  • Acompañarte en el proceso de cambio. No estás sola: estás acompañada en el camino de volver a ti.

Volver a ti no es egoísmo, es sanación.

Tu vida no necesita más logros.
Necesita más presencia, más ternura, más verdad

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

La herida del abandono: Cuando el vacío emocional domina tu vida
La herida del abandono: cuando el vacío emocional domina tu vida 800 800 Sandra Ribeiro

La herida del abandono: cuando el vacío emocional domina tu vida

Hay un vacío que no se ve en los exámenes médicos. Un dolor que no tiene nombre, pero se cuela en el día a día y se manifiesta de formas muy distintas: comiendo sin hambre real, comprando sin necesidad, trabajando sin parar, relacionándose con personas que no están disponibles emocionalmente.

Ese vacío suele tener raíces muy tempranas. A veces, nace cuando somos niños y sentimos —con razón o sin ella, pero con mucha fuerza emocional— que no éramos importantes, que no nos veían, que no éramos suficientes para que mamá o papá se quedaran, nos cuidaran o nos amaran de forma constante.

Es lo que llamamos herida de abandono. A veces también se mezcla con la de rechazo. Heridas invisibles, pero poderosas.

Lo que no nombramos, lo convertimos en conducta

Cuando no somos conscientes o no ponemos en palabras lo que sentimos o vivimos, lo manifestamos a través de nuestras acciones, muchas veces de forma inconsciente.

  • Si nunca pude decir «me sentí solo/a de niño», tal vez hoy busco relaciones donde acepto cualquier cosa con tal de no estar solo.
  • Si no puedo poner en palabras que me sentí abandonado/a, quizás actúe ese dolor comiendo compulsivamente o trabajando sin parar para no sentir.

El síntoma habla por lo que la persona aún no puede decir

Así es como, sin darnos cuenta, intentamos llenar ese hueco con excesos:

  • Comemos de más porque la comida calma, ocupa, anestesia. Porque durante unos minutos nos distrae de ese malestar interno que no sabemos explicar.
  • Engordamos como una forma inconsciente de ser vistos, de tener un cuerpo que “ocupe espacio” cuando emocionalmente sentimos que no lo ocupamos en ningún lugar.
  • Gastamos en exceso buscando algo que nos haga sentir bien —ropa, objetos, tecnología, comida, cursos, todo vale— o incluso esperando inconscientemente que alguien venga a rescatarnos del descontrol económico en el que nos metimos, como una metáfora del salvador que nunca llegó.
  • Nos volvemos adictos al trabajo, al rendimiento, al éxito, como forma de demostrar que valemos algo, que somos útiles, que si rendimos no nos dejarán.

Pero detrás de todo esto hay una historia. No se trata de culpar, sino de comprender. Quizás tu madre no pudo estar emocionalmente presente. Quizás tu padre se fue o estaba, pero no te veía. Quizás creciste aprendiendo a no necesitar nada, a ser fuerte, a no molestar. Y en esa autosuficiencia forzada, empezaste a rellenar el vacío como podías.

La paradoja es que ningún exceso llena el vacío. Solo lo agranda.

La saciedad momentánea da paso a la culpa. La compra da paso a la deuda. El logro da paso a la exigencia del siguiente logro. Y así, el ciclo se repite.

Mientras no sanes el vacío emocional que dejó en ti la herida de abandono y/o rechazo durante la infancia —esa sensación persistente de no haber sido visto, escuchado o amado por tus padres—, seguirás intentando taparlo como puedas.

  • Comerás en exceso para calmar la ansiedad y llenar el hueco afectivo.
  • Engordarás quizás para que por fin te vean, para ocupar un lugar, para que no te ignoren.
  • Te endeudarás comprando compulsivamente, buscando que alguien te rescate, como un reflejo inconsciente del deseo de que alguien te salve del dolor de estar solo/a.
  • Trabajarás de más para sentir que vales, que mereces, que no te van a dejar.

Pero nada externo logrará sanar lo interno, hasta que te atrevas a mirar de frente esa herida, y poco a poco la transformes con amor, presencia y cuidado.

Vínculos que repiten la herida del abandono: dependencia emocional y relaciones con personas no disponibles

Otra forma frecuente de intentar llenar el vacío emocional del abandono es a través de relaciones afectivas que, sin darnos cuenta, replican el mismo patrón de carencia.

  • La dependencia emocional surge cuando sentimos que necesitamos a otro para sentirnos bien, completos, validados. Nos apegamos con miedo, buscamos constantemente aprobación, y nos cuesta estar solos. Esta necesidad desbordada suele tener su origen en la infancia, cuando aprendimos que para que nos quisieran teníamos que portarnos bien, no molestar, o estar siempre disponibles para el otro.
  • Relacionarnos con personas emocionalmente no disponibles también es una forma de repetir la herida. Buscamos vínculos donde el otro se muestra frío, evasivo, inconsistente… porque, en el fondo, eso nos resulta familiar. Nuestro sistema emocional intenta resolver, desde el presente, una carencia no resuelta del pasado.

Y lo más paradójico es que estas relaciones duelen…, pero también generan una especie de “enganche emocional”, una esperanza constante de que, esta vez sí, alguien se quede. Esa esperanza es la niña o el niño interior que aún espera que mamá o papá estén disponibles emocionalmente.

¿Qué necesitamos, entonces?

  1. Primero, reconocer el origen. Poner palabras a lo que sentimos. Nombrar la herida.
  2. Después, empezar a tratar esa parte interna —esa niña o ese niño herido— con amor, paciencia y límites.
  3. Aprender a cuidarnos desde un lugar sano, no desde la compensación o la carencia.
  4. Buscar ayuda profesional si sentimos que solos no podemos.

Sanar la herida de abandono no significa olvidar lo que pasó, sino dejar de vivir desde ahí. Significa dejar de buscar fuera lo que solo puede construirse dentro. Y aprender que merecemos amor, cuidado y presencia, sin necesidad de excesos que nos dañan.

Un caso clínico: Marta y la herida invisible

Marta es una paciente ficticia, pero puede dar voz a cualquiera que esté pasando por lo mismo.

Marta tiene 37 años. Llega a consulta por un problema con la comida. Siente que no puede parar de comer dulces por la noche, cuando llega del trabajo. Ha probado varias dietas, pero ninguna le funciona. Dice sentirse vacía, sola, sin rumbo, aunque aparentemente “todo le va bien”: tiene un buen trabajo, una pareja estable, amigas con las que se ve de vez en cuando.

A medida que avanzamos en el proceso terapéutico, aparece la historia detrás del síntoma. Marta es hija única de una madre con depresión crónica y un padre que trabajaba largas jornadas. Recuerda una infancia silenciosa, con una casa donde había comida, techo, colegio… pero no había presencia emocional.

Marta aprendió muy pronto a “no molestar”, a no pedir, a no necesitar. A cuidar a su madre y a resolver sola sus problemas. El hambre emocional, no satisfecho en la infancia, se transformó en hambre física. Y el exceso de trabajo en la adultez fue su forma de evitar sentir.

¿Qué hacemos desde un enfoque integrador y sistémico?

En nuestro enfoque, no nos quedamos solo en el síntoma (por ejemplo: la alimentación desregulada), sino que buscamos entender el sentido que tuvo esa conducta en la historia de vida de la persona.

  • Exploramos la narrativa de la infancia, con respeto y profundidad, no para culpar a los padres, sino para dar sentido a lo que hoy duele.
  • A través de diferentes herramientas, ayudamos a conectar cómo se construyó ese vacío y qué creencias se asociaron a él (por ejemplo: “no debo necesitar”, “no merezco cuidado”, “si me esfuerzo mucho, no me dejarán”).
  • Trabajamos con el cuerpo y las emociones, integrando el enfoque somático, porque el abandono no solo se piensa, se siente en el cuerpo: en el pecho que aprieta, en el estómago que nunca se sacia, en la tensión de estar siempre alerta.
  • Damos espacio a la niña o el niño interior. No como una metáfora, sino como una parte real del sistema interno de la persona que necesita ser vista/o, cuidada/o, escuchada/o.
  • Revisamos los patrones relacionales actuales: ¿qué relaciones repiten el abandono o la invisibilización? ¿En qué lugares sigues adaptándote para no ser rechazada/o?
  • Y algo muy importante: ayudamos a diferenciar el pasado del presente. Porque a menudo el vacío que sentimos no es actual, sino una repetición emocional de una falta de cuidado antigua.

Te acompañamos a construir una nueva forma de estar contigo misma/o, más amorosa, más presente, más entera.

Sanar es volver a casa

Rellenar el vacío con excesos es una forma de sobrevivir. No es debilidad. Es una adaptación inteligente que en algún momento funcionó, pero cuando ya no funciona, cuando duele más de lo que calma, es momento de mirar hacia adentro.
Sanar la herida de abandono no es fácil, pero es posible. Y en ese camino, la terapia puede ser ese primer lugar seguro donde, por fin, alguien te ve, te escucha y te acompaña. Sin exigencias, sin juicios, sin condiciones. No para llenarte desde fuera, sino para que puedas empezar a habitarte desde dentro.

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

Cuando tu peor enemigo eres tú: el dolor del diálogo interno destructivo
Cuando tu peor enemigo eres tú: el dolor del diálogo interno destructivo 800 800 Sandra Ribeiro

Cuando tu peor enemigo eres tú: el dolor del diálogo interno destructivo

“Me hablo fatal. Mi diálogo interno no podría ser más destructivo.”

Frases como esta son mucho más comunes de lo que imaginamos. Muchas personas viven con una voz interna que las maltrata, las critica, las compara, las avergüenza y les exige. Lo hacen en automático. Sin cuestionarlo. Sin darse cuenta de que esa voz no es la verdad. Que no son ellas mismas.
Este artículo es para quienes se hablan mal y están empezando a tomar conciencia. Para quienes crecieron en ambientes que normalizaron el castigo, el desprecio o la exigencia como forma de «educar» o de «amar». Y ahora, en la adultez, ese lenguaje se volvió su idioma interior.

¿Qué es el diálogo interno y cómo se vuelve destructivo?

El diálogo interno es la conversación que mantenemos con nosotras/os mismas/os a lo largo del día. A veces es una voz compasiva, otras veces es una voz que critica, juzga y lastima. Cuando esa voz se vuelve el canal principal de comunicación interna, empezamos a vivir desde un lugar de autorrechazo, de exigencia constante, de no sentirnos nunca suficiente.
Este diálogo no aparece de la nada. Se construye. Se aprende. Se copia. Y muchas veces se arraiga en la infancia.

¿De dónde viene este modo de hablarnos? Posibles causas

1. Modelos parentales críticos o fríos emocionalmente

  • Padres o madres que corregían más de lo que reconocían.
  • Frases como “no seas tonto”, “así no vas a llegar a nada”, “siempre lo haces mal” se filtraron y se quedaron.
  • O lo contrario: silencio emocional. Padres ausentes o indiferentes, donde el mensaje era “no importas”, “no hay lugar para lo que sientes”.

2. Ambientes en los que solo valías si rendías

  • Hogares o colegios donde el amor se asociaba al éxito, la obediencia o la productividad.
  • Aprendimos que solo merecíamos ser vistos/as si éramos perfectos/as.

3. Experiencias de abuso o relaciones tóxicas

  • Cuando se convive con parejas, amistades o familiares que nos humillan, nos invalidan o nos minimizan, esa voz ajena termina habitando dentro.

4. Aceptación de migajas emocionales

  • Si crecimos acostumbrándonos a poco, es fácil normalizar el maltrato, incluso el propio.
  • Aceptar migajas de los demás muchas veces empieza por darnos migajas a nosotros/as mismos/as.

¿Cómo saber si tengo un diálogo interno negativo?

Hazte estas preguntas y observa qué respuestas surgen. Después, lee los ejemplos. Si te resuenan, es muy probable que convivas con un diálogo interno dañino, aunque no lo supieras.

¿Cómo me hablo cuando cometo un error?

Ejemplo: “Qué torpe soy, otra vez la he cagado. No aprendo nunca. Todo el mundo debe estar pensando que soy idiota.”

¿Qué me digo cuando me miro al espejo?

Ejemplo: “Qué horror de cara. Mira esas ojeras, esa piel… Estoy fatal. ¿Cómo alguien va a quererme así?”

¿Me permito celebrar mis logros o los minimizo?

Ejemplo: “Bueno, tampoco es para tanto. Cualquiera podría haberlo hecho. Seguro que tuve suerte.”

¿Siento culpa o vergüenza constantemente, incluso sin saber por qué?

Ejemplo: “No debería haber dicho eso… seguro que pensaron mal de mí. ¿Por qué tengo que ser siempre tan pesada? Mejor no haber hablado.”

¿Me exijo más de lo que exigiría a alguien a quien quiero?

Ejemplo: “No puedo permitirme descansar, aún no he hecho todo lo que tenía que hacer. No me lo merezco. Si bajo el ritmo, me convierto en una vaga.”

¿Me cuesta pedirme perdón o reconocerme con cariño?

Ejemplo: “Claro que me equivoqué, como siempre. No hay nada que perdonar. Yo soy así, un desastre.”

¿Tiendo a compararme con los demás desde la carencia?

Ejemplo: “Mira esa persona, lo bien que le va. Yo nunca voy a llegar a eso. No tengo nada especial, ¿quién me va a valorar como soy?”

¿Se puede cambiar esa voz? Sí. Pero requiere tiempo, consciencia y mucha ternura.

Algunas claves del tratamiento y el camino hacia una voz interna más amorosa:

1. Identificar la voz crítica

  • Ponerle nombre. Reconocer cuándo aparece, qué dice, de qué te está protegiendo.
  • Muchas veces intenta evitar el dolor del rechazo, aunque lo haga mal.

2. Explorar su origen

  • ¿A quién te recuerda esa voz? ¿De quién aprendiste a hablarte así?
  • La terapia puede ser muy útil para este trabajo de rastreo emocional.

3. Desarrollar una voz compasiva

  • No se trata de eliminar la crítica, sino de sumar otra voz: la que valida, consuela, acompaña.
  • Imagina cómo le hablarías a una niña que está sufriendo. Ese tono es el que necesitas cultivar.

4. Practicar el cuidado cotidiano

  • Cambiar el lenguaje: del “soy un desastre” al “estoy aprendiendo”.
  • Ser paciente cuando recaigas. Porque sí, volverás a hacerlo. Y ahí necesitas más ternura, no más castigo.

5. Buscar espacios seguros

  • Relaciones donde puedas ser tú sin sentir que tienes que ganarte tu lugar.
  • Terapia, grupos, amistades conscientes. Porque sanar también es rodearte de quienes te hablen con amor, hasta que puedas hacerlo tú.

El diálogo interno destructivo no se instala de la noche a la mañana. Se aprende, pero también puede desaprenderse. Quizás te pasaste años hablándote mal, sin saber que había otra manera. Quizás hoy estás empezando a escucharte. Y eso ya es una forma de amor. No se trata de que te hables perfecto, sino de que empieces a hablarte con respeto, con comprensión, con humanidad.

Escala de alerta: ¿Cómo es tu diálogo interno?

Nivel verde: diálogo interno funcional y amoroso

Tienes una voz interna mayormente amable. Aunque a veces aparece la autocrítica, sabes regularla y cuidarte.

  • “Hoy no me salió como esperaba, pero lo intenté y eso ya vale.”
  • “Estoy cansada, y está bien descansar.”
  • “No tengo que ser perfecta para merecer amor o respeto.”

Este nivel indica un buen vínculo contigo misma/o. Puedes seguir fortaleciendo esta voz con prácticas de autocuidado y autocompasión.

Nivel amarillo: diálogo interno exigente o ambivalente

Tu voz interna alterna entre exigencia y momentos de comprensión. Te cuesta sostenerte con ternura cuando te equivocas o no rindes como esperas.

  • “¿Por qué no puedo hacerlo mejor? Aunque supongo que nadie es perfecto…”
  • “Me permito descansar, pero luego me siento culpable.”
  • “Sé que no está tan mal lo que hice, pero podría haberlo hecho mejor.”

Este nivel puede parecer «normal», pero genera desgaste emocional. Es una señal de que sería beneficioso empezar a observar tu diálogo interno con más atención.

Nivel rojo: diálogo interno destructivo y crónico

Predomina una voz crítica, humillante o que te invalida constantemente. Afecta tu autoestima, tus relaciones y tu salud mental.

  • “No sirvo para nada. Soy una carga para todos.”
  • “Todo lo arruino. Mejor no intento nada.”
  • “Nadie me va a querer si me muestro como soy.”

Este nivel requiere atención y apoyo terapéutico. Es una señal de que tu diálogo interno no te está cuidando, y que quizás estás repitiendo formas de maltrato que viviste o normalizaste.

¿En qué nivel te reconoces?

Recuerda: ninguna voz interior nace sola. Se construye a partir de vivencias, mensajes recibidos y contextos, pero también se puede transformar. Hablarte distinto no es autoayuda barata. Es una forma de sanar lo que dolió y empezar a tratarte con la dignidad que mereces.

 

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

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Desafíos familiares en la adolescencia
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Desafíos familiares en la adolescencia

La adolescencia es una etapa de transición tanto para los hijos como para los padres. Así como los adolescentes experimentan cambios físicos, emocionales y psicológicos, las dinámicas familiares también deben ajustarse para facilitar este proceso de crecimiento. En términos de desarrollo familiar, cada etapa trae consigo desafíos y transformaciones, y la adolescencia no es la excepción. En esta fase, los padres deben aprender a equilibrar la autonomía de sus hijos con la necesidad de seguir brindándoles apoyo y estructura.

El desarrollo familiar y la adolescencia

Las familias evolucionan a lo largo del tiempo, pasando por diferentes etapas que requieren ajustes en sus normas, roles y dinámicas. Cuando los hijos alcanzan la adolescencia, la estructura familiar debe adaptarse a su creciente necesidad de independencia y exploración del mundo exterior. Sin embargo, este proceso no siempre es sencillo, y la resistencia al cambio por parte de los padres o del propio adolescente puede generar conflictos dentro del núcleo familiar.

Uno de los cambios clave en esta etapa es la pseudo-individuación de los adolescentes. Esto significa que los jóvenes comienzan a verse a sí mismos como individuos separados de su familia, con ideas propias y un fuerte deseo de autonomía. Para los padres, esto puede generar sentimientos de pérdida o temor al cambio, lo que a veces se traduce en intentos de mantener un control estricto sobre sus hijos. Esta lucha entre la necesidad de independencia del adolescente y la resistencia al cambio de los padres es uno de los principales desafíos familiares durante esta etapa.

Principales desafíos familiares en la adolescencia

 

1. Flexibilizar normas y límites

Durante la infancia, las reglas familiares suelen ser claras y estructuradas. Sin embargo, en la adolescencia, los jóvenes comienzan a cuestionarlas y a exigir mayor flexibilidad. Esto no significa que los límites deban desaparecer, sino que es importante adaptarlos a su crecimiento y fomentar el diálogo en la toma de decisiones.

¿Cómo abordarlo?

  • Mantener normas claras, pero negociables, permitiendo que el adolescente participe en su construcción.
  • Diferenciar entre reglas fundamentales (como la seguridad) y aquellas que pueden flexibilizarse con el tiempo.
  • Enseñarles a asumir responsabilidad sobre sus decisiones y sus consecuencias.

2. Aceptar la autonomía del adolescente

A medida que los adolescentes buscan definir su identidad, es normal que se alejen un poco de la familia y prioricen su vida social. Este proceso puede ser difícil para los padres, quienes pueden sentir que están perdiendo el control sobre sus hijos.

¿Cómo abordarlo?

  • Aceptar que la independencia es un paso necesario para su desarrollo.
  • Brindarles oportunidades para que tomen decisiones y experimenten la autonomía de manera segura.
  • Seguir disponibles emocionalmente sin imponer presencia constante.

3. Gestionar los conflictos familiares

Las diferencias de opinión entre padres y adolescentes pueden generar discusiones frecuentes. Es común que surjan desacuerdos en temas como horarios, amigos, uso de tecnología y responsabilidades.

¿Cómo abordarlo?

  • Fomentar el diálogo en lugar de la imposición.
  • Escuchar activamente las preocupaciones del adolescente antes de responder.
  • Practicar la empatía y evitar reaccionar desde la autoridad sin comprensión.

4. Equilibrar la protección y la libertad

Uno de los mayores desafíos para los padres es encontrar el punto medio entre proteger a sus hijos y permitirles aprender de sus propias experiencias.

¿Cómo abordarlo?

  • Enseñarles a tomar decisiones responsables en lugar de simplemente prohibir.
  • Guiarlos con información sobre los riesgos en lugar de controlarlos.
  • Establecer confianza mutua, de manera que sientan que pueden acudir a sus padres ante cualquier problema.

5. Adaptarse a los cambios en la comunicación

El modo en que los adolescentes se comunican con sus padres cambia significativamente en esta etapa. Es posible que se vuelvan más reservados o que prefieran compartir sus pensamientos con amigos antes que con su familia.

¿Cómo abordarlo?

  • Crear espacios para el diálogo sin forzar la comunicación.
  • Respetar su privacidad sin interpretarlo como un rechazo.
  • Utilizar herramientas como la escucha activa y el interés genuino para mantener la conexión.

El rol de los padres en la adaptación familiar

El ajuste familiar en la adolescencia requiere flexibilidad y disposición para el cambio. Los padres juegan un papel clave en este proceso, y su actitud hacia esta etapa puede influir significativamente en la calidad de la relación con sus hijos. Para facilitar una transición armoniosa, es importante:

  • Aceptar que la adolescencia es una etapa transitoria, donde los cambios son parte del desarrollo natural.
  • Evitar la sobreprotección, ya que puede impedir el crecimiento personal del adolescente.
  • Practicar la paciencia y la empatía, entendiendo que los cambios en la conducta de los hijos no son un rechazo personal, sino parte del proceso de individuación.
  •  Ser un modelo a seguir, mostrando habilidades de regulación emocional y resolución de conflictos.

 

La adolescencia no solo es un periodo de transformación para los jóvenes, sino también para sus familias. Aceptar los cambios propios de esta etapa y adaptarse a ellos es clave para fortalecer los lazos familiares y ayudar a los adolescentes a crecer de manera saludable. Flexibilizar normas, fomentar la comunicación y equilibrar la autonomía con la supervisión son estrategias fundamentales para lograr un ambiente familiar armonioso.

En algunas ocasiones puede ser necesario pedir ayuda profesional para trabajar las dificultades que puede tener una familia para adaptarse a esta etapa. Como psicóloga especializada en terapia familiar veo que con comprensión y disposición al cambio, las familias pueden superar los desafíos de la adolescencia y convertir esta etapa en una oportunidad de crecimiento mutuo.

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Valentina Arnez

Psicóloga General Sanitaria (M-33996)

Psicóloga General Sanitaria especializada en el enfoque sistémico con niños, adolescentes, adultos, parejas y familias.

 

Desarrollo neurológico en la adolescencia
Desarrollo neurológico en la adolescencia 800 800 Sandra Ribeiro

Desarrollo neurológico en la adolescencia

La adolescencia es una etapa de transformaciones profundas, no solo a nivel físico y emocional, sino también en el desarrollo neurológico. Aunque muchas personas asumen que el cerebro de un adolescente ya está completamente desarrollado, la realidad es que este proceso de madurez cerebral se extiende hasta los 18-20 años o más.

La maduración del cerebro: un proceso de atrás hacia adelante

El desarrollo del cerebro adolescente sigue un patrón de madurez que va de la parte posterior hacia la anterior. Esto significa que las regiones más primitivas y automáticas del cerebro maduran primero, mientras que las áreas responsables del control racional y la toma de decisiones son las últimas en desarrollarse.

Uno de los elementos clave en este proceso es la corteza prefrontal, la última región en alcanzar su madurez completa. Esta zona del cerebro es responsable de funciones como:

  • Control de impulsos
  • Toma de decisiones
  • Pensamiento analítico y planificación a largo plazo
  • Regulación emocional
  • Autoconciencia y desarrollo de la identidad

Dado que la corteza prefrontal aún está en desarrollo durante la adolescencia, es común observar comportamientos impulsivos, reacciones emocionales intensas y dificultades para prever las consecuencias de sus acciones. Esto explica por qué los adolescentes pueden parecer emocionalmente inestables o reaccionar de manera exagerada a situaciones que para los adultos nos pueden parecer triviales.

Además, esta inmadurez neurológica impacta en su capacidad de inhibición de respuestas automáticas, lo que los hace más susceptibles a la influencia social y al deseo de gratificación instantánea. Esto también puede influir en la toma de decisiones arriesgadas, ya que el cerebro adolescente prioriza las recompensas inmediatas sobre los beneficios a largo plazo.

Investigaciones en neurociencia han demostrado que, aunque los adolescentes tienen la capacidad de razonar de manera lógica en situaciones controladas, en entornos de alta carga emocional su juicio puede verse comprometido debido a la activación del sistema límbico, el cual está altamente desarrollado en esta etapa y responde de manera intensa a estímulos emocionales.

Funciones cognitivas en desarrollo

Durante esta etapa, varias habilidades cognitivas continúan evolucionando, lo que explica muchas de las actitudes y desafíos propios de los adolescentes:

  • Atención y concentración: Aún está en proceso de madurez la capacidad para mantener el enfoque en tareas complejas o prolongadas, lo que puede influir en su rendimiento académico y en su organización diaria.
  • Capacidad de planificación: Dado que el pensamiento a largo plazo es limitado, los adolescentes suelen tomar decisiones basadas en el presente sin evaluar completamente las posibles repercusiones futuras.
  • Memoria a corto plazo: Aunque su capacidad de aprendizaje es rápida, la retención de información y la gestión de datos a corto plazo pueden verse afectadas por factores como la fatiga o el estrés emocional.

Impulsividad y tendencia a la acción

Uno de los fenómenos más notorios de la adolescencia es la tendencia a actuar antes de pensar. Esto se debe a que las estructuras cerebrales involucradas en la recompensa y la búsqueda de placer, como el sistema límbico, están hiperactivas en esta etapa, mientras que los mecanismos de autocontrol aún están madurando.

Este desbalance explica por qué los adolescentes:

  • Pueden tomar decisiones impulsivas sin considerar plenamente sus consecuencias.
  • Son más propensos a asumir riesgos.
  • Experimentan cambios de humor intensos y reacciones emocionales que pueden ser exageradas.

Si bien estos comportamientos pueden ser desafiantes, también son parte del proceso natural de crecimiento y exploración.

El desarrollo de la identidad y la autoconciencia

A medida que los adolescentes comprenden mejor el mundo que los rodea, también inician un viaje interno para descubrir quiénes son. Esta etapa es clave en la construcción de su identidad y personalidad.

Los adolescentes suelen cuestionarse aspectos fundamentales sobre su identidad y su lugar en el mundo, como adultos podemos ayudar a los adolescentes a reflexionar a través de preguntas como:
•   ¿Quién soy y qué quiero llegar a ser?
•   ¿Cómo me relaciono con mi entorno?
•   ¿Qué valores y creencias realmente me representan y cuáles provienen de mi familia o sociedad?

Guiarlos en este proceso de autoexploración es clave para su desarrollo emocional y social. Aunque puede generar dudas e inseguridad, también les brinda la oportunidad de fortalecer su autoconocimiento y construir una autoestima más sólida.

Acompañando el desarrollo neurológico del adolescente

Dado que la madurez del cerebro no ocurre de un día para otro, los adultos pueden desempeñar un papel clave en el acompañamiento de este proceso. Algunas estrategias útiles incluyen:

  • Fomentar el pensamiento crítico y la reflexión: En lugar de imponer reglas sin explicación, incentivar el debate y la búsqueda de soluciones razonadas.
  • Enseñar habilidades de regulación emocional: Ayudar a los adolescentes a identificar y gestionar sus emociones de manera saludable.
  • Brindar apoyo y paciencia: Comprender que los errores y la impulsividad forman parte del aprendizaje.
  • Favorecer hábitos saludables: Un sueño adecuado, alimentación balanceada y ejercicio físico pueden contribuir al desarrollo cerebral y mejorar su bienestar emocional.

 

El desarrollo neurológico en la adolescencia es un proceso fascinante y desafiante que influye en la manera en que los jóvenes perciben el mundo y toman decisiones. Acompañarlos con comprensión y guiarlos en la construcción de su identidad les permitirá desarrollar las habilidades necesarias para una transición saludable hacia la adultez.

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Valentina Arnez

Psicóloga General Sanitaria (M-33996)

Psicóloga General Sanitaria especializada en el enfoque sistémico con niños, adolescentes, adultos, parejas y familias.

 

El gran desafío de ser padres y madres primerizos
El gran desafío de ser padres y madres primerizos 800 800 Sandra Ribeiro

El gran desafío de ser padres y madres primerizos

Ser padre o madre por primera vez es una experiencia transformadora, llena de emociones intensas, amor incondicional y, al mismo tiempo, grandes desafíos. A menudo, la llegada de un bebé trae consigo una serie de dificultades que pueden generar estrés, cansancio extremo y dudas constantes sobre si se está haciendo bien el papel de padre o madre.

Problemas más habituales en la crianza primeriza

  1. Estrés y cansancio extremo

Las noches sin dormir, el llanto del bebé y la constante atención que requiere pueden llevar a un agotamiento físico y mental. La falta de sueño afecta el estado de ánimo y la capacidad de tomar decisiones, lo que puede hacer que los padres y madre se sientan desbordados.

  1. Acumulación de tareas

Las responsabilidades aumentan drásticamente: alimentación, pañales, visitas médicas, limpieza del hogar y, en muchos casos, el regreso al trabajo. La sensación de no llegar a todo puede generar ansiedad y frustración.

  1. Dificultad para conciliar el sueño

No solo el bebé interrumpe el descanso, sino que la preocupación constante y la sobrecarga mental pueden hacer que los padres y madres tengan dificultades para dormir incluso cuando el bebé descansa.

  1. Miedo a estar haciéndolo mal

Es común que los padres y madres primerizos se cuestionen cada decisión: ¿Está comiendo suficiente? ¿Por qué llora tanto? ¿Deberíamos seguir esta recomendación o la otra? Este miedo puede llevar a un estado de alerta constante y agotador.

  1. Búsqueda de información en redes sociales

En la era digital, las redes sociales y los foros están llenos de consejos sobre crianza, pero la sobreinformación puede ser contraproducente. Las comparaciones con otras familias pueden generar más inseguridad y estrés.

  1. Falta de tiempo en pareja

El tiempo en pareja suele reducirse drásticamente. Las noches románticas se convierten en madrugadas sin dormir y las conversaciones giran en torno a las necesidades del bebé. Esto puede generar distancia emocional.

  1. Diferencias en los estilos educativos

Cada persona trae consigo su propia historia familiar y visión sobre la crianza. Esto puede generar conflictos en la pareja, especialmente si no se establecen acuerdos claros sobre cómo educar al bebé.

  1. Comparaciones y la carga mental de quién hace más

Uno de los conflictos más habituales es la percepción de que uno de los dos progenitores está asumiendo más responsabilidades que el otro. La crianza es un trabajo en equipo y la distribución de tareas debe ser equilibrada para evitar resentimientos.

Mitos sobre los estilos de crianza

Existen muchos mitos en torno a la crianza que pueden generar confusión y culpa en los padres y madres primerizos. Algunos de los más comunes son:

  • «No cojas al bebé en brazos porque se acostumbra»: La realidad es que el contacto físico es fundamental para el desarrollo emocional del bebé y fortalece el vínculo afectivo.
  • «Déjale llorar para que aprenda a calmarse solo»: Los bebés no tienen la capacidad de autorregularse en los primeros meses, por lo que atender su llanto es fundamental para su bienestar.
  • «El colegio es peligroso y crea dependencia»: El colegio, practicado de manera segura, puede favorecer el descanso del padre/madre y el bebé, además de reforzar el apego.
  • «Debe dormir solo desde bebé para que sea independiente»: La independencia no se construye a través de la separación forzada, sino mediante una relación de confianza y seguridad.

Es importante informarse y tomar decisiones basadas en la evidencia científica y en lo que funcione mejor para cada familia.

La importancia del apego seguro

El apego seguro es la base del desarrollo emocional y psicológico del bebé. Se construye a través de interacciones consistentes y sensibles con los cuidadores principales. Para fomentar un apego seguro, los padres/madres pueden:

  • Atender las necesidades del bebé de manera sensible y constante, respondiendo a su llanto y necesidades emocionales sin temor a ‘malcriar’.
  • Ofrecer contacto físico y cercanía, ya que el contacto piel con piel, las caricias y los abrazos refuerzan el vínculo afectivo.
  • Proporcionar rutinas predecibles, lo que ayuda al bebé a sentirse seguro y confiado en su entorno.
  • Favorecer la expresión emocional, validando las emociones del bebé y evitando frases como «no llores» o «no pasa nada».
  • Ser modelos de regulación emocional, ya que los bebés aprenden de sus cuidadores cómo gestionar el estrés y las emociones.

¿Cómo puede ayudar la terapia?


La terapia psicológica puede ser un gran recurso para los padres y madres primerizos, ayudándolos a gestionar mejor el estrés, la ansiedad y los conflictos de pareja. Algunas de las maneras en que puede contribuir incluyen:

  • Aprender a manejar la ansiedad y el cansancio mediante estrategias de regulación emocional y organización del tiempo.
  • Fortalecer la comunicación en pareja para encontrar acuerdos en la crianza y evitar discusiones recurrentes.
  • Desarrollar expectativas realistas sobre la maternidad y paternidad, comprendiendo que la perfección no existe y que cada familia encuentra su propio camino.
  • Evitar la sobrecarga mental aprendiendo a delegar y compartir tareas de manera equitativa.
  • Conectar con el bebé y con uno mismo sin perder la identidad propia ni la relación de pareja.

Ser madre o padre primerizo es un reto, pero también una oportunidad para crecer y fortalecer vínculos. Con apoyo adecuado y una mirada compasiva hacia uno mismo, es posible transitar esta etapa con mayor seguridad y bienestar.

 

 

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

Trauma familiar
¿Familias traumatizadas traumatizan? Cómo romper el ciclo 800 800 Sandra Ribeiro

¿Familias traumatizadas traumatizan? Cómo romper el ciclo

El ciclo del trauma familiar se perpetúa cuando el dolor no procesado de una generación se transmite a la siguiente, muchas veces de manera inconsciente. Padres que crecieron en entornos abusivos, negligentes o altamente demandantes pueden, sin proponérselo, replicar esos mismos patrones con sus hijos, incluso cuando se han prometido no hacerlo.

Es importante entender que el trauma no solo surge de grandes tragedias o eventos extremos. También puede originarse en experiencias aparentemente «normales» pero que dejaron una huella emocional profunda: una infancia sin espacio para expresar emociones, con exigencias desmedidas, con padres fríos o emocionalmente ausentes. Todo aquello que desbordó nuestra capacidad de afrontamiento y no fue procesado emocionalmente, puede convertirse en trauma.

¿Qué es el trauma?

El trauma es cualquier experiencia que sobrepasa nuestra capacidad emocional para afrontarla, dejándonos con una sensación persistente de indefensión, vulnerabilidad o desconexión. No se trata solo de grandes tragedias; también puede originarse en situaciones cotidianas que se repiten sin contención emocional o comprensión suficiente. Hablamos tanto de eventos puntuales (trauma agudo) como de la acumulación de experiencias dolorosas a lo largo del tiempo (trauma complejo o de desarrollo).

Estas vivencias, al no ser procesadas adecuadamente, dejan huellas profundas en nuestro sistema nervioso y en nuestra psique. Afectan cómo pensamos, sentimos y nos vinculamos, especialmente en nuestras relaciones más cercanas, como las de pareja o con nuestros hijos, donde la intimidad puede reactivar heridas no sanadas.

¿Desde dónde estoy educando? ¿Desde la herida o desde la sanación?

Cuando no hemos hecho un trabajo personal de introspección y elaboración de nuestra historia, llevamos nuestras heridas a nuestras relaciones más significativas, en especial con nuestros hijos. Sin darnos cuenta, podemos proyectar en ellos nuestras propias carencias, exigirles lo que no recibimos o castigarlos por heridas que en realidad nos pertenecen a nosotros.

Por ejemplo:

  • Si crecimos sintiendo que no éramos suficientes para nuestros padres, podemos convertirnos en padres excesivamente exigentes, buscando que nuestros hijos “sean mejores”.
  • Si sentimos que nunca fuimos vistos o validados, podemos buscar aprobación a través de nuestros hijos, haciendo que ellos carguen con una responsabilidad emocional que no les corresponde.
  • Si nos criaron bajo el miedo o la rigidez, podemos oscilar entre la sobreprotección y la dificultad para poner límites claros.

Sanar nuestra historia no significa justificar lo que nos pasó, sino reconocerlo, darle un lugar y procesarlo para que no siga gobernando nuestras decisiones. Cuando dejamos de buscar una reparación externa —de nuestros padres, de nuestra pareja o de nuestros hijos—, dejamos de exigirle al otro algo que no puede darnos y empezamos a responsabilizarnos de nuestro propio proceso de sanación.Ser padres conscientes implica preguntarnos con honestidad: ¿Desde dónde estoy educando? ¿Desde la herida o desde la sanación? La clave está en trabajar nuestra historia antes de que se convierta en la carga de nuestros hijos.

¿Cómo romper el ciclo del trauma familiar?

1. Reconocer el patrón

El primer paso es tomar conciencia de que existe un ciclo de trauma. Muchas personas creen que su infancia fue «normal» porque no tienen con qué compararla. Identificar las dinámicas disfuncionales, los mecanismos de defensa que hemos desarrollado y las emociones reprimidas es fundamental.

2. Comprender el impacto del trauma

Las experiencias de la infancia influyen profundamente en cómo nos relacionamos, cómo regulamos nuestras emociones y cuáles son nuestras reacciones automáticas. El trauma puede generar:

  • Hipervigilancia o ansiedad constante
  • Baja autoestima y sentimientos de culpa
  • Dificultades para confiar o para poner límites
  • Respuestas emocionales desproporcionadas ante ciertos desencadenantes

3. Buscar ayuda profesional

La terapia psicológica es una herramienta clave para procesar el trauma. Modelos como la terapia sistémica, EMDR, la terapia del trauma centrada en el cuerpo o el enfoque somático pueden ser especialmente efectivos para sanar heridas profundas y desarrollar nuevos recursos emocionales.

4. Desarrollar nuevas estrategias de crianza y relación

Romper el ciclo del trauma no implica ser un padre perfecto, sino un padre que se responsabiliza de su dolor para no proyectarlo. Algunas claves son:

  • Practicar la autorregulación emocional
  • Validar las emociones de nuestros hijos sin juzgar
  • Poner límites claros desde el afecto
  • Cultivar la comunicación empática

5. Crear un entorno seguro y amoroso

Una familia sin violencia, donde haya espacio para expresar emociones sin miedo, es un entorno sanador. La conexión emocional, el afecto sincero y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace pueden sanar mucho más de lo que imaginamos.

6. Sanar el niño interior

Reparentarse a uno mismo es un proceso en el que aprendemos a darnos el cuidado, el amor y la validación que no recibimos. Esto nos permite ser más compasivos con nosotros mismos y con quienes nos rodean, y romper patrones heredados de exigencia o frialdad.

7. Romper el silencio

Romper el ciclo del trauma no es fácil, pero es posible. Y, sobre todo, es un acto profundo de amor: hacia uno mismo, hacia nuestros hijos y hacia las generaciones que vienen. Sanar no es olvidar ni justificar, sino tomar conciencia, responsabilizarnos y elegir una forma distinta de relacionarnos.

Este camino de sanación requiere valentía, tiempo y compasión. A veces implica cuestionar creencias familiares que parecían inamovibles, poner límites con quienes más amamos o darnos el permiso de sentir lo que antes callamos. Pero cada paso que damos hacia la conciencia es también un paso hacia la libertad emocional de nuestros hijos. Porque el legado más valioso que podemos dejarles no es la perfección, sino la coherencia, el amor propio y la capacidad de reparar.

Cuando un adulto sana, libera a un niño. Y cuando ese niño ya no tiene que cargar con un dolor que no le pertenece, puede crecer libre, desarrollar su propio camino sin la carga de historias no resueltas y construir relaciones más sanas, más conscientes, más humanas.

 

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

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Primeras relaciones amorosas- cómo acompañar a nuestros hijos adolescentes
Primeras relaciones amorosas: cómo acompañar a nuestros hijos adolescentes 800 800 Sandra Ribeiro

Primeras relaciones amorosas: cómo acompañar a nuestros hijos adolescentes

La adolescencia es una etapa de grandes cambios, autodescubrimiento y nuevas experiencias, entre ellas, las primeras relaciones amorosas. Para los padres, este momento puede generar sentimientos encontrados: por un lado, es emocionante ver crecer a sus hijos y, por otro, surgen dudas sobre cómo acompañarlos sin invadir su privacidad ni imponer barreras innecesarias.

Guiar a tu hijo en sus primeras experiencias amorosas es clave para que desarrolle relaciones sanas y satisfactorias en el futuro, al mismo tiempo que fortalece su desarrollo emocional. Para ello, es importante abordar este tema con un enfoque preventivo, educativo y de acompañamiento. En base a mi formación y experiencia en terapia con adolescentes, te comento algunas estrategias clave para ayudar a tu hijo en esta etapa de su vida.

1. Fomentar una comunicación abierta y de confianza

Uno de los aspectos más importantes es que tu hijo sienta que puede hablar contigo sobre sus sentimientos y experiencias sin miedo a ser juzgado. Con actitudes como:

  • Muestra interés genuino en sus emociones y escúchalo sin interrumpir. Igual que muchas veces les exigimos que nos escuchen sin interrumpir, vamos a ofrecerles la misma oportunidad.
  • Valida sus sentimientos sin minimizarlos, incluso si te parecen triviales. Es importante tener en cuenta que las preocupaciones en la adolescencia no son las mismas que una persona adulta.
  • Crea un ambiente donde pueda expresarse libremente sin temor a ser reprendido o ridiculizado. Es mejor evitar comentarios u opiniones que pensamos que pueden ayudarles pero que en realidad puedan dañarles. Si eso pasa, lo mejor es reparar y fomentar de nuevo ese clima de confianza.

2. Educar sobre relaciones sanas

Es fundamental enseñar a los adolescentes los pilares de una relación sana, como el respeto, la confianza y la comunicación. Puede ayudar hablar sobre relaciones de personas que conocen o incluso de películas y series que les interesan, y ver la idea que tienen ellos sobre una relación sana. Los temas que serían importantes comentar con ellos son:

  • La importancia de poner límites y ser asertivos en sus relaciones.
  • Identificar relaciones saludables frente a relaciones tóxicas.
  • La igualdad dentro de una relación y el respeto mutuo.

3. Compartir experiencias propias

A los adolescentes les puede resultar útil conocer experiencias de relaciones pasadas de sus padres u otros adultos de confianza. Esto les ayuda a sentirse comprendidos y a aprender herramientas para afrontar diferentes situaciones. Eso sí, es importante compartir anécdotas sin imponer una visión personal o moralista. A tus hijos les encantará saber que en algún momento pasaste por una situación parecida o que entiendes perfectamente su malestar porque tú también lo viviste, eso les permitirá sentirse más aliviados y ayudará a que ellos también se animen a compartir más cosas contigo.

4. Respetar su privacidad

Si bien es importante estar presentes, también lo es reconocer que los adolescentes necesitan su propio espacio. Es normal que no quieran compartir cada detalle de su relación, y es vital respetar esa decisión. Evita presionar para obtener información y permítele establecer sus propios límites sobre lo que desea compartir. Por mi experiencia, cuando se presiona a un adolescente a que comparta sus vivencias tiende a cerrarse más al sentirse interrogado y evita contar cosas.

5. Estar atentos a señales de alerta

Si bien el respeto a su autonomía es crucial, también es necesario estar atentos a posibles signos de malestar que puedan indicar que está viviendo una relación poco saludable. Algunas señales de alerta pueden ser:

  • Cambios en su estado de ánimo, aislamiento o tristeza frecuente.
  • Pérdida de interés en actividades que antes disfrutaba.
  • Miedo a decepcionar a su pareja o dificultad para poner límites.
  • Conductas de control por parte de su pareja, como celos excesivos o manipulación emocional.

Ante estas situaciones, es importante intervenir desde el respeto y el acompañamiento, ofreciendo apoyo sin invalidar sus sentimientos. En algunos casos, podría ser necesario buscar ayuda profesional y ofrecérselo a ellos desde la preocupación sin juzgar. Esto último es muy importante ya que sino podemos generar el efecto contrario.

6. Fomentar la autoestima y el amor propio

Una buena autoestima es clave para que los adolescentes puedan establecer relaciones sanas. Anima a tu hijo a:

  • Conocerse y valorarse a sí mismo: Ayúdalo a reconocer sus cualidades, fortalecer su autoestima y confiar en sus propias decisiones sin necesidad de compararse con los demás.
  • No depender de la validación externa para sentirse querido: Recuérdale que su valor no está determinado por la opinión de los demás y que el amor propio es la base para cualquier relación saludable.
  • Mantener sus propios intereses y amistades fuera de la relación: Enséñale la importancia de seguir desarrollando sus pasatiempos, metas y vínculos personales para evitar una dependencia emocional y fomentar su independencia.

Y por supuesto, practicar con el ejemplo, los padres son el espejo donde los adolescentes se miran.

7. Hablar sobre sexualidad de manera responsable

El despertar emocional de los adolescentes también puede incluir la exploración de la sexualidad. Como padres, es fundamental brindar información clara y sin tabúes sobre:

  • La importancia del consentimiento, tanto si es hombre o mujer.
  • Prevención de enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados. Cuanta más información tengan más les protegéis.
  • El respeto por su propio cuerpo y el de su pareja. Aquí de nuevo la autoestima es un aspecto clave.

Acompañar a los hijos en sus primeras relaciones amorosas no significa controlarlos ni dirigir cada uno de sus pasos, sino estar presentes con amor, guía y apoyo. La adolescencia es una etapa de aprendizaje y autoconocimiento, y nuestro rol como padres es proporcionarles las herramientas necesarias para que puedan construir relaciones sanas y satisfactorias.

Si incluso poniendo en práctica estas recomendaciones sientes que no consigues ayudar a tu hijo/a como te gustaría o que hay algo que se te escapa, preguntar por orientación de un profesional puede ser una buena opción. Como psicóloga especializada, puedo darte herramientas y estrategias para abordar la situación de una manera más efectiva y adaptada a sus necesidades.

Por otro lado, si percibes que tu hijo/a está sufriendo mucho y ya no sabes cómo ayudarlo más de lo que ya haces, puedes plantearle la opción de empezar una terapia individual. Tener un espacio seguro donde pueda expresarse y recibir apoyo profesional suele marcar una gran diferencia en el bienestar de los adolescentes que acuden a consulta.

Cada hijo es diferente, y cada experiencia amorosa también lo es. Lo importante es demostrarles que estamos aquí para ellos, dispuestos a escuchar, comprender y acompañar su crecimiento con respeto y empatía.

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Heridas emocionales
Las heridas emocionales de los padres y su impacto en los hijos 800 800 Sandra Ribeiro

Las heridas emocionales de los padres y su impacto en los hijos

Desde la infancia, tendemos a ver a nuestros padres como figuras todopoderosas, personas que tienen todas las respuestas y que actúan de manera justa y amorosa. Sin embargo, al crecer, nos damos cuenta de que ellos también tienen heridas emocionales, historias de dolor, experiencias traumáticas y patrones aprendidos que influyen en la forma en que nos crían.

Es natural que, si sufrimos en nuestra relación con ellos cuando niños, nos preguntemos qué hicimos mal o por qué no fuimos lo suficientemente buenos para recibir el amor y la validación que necesitábamos. Sin embargo, la verdad es que su comportamiento no fue una respuesta a nuestro valor como hijos, sino una manifestación de sus propias luchas internas.

Cada generación arrastra consigo una carga emocional que, muchas veces, no ha sido procesada. Experiencias de abuso, abandono, carencias afectivas o exigencias desmedidas pueden marcar la forma en que una persona se relaciona con sus propios hijos. Si un padre o una madre creció en un ambiente donde el amor era condicional o inexistente, es probable que reproduzca un patrón similar sin siquiera ser consciente de ello.

Esto no justifica el dolor que causaron, pero ayuda a comprender que su incapacidad para amarnos plenamente no fue culpa nuestra. Su reacción ante nuestras necesidades, emociones y logros no dependía de quiénes éramos, sino de las limitaciones emocionales con las que cargaban.

La injusticia de no haber podido cambiarlo

Uno de los mayores duelos que enfrentamos al sanar es aceptar que, por más que hubiéramos hecho todo bien, no habría cambiado el resultado. Los niños intentan ganarse el amor de sus padres de muchas formas: siendo obedientes, callados, responsables, brillantes o incluso sacrificándose para no incomodar. Pero ninguna estrategia puede llenar el vacío que hay en alguien que no sabe o no puede amar de manera sana.

Aceptar esta realidad es doloroso, porque significa renunciar a la esperanza de que podríamos haber hecho algo diferente. Significa entender que el problema no era nuestro y que no estaba en nuestras manos corregirlo.

Rompiendo el ciclo y sanando la herida emocional

Cuando reconocemos que las heridas emocionales que recibimos vienen de las heridas emocionales de otros, podemos empezar a sanar. No se trata de justificar ni de minimizar el daño, sino de dejar de cargar con una culpa y asumir una responsabilidad que no nos pertenece.

Sanar implica:

  • Aceptar que el dolor fue real y válido, sin minimizarlo ni compararlo con el de otros.
  • Darnos permiso para sentir el duelo por la infancia que no tuvimos y por las carencias emocionales que nos marcaron.
  • Poner límites cuando sea necesario, entendiendo que protegernos también es parte del proceso.
  • Buscar espacios de apoyo y comprensión, como terapia o comunidades donde podamos compartir y procesar nuestra historia.

Hoy eres una persona adulta que puede poner límites, decidir quedarse o alejarse… Puedes decidir quién quieres a tu lado y quién no.

No podemos cambiar el pasado ni convertir a nuestros padres en las figuras que necesitábamos, pero sí podemos decidir qué hacer con lo que vivimos. Podemos elegir sanar, romper el ciclo y construir relaciones más saludables para nosotros y para quienes vienen después.

Porque las heridas emocionales que nos hicieron no tenían que ver con nosotros, sino con ellos. Pero nuestra sanación sí es nuestra responsabilidad, y en ella está nuestra verdadera libertad.

 

 

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Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

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Celos en la pareja
Celos o Celotipia: Cuando los Celos se Convierten en Obsesión 800 800 Sandra Ribeiro

Celos o Celotipia: Cuando los Celos se Convierten en Obsesión

Diferencias entre Celos y Celotipia

Los celos son una emoción natural que puede surgir ante la percepción de una amenaza a una relación significativa. En un nivel moderado, pueden ser manejables y no interfieren significativamente en la vida de la persona. Sin embargo, cuando los celos se intensifican, pueden dar lugar a comportamientos posesivos y conflictos importantes en la pareja.

Por otro lado, la celotipia es un trastorno delirante en el que la persona tiene la certeza absoluta de que su pareja le está siendo infiel, a pesar de no contar con pruebas objetivas. Esta convicción no cambia ni siquiera frente a evidencias en contra, lo que genera un deterioro significativo en la relación y en la calidad de vida del afectado.


Factores Psicológicos y Emocionales de los Celos

Los celos pueden originarse en diversos factores psicológicos y emocionales, entre ellos:

  • Baja autoestima: La inseguridad personal puede hacer que la persona perciba cualquier interacción de su pareja con terceros como una amenaza.
  • Experiencias pasadas: Relaciones previas con infidelidades o abandono pueden predisponer a desarrollar celos en nuevas relaciones.
  • Apego ansioso: Las personas con un estilo de apego ansioso suelen tener un miedo constante al rechazo y la pérdida de su pareja.
  • Influencia cultural y social: Los mensajes transmitidos por la cultura y los medios pueden reforzar la idea de que los celos son una prueba de amor.


Celotipia como Trastorno Delirante

Según el DSM-5 (manual diagnóstico que utilizamos los psicólogos), la celotipia es un subtipo del trastorno delirante, dentro de la categoría de los trastornos psicóticos, caracterizado por una creencia inamovible de infidelidad de la pareja. Sus manifestaciones incluyen:

  • Vigilancia extrema y espionaje de la pareja.
  • Interpretación errónea de situaciones cotidianas como «pruebas» de infidelidad.
  • Enfrentamientos constantes y acusaciones sin fundamento.
  • Restricción de la autonomía de la pareja, llegando en algunos casos a episodios de violencia.

La celotipia tiene un inicio insidioso y tiende a la cronicidad. El celotípico tiene los celos como eje central de su vida, comprometiendo gravemente distintas áreas como la vida familiar, social y laboral.

 

¿Hubo o No Infidelidad?: La Ruptura en los Acuerdos de la Pareja

La infidelidad no siempre es un hecho objetivo y definido de la misma manera para todas las parejas. Cada relación establece sus propios acuerdos sobre la exclusividad y el compromiso. La percepción de traición varía según estos acuerdos y el grado de confianza que existe en la pareja. En muchos casos, los celos surgen no solo por la sospecha de una infidelidad física, sino también por la posibilidad de una infidelidad emocional o digital.

 

El Concepto de Confianza en Sí Mismo y en el Otro

La confianza es un pilar fundamental en cualquier relación. No solo implica creer en la fidelidad de la pareja, sino también en la propia capacidad de afrontar una posible ruptura o traición. Las personas con una buena autoestima tienden a gestionar mejor la incertidumbre, mientras que aquellas con inseguridades profundas pueden experimentar celos constantes, incluso sin razones objetivas.

 

El Desarrollo de la Autoconfianza y la Confianza en el Otro

  1. Experiencias tempranas: Nuestra autoconfianza se forma en la infancia a través de la validación y el apoyo que recibimos de nuestras figuras de apego. Si crecimos en un entorno donde nuestras emociones y capacidades fueron reforzadas, es más probable que desarrollemos una sensación de seguridad en nosotros mismos.
  2. Éxitos y fracasos: La confianza en uno mismo se fortalece cuando enfrentamos desafíos y somos capaces de superarlos. Si, por el contrario, nos han sobreprotegido o hemos recibido críticas constantes, podemos desarrollar inseguridad.
  3. Modelos de relación: Nuestra forma de confiar en los demás está influenciada por las experiencias familiares y relaciones previas. Una historia de traición (en primera persona o no) o abandono puede hacer que confiemos menos en los demás.

 

Los Orígenes de los Celos

  • Biológicos: Algunas investigaciones sugieren que los celos tienen una base evolutiva, relacionada con la protección de la pareja y la descendencia.
  • Sociales y culturales: La forma en que interpretamos los celos está influenciada por las normas culturales. En algunas sociedades, los celos son vistos como una prueba de amor, mientras que en otras se consideran un signo de inseguridad y/o de falta de respeto hacia la pareja.
  • Psicológicos: Como mencionamos, la autoestima, el apego y las experiencias pasadas juegan un papel clave en el desarrollo de los celos.

 

La Historia del Apego en los Celos

El tipo de apego desarrollado en la infancia influye en la forma en que una persona experimenta y maneja los celos. Algunos puntos clave incluyen:

  • Apego seguro: Tienden a confiar en su pareja y en la solidez de la relación.
  • Apego ansioso: Experimentan miedos intensos de abandono y necesitan constantes pruebas de amor.
  • Apego evitativo: Pueden mostrar desconfianza y distanciamiento, evitando la vulnerabilidad emocional.

Riesgos y Consecuencias de la Celotipia

  • Para la persona afectada: Aislamiento social, ansiedad, depresión y deterioro del bienestar psicológico y, en algunos casos, riesgo de agresión física o emocional.
  • Para la pareja: Sensación de asfixia, estrés, miedo y, en algunos casos, riesgo de agresión física o emocional.
  • A nivel legal: En casos extremos, la celotipia puede derivar en violencia de género y denuncias legales.

 

Abordaje y Tratamiento

  • Terapia psicológica: La terapia ayuda a identificar pensamientos distorsionados y modificar patrones de comportamiento problemáticos.
  • Dependiendo de la decisión: La terapia ayuda a procesar el duelo de la ruptura o recolocar y reconstruir la confianza en la pareja.
  • Trabajar la culpa y el arrepentimiento: Es importante trabajar también en el dolor y el sufrimiento de la pareja. Si hubo una infidelidad, puede haber culpa y arrepentimiento por parte del miembro de la pareja que cometió infidelidad.
  • Terapia de Pareja: La terapia ayuda a la pareja a hablar sobre la infidelidad y a desarrollar los nuevos acuerdos de lealtad en la pareja si deciden permanecer juntos. Si, por el contrario, la pareja o uno de los miembros decide romper la relación, la terapia ayuda en una separación sana, a la comunicación a los hijos y/o familiares, a procesar la decisión y el duelo de la ruptura.
  • Estrategias para la pareja: La comunicación asertiva y los límites son clave para evitar la escalada del problema.
  • Intervención psiquiátrica: En la celotipia, el tratamiento psicofarmacológico con antipsicóticos puede ser necesario.

 

Casos Clínicos

Caso 1: Celos

María, de 30 años, ha tenido experiencias previas con parejas infieles. En su relación actual, aunque su pareja nunca le ha dado motivos de desconfianza, María se siente insegura cuando él socializa con otras mujeres. A menudo revisa su teléfono y le pregunta reiteradamente si sigue interesado en ella. Aunque sufre ansiedad, María reconoce que sus celos pueden ser irracionales y está dispuesta a trabajarlos en terapia.

Caso 2: Celotipia

José, de 42 años, está convencido de que su esposa le es infiel con un compañero de trabajo. Aunque ella le ha mostrado mensajes y llamadas para demostrar su fidelidad, José sigue creyendo que lo engaña. Ha comenzado a seguirla, instalar aplicaciones de rastreo en su teléfono y confrontarla violentamente. José tenía un estado de hiperalerta con mucha ansiedad, apenas dormía y consumía frecuentemente bebida alcohólica. El problema se ha hecho insostenible. Su esposa decide separarse, ha perdido su empleo y sus amigos se han distanciado. Finalmente, José busca ayuda profesional para afrontar el dolor de la ruptura, pero no era consciente de la celotipia, ya que daba por hecho la infidelidad de su mujer.

 

La celotipia es un subtipo del trastorno delirante, según el DSM-5, dentro de la categoría de los trastornos psicóticos. La característica principal es la creencia firme y errónea de que la pareja es infiel, sin pruebas objetivas que lo respalden. Esta convicción delirante no cambia, aunque se le presenten evidencias en contra, lo que la diferencia de los celos normales o de la inseguridad en la relación.

Al ser un trastorno delirante, el abordaje suele requerir la intervención psiquiátrica, especialmente si hay una afectación significativa en la vida de la persona o si se presentan conductas de riesgo (como vigilancia constante, confrontaciones agresivas o incluso violencia). El tratamiento psicofarmacológico puede ser necesario para reducir la intensidad del delirio. Paralelamente, la terapia psicológica con un profesional especializado puede ayudar a trabajar la desconfianza, las distorsiones cognitivas y las emociones asociadas, entre otras cosas.

 

 

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Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

 

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