Durante años, el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) se ha entendido desde un prisma marcadamente masculino: niños inquietos, disruptivos, incapaces de quedarse quietos en clase. Pero esta imagen no encaja con la realidad de muchas mujeres que, a lo largo de su vida, han convivido con un TDAH sin nombre, oculto tras etiquetas como “despistada”, “caótica”, “vaga” o, paradójicamente, “demasiado responsable”.
En las últimas décadas, las investigaciones han comenzado a señalar algo que en la clínica ya es evidente: el TDAH en mujeres existe, pero muchas veces pasa desapercibido. Esto se debe, entre otros factores, a que los síntomas se manifiestan de forma distinta que en varones, a la presión social que empuja a las niñas a enmascarar sus dificultades y a que los modelos diagnósticos fueron construidos sin tener en cuenta la experiencia femenina.
Este artículo quiere arrojar luz sobre una realidad poco nombrada, con consecuencias profundas en la autoestima, la salud mental y la calidad de vida de muchas mujeres. Y también quiere ofrecer comprensión, herramientas y alivio a quienes quizás aún no han encontrado las palabras para nombrar lo que les ocurre.
¿Por qué ha pasado desapercibido el TDAH en mujeres?
El TDAH es un trastorno del neurodesarrollo que se diagnostica con mucha más frecuencia en varones que en mujeres, especialmente durante la infancia. Algunos estudios estiman que por cada niña diagnosticada, hay entre tres y nueve niños identificados con el trastorno. Esta disparidad no significa necesariamente que las mujeres tengan menos TDAH, sino que lo manifiestan de forma distinta y que el sistema no está preparado para detectarlo en ellas.
Uno de los motivos principales es que la imagen prototípica del TDAH sigue siendo la del niño inquieto, movido, que interrumpe en clase, no puede esperar su turno y tiene dificultades para acatar normas. Sin embargo, las niñas suelen presentar con más frecuencia el subtipo inatento: no molestan, no interrumpen, no corren por los pasillos… pero se distraen, se pierden en sus pensamientos, olvidan cosas y se sienten constantemente desbordadas. Como no generan problemas en el aula, es menos probable que los adultos que las rodean (familia, profesorado, personal sanitario) detecten que algo ocurre.
Además, el peso de la socialización de género juega un papel fundamental. Desde pequeñas, muchas niñas aprenden a compensar sus dificultades para adaptarse a lo que se espera de ellas: ser ordenadas, atentas, responsables, agradables, silenciosas. Para conseguirlo, algunas desarrollan estrategias como el perfeccionismo (hablamos del perfeccionismo y la autocritica en el artículo: «El equilibrio entre la autocrítica y el perfeccionismo: claves para una buena salud mental»), el sobreesfuerzo, la hiperexigencia o el autocontrol emocional extremo. Estas estrategias, aunque les permiten “funcionar”, tienen un coste muy alto: ansiedad, agotamiento, sentimiento crónico de inadecuación, y en muchos casos, crisis vitales a medida que la carga de responsabilidades aumenta en la adultez.
Hay mujeres que han pasado décadas sintiéndose “malas estudiantes”, “malas madres” o “malas parejas”, sin saber que lo que hay detrás de esa dificultad para organizarse, mantener la atención o regular sus emociones no es un fallo moral, sino un funcionamiento neurológico distinto.
La consecuencia de este retraso o ausencia de diagnóstico no es menor: cuando el TDAH no se detecta a tiempo, lo que aparece en su lugar es la culpa. Y con la culpa, una cadena de etiquetas erróneas que van calando profundamente en la identidad.
El perfil clínico del TDAH en mujeres
El TDAH no se manifiesta de la misma forma en todas las personas, pero en el caso de las mujeres existen ciertos patrones que se repiten con frecuencia. Uno de los más comunes es la inatención crónica: dificultad para mantener el foco, terminar tareas, seguir instrucciones, organizar el día a día o recordar citas y compromisos. Esto genera una experiencia subjetiva de caos interno, como si siempre hubiera demasiadas pestañas abiertas en el navegador mental y todas quisieran atención al mismo tiempo.
Muchas mujeres con TDAH también presentan impulsividad verbal y emocional: interrumpen sin querer, dicen lo que piensan sin filtro o reaccionan de forma intensa ante estímulos emocionales. Sin embargo, como han aprendido que eso «no se espera» de una mujer, tienden a reprimir o camuflar esas respuestas, lo que acaba somatizándose en forma de ansiedad, agotamiento o trastornos psicosomáticos.
La hiperactividad, cuando aparece, suele expresarse de forma interna: una sensación de inquietud constante, necesidad de estar haciendo cosas todo el tiempo o dificultad para relajarse. En lugar de moverse sin parar como los niños hiperactivos, muchas mujeres se convierten en adultas hiperproductivas, siempre en marcha, con agendas imposibles y la incapacidad de parar sin sentirse culpables.
A esto se suma un fenómeno paradójico del TDAH: la hiperfocalización. Aunque les cuesta sostener la atención en tareas que no les motivan, pueden entrar en un estado de concentración profunda y absorbente cuando algo capta su interés. En esos momentos, el resto del mundo desaparece. Este rasgo ha llevado a muchas mujeres a pensar que “no puede ser TDAH” porque son capaces de trabajar durante horas en algo que les apasiona. Pero es precisamente ese contraste lo que caracteriza al TDAH: la dificultad no es de capacidad, sino de regulación de la atención, no de ausencia de ella.
Finalmente, es habitual que estas mujeres hayan desarrollado lo que en psicología llamamos síndrome del impostor: a pesar de sus logros, sienten que no están realmente preparadas, que todo ha sido suerte o esfuerzo desmesurado, y que en cualquier momento alguien va a descubrir que “no saben lo que hacen”. Esta inseguridad constante mina la autoestima y alimenta un autoconcepto frágil, especialmente en entornos laborales o académicos exigentes.
Hormonas, neurodesarrollo y diagnóstico tardío
El cerebro de las personas con TDAH funciona de forma distinta en áreas relacionadas con la atención, la motivación y la regulación emocional. Una de las claves está en la dopamina, un neurotransmisor implicado en el circuito de recompensa y en la capacidad para iniciar o mantener una tarea. En las mujeres, además, los estrógenos juegan un papel importante en la modulación de la dopamina. Por eso, los síntomas del TDAH pueden fluctuar a lo largo del ciclo menstrual.
Muchas mujeres reportan sentirse más desorganizadas, impulsivas o emocionalmente inestables en la fase lútea (los días previos a la menstruación), o experimentar una intensificación de los síntomas tras el parto o durante la perimenopausia, cuando los niveles hormonales caen bruscamente. Estas fluctuaciones pueden pasar desapercibidas o confundirse con trastornos del estado de ánimo, cuando en realidad forman parte de una interacción entre el TDAH y el sistema hormonal femenino.
Otra vía frecuente de diagnóstico tardío es a través de los hijos. Muchas mujeres no descubren que tienen TDAH hasta que uno de sus hijos o hijas es evaluado, y al leer sobre el trastorno, sienten que por fin encuentran una explicación para su propia historia. En otros casos, el diagnóstico llega tras una crisis vital: una ruptura, un cambio laboral, el nacimiento de un hijo… momentos en los que las estrategias de compensación ya no son suficientes y todo el sistema personal se desestabiliza.
Lo más doloroso es que, para cuando el diagnóstico llega, muchas mujeres ya han acumulado una larga historia de fracasos percibidos. Años de autocrítica, de sentirse «menos», de compararse con las demás y no entender por qué les cuesta tanto lo que a otras parece salirles sin esfuerzo. En ese contexto, recibir un diagnóstico no es una condena, sino una forma de comprenderse y empezar a sanar.
Impacto emocional y psicosocial
Vivir con TDAH sin saberlo tiene un impacto profundo en la vida emocional. Muchas mujeres arrastran desde la infancia una sensación de no estar a la altura, de ser un «desastre», de vivir siempre con la angustia de haber olvidado algo importante. Esa sensación constante de fallo se traduce en culpa crónica, vergüenza interna y baja autoestima.
En la adultez, el TDAH puede afectar a todas las áreas de la vida: relaciones de pareja marcadas por malentendidos, reproches o sobrecarga; maternidad vivida con una intensa sensación de insuficiencia; entornos laborales en los que se sienten desbordadas, aunque rindan más de lo que se espera. No es raro que desarrollen lo que se conoce como burnout invisible: una sobrecarga constante derivada de tratar de cumplir con todo, sin contar con herramientas adecuadas ni un entorno comprensivo.
El esfuerzo por encajar en un mundo no diseñado para su forma de funcionar lleva a muchas mujeres con TDAH a vivir detrás de una máscara. Una fachada de eficiencia, simpatía o control que esconde un agotamiento mental profundo. Esa máscara puede sostenerse durante años, hasta que un día cae… y entonces aparece el colapso emocional, la depresión, la ansiedad o el cuestionamiento existencial.
También se ha observado una relación entre TDAH y ciertas formas de trastornos de la conducta alimentaria, especialmente en mujeres. Las dificultades en la regulación emocional y el impulso, así como el intento de controlar aquello que se escapa (como el cuerpo o la comida), pueden estar en la base de muchos casos de atracones o bulimia no diagnosticada correctamente.
¿Qué puede ayudar? Diagnóstico y abordaje terapéutico
El primer paso es el diagnóstico adecuado, que debe realizarse por profesionales con experiencia en TDAH en población adulta. Esto incluye una evaluación psicológica completa con entrevistas clínicas, cuestionarios validados, historia de vida y, en algunos casos, evaluación neuropsicológica. En el artículo: «Doble excepcionalidad: inteligencia brillante y TDAH» hablamos sobre los casos donde se diagnosticada Altas capacidades además de TDAH.
Es fundamental que el diagnóstico contemple el contexto emocional y social de cada mujer, y no se base exclusivamente en los criterios clásicos del manual de diagnósticos.
Una vez identificado el TDAH, comienza el trabajo terapéutico. Las herramientas más eficaces incluyen:
- Psicoeducación: comprender qué es el TDAH, cómo funciona el cerebro, y qué estrategias pueden aliviar los síntomas.
- Terapia psicológica: desde enfoques cognitivo-conductuales adaptados hasta modelos centrados en la compasión, la autoaceptación, la regulación emocional y en lo sistémico (no es solo el paciente que lo sufre, sino también su entorno).
- Tratamiento farmacológico, si procede, que pueden mejorar significativamente la capacidad de concentración, organización y control emocional.
- Creación de sistemas de apoyo externos: agendas visuales, recordatorios, rutinas flexibles, aplicaciones móviles, acompañamiento profesional especializado.
- Y lo más importante: el permiso para ser quien se es, sin tener que rendir cuentas constantemente ni encajar en moldes ajenos.
La terapia debe también atender el daño emocional acumulado: trabajar con la culpa, sanar el autoconcepto, validar la experiencia y construir una narrativa más amable y realista sobre una misma.
Testimonio breve
«Yo pensaba que era floja, desorganizada, un desastre. Me pasaba la vida tratando de llegar a todo, y aun así siempre sentía que llegaba tarde o mal. Me esforzaba más que nadie, pero siempre con la sensación de que no era suficiente. No fue hasta que diagnosticaron a mi hija que empecé a leer sobre el TDAH… y fue como si alguien hubiera escrito mi biografía. Lloré mucho. No de tristeza, sino de alivio. Por fin entendía por qué había vivido así. Por fin podía empezar a tratarme con un poco de compasión.» – Charo, 49 años.
Este tipo de testimonios son cada vez más comunes. Porque nombrar lo que nos pasa no solo permite buscar ayuda, también permite reconciliarnos con nosotras mismas.
¿Tiene cura el TDAH? Cambiar la pregunta para cambiar la mirada
Una vez, una mujer que acababa de completar una evaluación psicológica en mi consulta me miró, con algo de esperanza y algo de angustia, y me preguntó: “¿Pero esto se cura?” Se refería al TDAH, ese diagnóstico que acababa de poner nombre a lo que había sentido durante años. La pregunta era legítima. Pero lo que realmente necesitaba no era una respuesta médica, sino una reformulación del marco completo.
El TDAH no tiene cura, y no la tiene por una razón muy sencilla: no es una enfermedad. Es una forma diferente de funcionar del cerebro. Una neurodivergencia. No estamos hablando de algo que haya que eliminar o revertir, sino de una configuración cerebral que tiene sus propias particularidades, desafíos y potenciales.
Pensar en el TDAH como algo que debe curarse alimenta una idea dañina: que quien lo tiene está defectuoso, incompleto, roto. Pero eso no es cierto. El cerebro con TDAH no está averiado; está construido de otra manera. Una manera que a veces choca con las exigencias del entorno, pero que también puede ser fuente de creatividad, intuición, pensamiento lateral, sensibilidad y pasión por aprender.
Cambiar la pregunta de “¿se cura?” por “¿cómo puedo convivir mejor con mi forma de funcionar?” abre una puerta completamente distinta. Ya no se trata de arreglarse, sino de entenderse, organizarse, pedir apoyo y reducir la culpa. Se trata de aprender estrategias, reconocer límites, crear entornos favorables y—sobre todo—quitarse de encima el peso de tener que funcionar como todo el mundo.
Sí, hay tratamiento. Sí, hay herramientas. Y sí, la vida puede mejorar muchísimo con acompañamiento terapéutico, con medicación cuando está indicada, con información de calidad y con un entorno que respete los ritmos y necesidades de la persona.
Pero no, no hay cura. Y quizás eso sea una buena noticia: no porque no haya salida, sino porque nunca fue una enfermedad.
El alivio que sienten muchas personas al escuchar esto no es menor. Es el alivio de dejar de intentar ser otra persona y poder, por fin, empezar a ser una misma con más conciencia, menos culpa y más libertad.
El TDAH en mujeres ha sido, durante demasiado tiempo, un trastorno oculto bajo la superficie. Invisibilizado por estereotipos, enmascarado por la sobreadaptación, silenciado por la culpa.
Pero cada vez somos más las profesionales que hablamos de ello. Y cada vez son más las mujeres que encuentran en el diagnóstico una oportunidad para entenderse y cuidarse.
El TDAH no define quién eres, pero sí explica algunas de las luchas que has vivido. No estás rota, no eres un desastre. Tu cerebro funciona distinto, y eso también tiene valor. Mereces descanso, apoyo, comprensión… y una vida que no te obligue a luchar cada minuto para sobrevivir.
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Sandra Ribeiro
Psicóloga General Sanitaria (M-34885)
Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED
Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva
Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED