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Adolescente tirano y padres agotados: una llamada de atención al sistema familiar

Adolescente tirano y padres agotados: una llamada de atención al sistema familiar

Adolescente tirano y padres agotados: una llamada de atención al sistema familiar 800 800 Sandra Ribeiro

Cada vez son más los padres y madres que se sienten agotados, desbordados e incluso temerosos del comportamiento de sus hijos adolescentes. No hablamos simplemente de adolescentes que se rebelan —algo esperado y necesario en esta etapa del desarrollo—, sino de chicos y chicas que actúan como pequeños tiranos en casa: que exigen, imponen, gritan o manipulan para conseguir lo que desean, y que reaccionan con furia o desprecio ante cualquier límite.

Cuando el amor mal entendido desordena los vínculos

En muchos hogares se ha ido instalando un modelo de crianza basado en evitar el conflicto a toda costa. Un modelo en el que, por amor, se cede demasiado. En el que se confunde acompañar con complacer, y se teme tanto herir o frustrar a los hijos que se termina relegando el propio bienestar. El resultado es un desequilibrio profundo: adultos que han dejado de escuchar sus propias necesidades y adolescentes con baja tolerancia a la frustración, con escasa capacidad para esperar y con una visión distorsionada de las relaciones.

Cuando esto ocurre, los adultos se ven arrastrados por una dinámica en la que terminan regulando las emociones del hijo o hija constantemente, anticipándose a sus reacciones, y renunciando a su propio espacio, tiempo y descanso. Se vive en una especie de “tiranía emocional” que desgasta profundamente a toda la familia.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

La intención original fue buena: criar desde el respeto, evitar los gritos y castigos del pasado, ofrecer una educación más consciente. Sin embargo, en ese camino, muchos adultos se han quedado sin herramientas claras para ejercer la autoridad sin sentir culpa. Y sin límites claros, muchos adolescentes se desbordan, se pierden y demandan sin medida.

Los adolescentes no necesitan adultos que les den todo, sino adultos que puedan sostener su frustración, que les ofrezcan estructura, calma y firmeza. Que les digan “no” cuando es necesario, sin miedo a su enfado. Eso también es amor. Hablamos de poner límites saludables en el artículo: «La habilidad de decir NO: aprende a establecer límites saludables»

Señales de alerta

  • Sientes miedo, ansiedad o fatiga extrema cuando tienes que poner un límite a tu hijo/a.
  • Él o ella reacciona con gritos, insultos o amenazas ante una negativa.
  • Todo en casa gira en torno a sus necesidades, deseos o estados de ánimo.
  • Has dejado de tener tiempo para ti porque temes que se enfade, se altere o “se vengue”.
  • El vínculo familiar se ha convertido en un campo de tensión constante.

Pautas para poner límites claros y cuidar el vínculo

1. Recupera tu lugar como figura adulta.

Los hijos necesitan adultos disponibles y coherentes. Si tu hijo/a insulta, grita o te trata con desprecio, es fundamental marcar un límite.
Ejemplo:
     “No voy a continuar esta conversación si me hablas así. Podemos retomarla cuando estés más tranquilo/a.”

2. Sé firme, pero no autoritario.

Puedes ser empático y firme al mismo tiempo. Decir «no» no es herir, es proteger.
Ejemplo:
     “Entiendo que te moleste no poder salir esta noche, pero mañana tienes examen. No es un castigo, es una decisión que te ayuda a priorizar.”

3. No temas a la frustración.

Acompañar el enfado no significa ceder.
 Ejemplo:
     “Sé que querías ese nuevo móvil, y entiendo tu enfado, pero no vamos a comprarlo ahora. Puedes ahorrar si lo deseas.”

4. Cuídate.

Tu descanso y tu salud también cuentan.
 Ejemplo:
     “Esta noche necesito descansar. No voy a llevarte en coche. Podemos buscar otra opción para mañana.”

5. Si necesitas ayuda profesional, pídela.

La crianza no debería vivirse en soledad.
 Ejemplo:
     “Esta situación nos está superando. He decidido pedir ayuda profesional para que podamos convivir mejor.”

Pautas para mejorar la comunicación familiar

1. Habla en momentos de calma, no en mitad del conflicto.

Cuando las emociones están muy activadas, no es momento de educar ni de buscar acuerdos. Espera a que todos estén más serenos.
 Ejemplo:
     “Ayer discutimos de forma muy tensa. Me gustaría que hablemos hoy con calma sobre lo que pasó.”

2. Usa el lenguaje del “yo” en lugar de acusar.

Expresar cómo te sientes tú ayuda a que el otro no se ponga a la defensiva.
 Ejemplo:
     En lugar de: “¡Siempre me gritas y me hablas mal!”
     Prueba con: “Cuando me hablas así, me siento herida y me cuesta seguir hablando contigo.”

3. Valida sus emociones sin justificar sus formas.

Puedes entender su frustración sin aceptar el maltrato.
 Ejemplo:
     “Entiendo que estés muy enfadado porque no pudiste salir. Ese enfado es legítimo. Lo que no es aceptable es que rompas cosas o insultes.”

4. Establece reuniones familiares breves y periódicas.

Pequeños espacios semanales para revisar la convivencia pueden ser muy útiles si se hacen con respeto.
 Ejemplo:
     “¿Qué os parece si cada domingo hablamos 10 minutos de cómo estamos en casa? Lo que va bien, lo que nos molesta, lo que podemos mejorar.”

5. Refuerza lo positivo.

Reconocer lo que funciona y lo que el otro hace bien favorece el respeto mutuo.
 Ejemplo:
     “Ayer me encantó cómo te organizaste con tus deberes. Se nota que te estás responsabilizando más. Gracias.”

Educar es guiar, no obedecer

Educar no es complacer ni someterse. Tampoco es imponer desde el miedo. Educar es un acto de acompañamiento firme y amoroso, en el que los adultos sostienen el timón sin renunciar al vínculo. No se trata de hacer todo por los hijos ni de darles siempre lo que quieren, sino de enseñarles a gestionar lo que sienten, a respetar los límites del otro y a convivir con las inevitables frustraciones de la vida.

Cuando un padre o una madre se coloca en la posición de obedecer para evitar el conflicto, la relación se desordena. El adolescente no se siente realmente cuidado, sino desorientado: tiene poder, pero no contención; libertad, pero sin brújula. Y eso genera angustia. Porque los hijos no necesitan adultos que cedan ante cada grito, sino adultos que sostengan su malestar con calma y convicción.

Guiar es ayudarles a encontrar sentido en medio del caos emocional. Es poner límites desde la serenidad, no desde la amenaza. Es estar disponibles, pero no rendidos. Es decir: “entiendo tu dolor, pero no aceptaré que lo expreses hiriéndome o rompiendo las normas que nos protegen a todos”.

Una educación saludable no consiste en evitar todo sufrimiento, sino en enseñar a transitarlo sin destruirse ni destruir. El adulto que guía no se deja arrastrar por el miedo al enfado del hijo, ni por la culpa de no haberlo hecho todo bien. Toma decisiones, repara si se equivoca, pero mantiene su lugar.

Porque cuando el adulto se sostiene, el adolescente se siente más seguro. Aunque proteste, aunque se enfade, aunque empuje los límites. Saber que hay alguien al otro lado que lo contiene, que lo frustra con respeto, que le dice “no” sin dejar de amarle… es una de las experiencias más sanadoras que puede vivir.

Educar no es obedecer. Es ofrecer dirección, estructura y cariño. Es ayudarles a crecer, aunque a veces duela. Es enseñarles que el amor también pone límites, y que eso no solo no los rompe: los cuida.

Hablamos de la adolescencia y unas pautas para los padres en el artículo: «Para tratar a un adolescente de hoy, hay que ser una madre o un padre de hoy»

Revisar el estilo educativo y pedir ayuda no es fracasar, es cuidar

Muchos padres y madres llegan a consulta agotados, llenos de dudas, sintiendo que han perdido el rumbo. Y en esa sensación de desborde puede aparecer la culpa: “¿Lo estaré haciendo mal? ¿Ya es demasiado tarde?”, pero no, no lo es. Pedir ayuda profesional no es un signo de debilidad ni un fracaso como madre o padre. Es un acto de responsabilidad y de amor.

A veces, lo que se necesita no son grandes cambios, sino revisar con una mirada externa —profesional y sin juicios— qué está ocurriendo en la dinámica familiar. Recuperar el rol de adulto no significa volverse autoritario, sino establecer una base segura desde la que los hijos puedan crecer sin desbordarse ni desbordar a los demás.

También disponemos de «Guía para madres y padres desesperados: cuando tu adolescente no quiere ir al psicólogo» con claves que pueden ayudarte si estás atravesando esta situación.

Y también puede ser necesario que el adolescente tenga su propio espacio. Un lugar neutro, sin la presión de la familia, donde pueda hablar sin miedo a decepcionar o a provocar una reacción desproporcionada. La terapia puede convertirse en ese refugio donde elaboran lo que sienten, aprenden a relacionarse desde el respeto y empiezan a construir una identidad más sólida. Nos planteamos su punto de vista en: «Para ti, adolescente que no quiere ir al psicólogo (y está bien sentirse así)»

Como adultos, no siempre podemos evitar que nuestros hijos sufran. Pero sí podemos enseñarles a atravesar ese sufrimiento sin hacerse daño, y sin dañar a los demás. Y a veces, eso empieza por permitirnos pedir ayuda nosotros también.

 

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

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