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¿Familias traumatizadas traumatizan? Cómo romper el ciclo

¿Familias traumatizadas traumatizan? Cómo romper el ciclo

¿Familias traumatizadas traumatizan? Cómo romper el ciclo 800 800 Sandra Ribeiro

El ciclo del trauma familiar se perpetúa cuando el dolor no procesado de una generación se transmite a la siguiente, muchas veces de manera inconsciente. Padres que crecieron en entornos abusivos, negligentes o altamente demandantes pueden, sin proponérselo, replicar esos mismos patrones con sus hijos, incluso cuando se han prometido no hacerlo.

Es importante entender que el trauma no solo surge de grandes tragedias o eventos extremos. También puede originarse en experiencias aparentemente «normales» pero que dejaron una huella emocional profunda: una infancia sin espacio para expresar emociones, con exigencias desmedidas, con padres fríos o emocionalmente ausentes. Todo aquello que desbordó nuestra capacidad de afrontamiento y no fue procesado emocionalmente, puede convertirse en trauma.

¿Qué es el trauma?

El trauma es cualquier experiencia que sobrepasa nuestra capacidad emocional para afrontarla, dejándonos con una sensación persistente de indefensión, vulnerabilidad o desconexión. No se trata solo de grandes tragedias; también puede originarse en situaciones cotidianas que se repiten sin contención emocional o comprensión suficiente. Hablamos tanto de eventos puntuales (trauma agudo) como de la acumulación de experiencias dolorosas a lo largo del tiempo (trauma complejo o de desarrollo).

Estas vivencias, al no ser procesadas adecuadamente, dejan huellas profundas en nuestro sistema nervioso y en nuestra psique. Afectan cómo pensamos, sentimos y nos vinculamos, especialmente en nuestras relaciones más cercanas, como las de pareja o con nuestros hijos, donde la intimidad puede reactivar heridas no sanadas.

¿Desde dónde estoy educando? ¿Desde la herida o desde la sanación?

Cuando no hemos hecho un trabajo personal de introspección y elaboración de nuestra historia, llevamos nuestras heridas a nuestras relaciones más significativas, en especial con nuestros hijos. Sin darnos cuenta, podemos proyectar en ellos nuestras propias carencias, exigirles lo que no recibimos o castigarlos por heridas que en realidad nos pertenecen a nosotros.

Por ejemplo:

  • Si crecimos sintiendo que no éramos suficientes para nuestros padres, podemos convertirnos en padres excesivamente exigentes, buscando que nuestros hijos “sean mejores”.
  • Si sentimos que nunca fuimos vistos o validados, podemos buscar aprobación a través de nuestros hijos, haciendo que ellos carguen con una responsabilidad emocional que no les corresponde.
  • Si nos criaron bajo el miedo o la rigidez, podemos oscilar entre la sobreprotección y la dificultad para poner límites claros.
  • Sanar nuestra historia no significa justificar lo que nos pasó, sino reconocerlo, darle un lugar y procesarlo para que no siga gobernando nuestras decisiones. Cuando dejamos de buscar una reparación externa —de nuestros padres, de nuestra pareja o de nuestros hijos—, dejamos de exigirle al otro algo que no puede darnos y empezamos a responsabilizarnos de nuestro propio proceso de sanación.

Ser padres conscientes implica preguntarnos con honestidad: ¿Desde dónde estoy educando? ¿Desde la herida o desde la sanación? La clave está en trabajar nuestra historia antes de que se convierta en la carga de nuestros hijos.

¿Cómo romper el ciclo del trauma familiar?

1. Reconocer el patrón

El primer paso es tomar conciencia de que existe un ciclo de trauma. Muchas personas creen que su infancia fue «normal» porque no tienen con qué compararla. Identificar las dinámicas disfuncionales, los mecanismos de defensa que hemos desarrollado y las emociones reprimidas es fundamental.

2. Comprender el impacto del trauma

Las experiencias de la infancia influyen profundamente en cómo nos relacionamos, cómo regulamos nuestras emociones y cuáles son nuestras reacciones automáticas. El trauma puede generar:

  • Hipervigilancia o ansiedad constante
  • Baja autoestima y sentimientos de culpa
  • Dificultades para confiar o para poner límites
  • Respuestas emocionales desproporcionadas ante ciertos desencadenantes

3. Buscar ayuda profesional

La terapia psicológica es una herramienta clave para procesar el trauma. Modelos como la terapia sistémica, EMDR, la terapia del trauma centrada en el cuerpo o el enfoque somático pueden ser especialmente efectivos para sanar heridas profundas y desarrollar nuevos recursos emocionales.

4. Desarrollar nuevas estrategias de crianza y relación

Romper el ciclo del trauma no implica ser un padre perfecto, sino un padre que se responsabiliza de su dolor para no proyectarlo. Algunas claves son:

  • Practicar la autorregulación emocional
  • Validar las emociones de nuestros hijos sin juzgar
  • Poner límites claros desde el afecto
  • Cultivar la comunicación empática

5. Crear un entorno seguro y amoroso

Una familia sin violencia, donde haya espacio para expresar emociones sin miedo, es un entorno sanador. La conexión emocional, el afecto sincero y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace pueden sanar mucho más de lo que imaginamos.

6. Sanar el niño interior

Reparentarse a uno mismo es un proceso en el que aprendemos a darnos el cuidado, el amor y la validación que no recibimos. Esto nos permite ser más compasivos con nosotros mismos y con quienes nos rodean, y romper patrones heredados de exigencia o frialdad.

7. Romper el silencio

Romper el ciclo del trauma no es fácil, pero es posible. Y, sobre todo, es un acto profundo de amor: hacia uno mismo, hacia nuestros hijos y hacia las generaciones que vienen. Sanar no es olvidar ni justificar, sino tomar conciencia, responsabilizarnos y elegir una forma distinta de relacionarnos.

Este camino de sanación requiere valentía, tiempo y compasión. A veces implica cuestionar creencias familiares que parecían inamovibles, poner límites con quienes más amamos o darnos el permiso de sentir lo que antes callamos. Pero cada paso que damos hacia la conciencia es también un paso hacia la libertad emocional de nuestros hijos. Porque el legado más valioso que podemos dejarles no es la perfección, sino la coherencia, el amor propio y la capacidad de reparar.

Cuando un adulto sana, libera a un niño. Y cuando ese niño ya no tiene que cargar con un dolor que no le pertenece, puede crecer libre, desarrollar su propio camino sin la carga de historias no resueltas y construir relaciones más sanas, más conscientes, más humanas.

 

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

 

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