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abril 2025

Cuando tu peor enemigo eres tú: el dolor del diálogo interno destructivo
Cuando tu peor enemigo eres tú: el dolor del diálogo interno destructivo 800 800 Sandra Ribeiro

Cuando tu peor enemigo eres tú: el dolor del diálogo interno destructivo

“Me hablo fatal. Mi diálogo interno no podría ser más destructivo.”

Frases como esta son mucho más comunes de lo que imaginamos. Muchas personas viven con una voz interna que las maltrata, las critica, las compara, las avergüenza y les exige. Lo hacen en automático. Sin cuestionarlo. Sin darse cuenta de que esa voz no es la verdad. Que no son ellas mismas.
Este artículo es para quienes se hablan mal y están empezando a tomar conciencia. Para quienes crecieron en ambientes que normalizaron el castigo, el desprecio o la exigencia como forma de «educar» o de «amar». Y ahora, en la adultez, ese lenguaje se volvió su idioma interior.

¿Qué es el diálogo interno y cómo se vuelve destructivo?

El diálogo interno es la conversación que mantenemos con nosotras/os mismas/os a lo largo del día. A veces es una voz compasiva, otras veces es una voz que critica, juzga y lastima. Cuando esa voz se vuelve el canal principal de comunicación interna, empezamos a vivir desde un lugar de autorrechazo, de exigencia constante, de no sentirnos nunca suficiente.
Este diálogo no aparece de la nada. Se construye. Se aprende. Se copia. Y muchas veces se arraiga en la infancia.

¿De dónde viene este modo de hablarnos? Posibles causas

1. Modelos parentales críticos o fríos emocionalmente

  • Padres o madres que corregían más de lo que reconocían.
  • Frases como “no seas tonto”, “así no vas a llegar a nada”, “siempre lo haces mal” se filtraron y se quedaron.
  • O lo contrario: silencio emocional. Padres ausentes o indiferentes, donde el mensaje era “no importas”, “no hay lugar para lo que sientes”.

2. Ambientes en los que solo valías si rendías

  • Hogares o colegios donde el amor se asociaba al éxito, la obediencia o la productividad.
  • Aprendimos que solo merecíamos ser vistos/as si éramos perfectos/as.

3. Experiencias de abuso o relaciones tóxicas

  • Cuando se convive con parejas, amistades o familiares que nos humillan, nos invalidan o nos minimizan, esa voz ajena termina habitando dentro.

4. Aceptación de migajas emocionales

  • Si crecimos acostumbrándonos a poco, es fácil normalizar el maltrato, incluso el propio.
  • Aceptar migajas de los demás muchas veces empieza por darnos migajas a nosotros/as mismos/as.

¿Cómo saber si tengo un diálogo interno negativo?

Hazte estas preguntas y observa qué respuestas surgen. Después, lee los ejemplos. Si te resuenan, es muy probable que convivas con un diálogo interno dañino, aunque no lo supieras.

¿Cómo me hablo cuando cometo un error?

Ejemplo: “Qué torpe soy, otra vez la he cagado. No aprendo nunca. Todo el mundo debe estar pensando que soy idiota.”

¿Qué me digo cuando me miro al espejo?

Ejemplo: “Qué horror de cara. Mira esas ojeras, esa piel… Estoy fatal. ¿Cómo alguien va a quererme así?”

¿Me permito celebrar mis logros o los minimizo?

Ejemplo: “Bueno, tampoco es para tanto. Cualquiera podría haberlo hecho. Seguro que tuve suerte.”

¿Siento culpa o vergüenza constantemente, incluso sin saber por qué?

Ejemplo: “No debería haber dicho eso… seguro que pensaron mal de mí. ¿Por qué tengo que ser siempre tan pesada? Mejor no haber hablado.”

¿Me exijo más de lo que exigiría a alguien a quien quiero?

Ejemplo: “No puedo permitirme descansar, aún no he hecho todo lo que tenía que hacer. No me lo merezco. Si bajo el ritmo, me convierto en una vaga.”

¿Me cuesta pedirme perdón o reconocerme con cariño?

Ejemplo: “Claro que me equivoqué, como siempre. No hay nada que perdonar. Yo soy así, un desastre.”

¿Tiendo a compararme con los demás desde la carencia?

Ejemplo: “Mira esa persona, lo bien que le va. Yo nunca voy a llegar a eso. No tengo nada especial, ¿quién me va a valorar como soy?”

¿Se puede cambiar esa voz? Sí. Pero requiere tiempo, consciencia y mucha ternura.

Algunas claves del tratamiento y el camino hacia una voz interna más amorosa:

1. Identificar la voz crítica

  • Ponerle nombre. Reconocer cuándo aparece, qué dice, de qué te está protegiendo.
  • Muchas veces intenta evitar el dolor del rechazo, aunque lo haga mal.

2. Explorar su origen

  • ¿A quién te recuerda esa voz? ¿De quién aprendiste a hablarte así?
  • La terapia puede ser muy útil para este trabajo de rastreo emocional.

3. Desarrollar una voz compasiva

  • No se trata de eliminar la crítica, sino de sumar otra voz: la que valida, consuela, acompaña.
  • Imagina cómo le hablarías a una niña que está sufriendo. Ese tono es el que necesitas cultivar.

4. Practicar el cuidado cotidiano

  • Cambiar el lenguaje: del “soy un desastre” al “estoy aprendiendo”.
  • Ser paciente cuando recaigas. Porque sí, volverás a hacerlo. Y ahí necesitas más ternura, no más castigo.

5. Buscar espacios seguros

  • Relaciones donde puedas ser tú sin sentir que tienes que ganarte tu lugar.
  • Terapia, grupos, amistades conscientes. Porque sanar también es rodearte de quienes te hablen con amor, hasta que puedas hacerlo tú.

El diálogo interno destructivo no se instala de la noche a la mañana. Se aprende, pero también puede desaprenderse. Quizás te pasaste años hablándote mal, sin saber que había otra manera. Quizás hoy estás empezando a escucharte. Y eso ya es una forma de amor. No se trata de que te hables perfecto, sino de que empieces a hablarte con respeto, con comprensión, con humanidad.

Escala de alerta: ¿Cómo es tu diálogo interno?

Nivel verde: diálogo interno funcional y amoroso

Tienes una voz interna mayormente amable. Aunque a veces aparece la autocrítica, sabes regularla y cuidarte.

  • “Hoy no me salió como esperaba, pero lo intenté y eso ya vale.”
  • “Estoy cansada, y está bien descansar.”
  • “No tengo que ser perfecta para merecer amor o respeto.”

Este nivel indica un buen vínculo contigo misma/o. Puedes seguir fortaleciendo esta voz con prácticas de autocuidado y autocompasión.

Nivel amarillo: diálogo interno exigente o ambivalente

Tu voz interna alterna entre exigencia y momentos de comprensión. Te cuesta sostenerte con ternura cuando te equivocas o no rindes como esperas.

  • “¿Por qué no puedo hacerlo mejor? Aunque supongo que nadie es perfecto…”
  • “Me permito descansar, pero luego me siento culpable.”
  • “Sé que no está tan mal lo que hice, pero podría haberlo hecho mejor.”

Este nivel puede parecer «normal», pero genera desgaste emocional. Es una señal de que sería beneficioso empezar a observar tu diálogo interno con más atención.

Nivel rojo: diálogo interno destructivo y crónico

Predomina una voz crítica, humillante o que te invalida constantemente. Afecta tu autoestima, tus relaciones y tu salud mental.

  • “No sirvo para nada. Soy una carga para todos.”
  • “Todo lo arruino. Mejor no intento nada.”
  • “Nadie me va a querer si me muestro como soy.”

Este nivel requiere atención y apoyo terapéutico. Es una señal de que tu diálogo interno no te está cuidando, y que quizás estás repitiendo formas de maltrato que viviste o normalizaste.

¿En qué nivel te reconoces?

Recuerda: ninguna voz interior nace sola. Se construye a partir de vivencias, mensajes recibidos y contextos, pero también se puede transformar. Hablarte distinto no es autoayuda barata. Es una forma de sanar lo que dolió y empezar a tratarte con la dignidad que mereces.

 

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

Desafíos familiares en la adolescencia
Desafíos familiares en la adolescencia 800 800 Sandra Ribeiro

Desafíos familiares en la adolescencia

La adolescencia es una etapa de transición tanto para los hijos como para los padres. Así como los adolescentes experimentan cambios físicos, emocionales y psicológicos, las dinámicas familiares también deben ajustarse para facilitar este proceso de crecimiento. En términos de desarrollo familiar, cada etapa trae consigo desafíos y transformaciones, y la adolescencia no es la excepción. En esta fase, los padres deben aprender a equilibrar la autonomía de sus hijos con la necesidad de seguir brindándoles apoyo y estructura.

El desarrollo familiar y la adolescencia

Las familias evolucionan a lo largo del tiempo, pasando por diferentes etapas que requieren ajustes en sus normas, roles y dinámicas. Cuando los hijos alcanzan la adolescencia, la estructura familiar debe adaptarse a su creciente necesidad de independencia y exploración del mundo exterior. Sin embargo, este proceso no siempre es sencillo, y la resistencia al cambio por parte de los padres o del propio adolescente puede generar conflictos dentro del núcleo familiar.

Uno de los cambios clave en esta etapa es la pseudo-individuación de los adolescentes. Esto significa que los jóvenes comienzan a verse a sí mismos como individuos separados de su familia, con ideas propias y un fuerte deseo de autonomía. Para los padres, esto puede generar sentimientos de pérdida o temor al cambio, lo que a veces se traduce en intentos de mantener un control estricto sobre sus hijos. Esta lucha entre la necesidad de independencia del adolescente y la resistencia al cambio de los padres es uno de los principales desafíos familiares durante esta etapa.

Principales desafíos familiares en la adolescencia

 

1. Flexibilizar normas y límites

Durante la infancia, las reglas familiares suelen ser claras y estructuradas. Sin embargo, en la adolescencia, los jóvenes comienzan a cuestionarlas y a exigir mayor flexibilidad. Esto no significa que los límites deban desaparecer, sino que es importante adaptarlos a su crecimiento y fomentar el diálogo en la toma de decisiones.

¿Cómo abordarlo?

  • Mantener normas claras, pero negociables, permitiendo que el adolescente participe en su construcción.
  • Diferenciar entre reglas fundamentales (como la seguridad) y aquellas que pueden flexibilizarse con el tiempo.
  • Enseñarles a asumir responsabilidad sobre sus decisiones y sus consecuencias.

2. Aceptar la autonomía del adolescente

A medida que los adolescentes buscan definir su identidad, es normal que se alejen un poco de la familia y prioricen su vida social. Este proceso puede ser difícil para los padres, quienes pueden sentir que están perdiendo el control sobre sus hijos.

¿Cómo abordarlo?

  • Aceptar que la independencia es un paso necesario para su desarrollo.
  • Brindarles oportunidades para que tomen decisiones y experimenten la autonomía de manera segura.
  • Seguir disponibles emocionalmente sin imponer presencia constante.

3. Gestionar los conflictos familiares

Las diferencias de opinión entre padres y adolescentes pueden generar discusiones frecuentes. Es común que surjan desacuerdos en temas como horarios, amigos, uso de tecnología y responsabilidades.

¿Cómo abordarlo?

  • Fomentar el diálogo en lugar de la imposición.
  • Escuchar activamente las preocupaciones del adolescente antes de responder.
  • Practicar la empatía y evitar reaccionar desde la autoridad sin comprensión.

4. Equilibrar la protección y la libertad

Uno de los mayores desafíos para los padres es encontrar el punto medio entre proteger a sus hijos y permitirles aprender de sus propias experiencias.

¿Cómo abordarlo?

  • Enseñarles a tomar decisiones responsables en lugar de simplemente prohibir.
  • Guiarlos con información sobre los riesgos en lugar de controlarlos.
  • Establecer confianza mutua, de manera que sientan que pueden acudir a sus padres ante cualquier problema.

5. Adaptarse a los cambios en la comunicación

El modo en que los adolescentes se comunican con sus padres cambia significativamente en esta etapa. Es posible que se vuelvan más reservados o que prefieran compartir sus pensamientos con amigos antes que con su familia.

¿Cómo abordarlo?

  • Crear espacios para el diálogo sin forzar la comunicación.
  • Respetar su privacidad sin interpretarlo como un rechazo.
  • Utilizar herramientas como la escucha activa y el interés genuino para mantener la conexión.

El rol de los padres en la adaptación familiar

El ajuste familiar en la adolescencia requiere flexibilidad y disposición para el cambio. Los padres juegan un papel clave en este proceso, y su actitud hacia esta etapa puede influir significativamente en la calidad de la relación con sus hijos. Para facilitar una transición armoniosa, es importante:

  • Aceptar que la adolescencia es una etapa transitoria, donde los cambios son parte del desarrollo natural.
  • Evitar la sobreprotección, ya que puede impedir el crecimiento personal del adolescente.
  • Practicar la paciencia y la empatía, entendiendo que los cambios en la conducta de los hijos no son un rechazo personal, sino parte del proceso de individuación.
  •  Ser un modelo a seguir, mostrando habilidades de regulación emocional y resolución de conflictos.

 

La adolescencia no solo es un periodo de transformación para los jóvenes, sino también para sus familias. Aceptar los cambios propios de esta etapa y adaptarse a ellos es clave para fortalecer los lazos familiares y ayudar a los adolescentes a crecer de manera saludable. Flexibilizar normas, fomentar la comunicación y equilibrar la autonomía con la supervisión son estrategias fundamentales para lograr un ambiente familiar armonioso.

En algunas ocasiones puede ser necesario pedir ayuda profesional para trabajar las dificultades que puede tener una familia para adaptarse a esta etapa. Como psicóloga especializada en terapia familiar veo que con comprensión y disposición al cambio, las familias pueden superar los desafíos de la adolescencia y convertir esta etapa en una oportunidad de crecimiento mutuo.

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Valentina Arnez

Psicóloga General Sanitaria (M-33996)

Psicóloga General Sanitaria especializada en el enfoque sistémico con niños, adolescentes, adultos, parejas y familias.

 

Desarrollo neurológico en la adolescencia
Desarrollo neurológico en la adolescencia 800 800 Sandra Ribeiro

Desarrollo neurológico en la adolescencia

La adolescencia es una etapa de transformaciones profundas, no solo a nivel físico y emocional, sino también en el desarrollo neurológico. Aunque muchas personas asumen que el cerebro de un adolescente ya está completamente desarrollado, la realidad es que este proceso de madurez cerebral se extiende hasta los 18-20 años o más.

La maduración del cerebro: un proceso de atrás hacia adelante

El desarrollo del cerebro adolescente sigue un patrón de madurez que va de la parte posterior hacia la anterior. Esto significa que las regiones más primitivas y automáticas del cerebro maduran primero, mientras que las áreas responsables del control racional y la toma de decisiones son las últimas en desarrollarse.

Uno de los elementos clave en este proceso es la corteza prefrontal, la última región en alcanzar su madurez completa. Esta zona del cerebro es responsable de funciones como:

  • Control de impulsos
  • Toma de decisiones
  • Pensamiento analítico y planificación a largo plazo
  • Regulación emocional
  • Autoconciencia y desarrollo de la identidad

Dado que la corteza prefrontal aún está en desarrollo durante la adolescencia, es común observar comportamientos impulsivos, reacciones emocionales intensas y dificultades para prever las consecuencias de sus acciones. Esto explica por qué los adolescentes pueden parecer emocionalmente inestables o reaccionar de manera exagerada a situaciones que para los adultos nos pueden parecer triviales.

Además, esta inmadurez neurológica impacta en su capacidad de inhibición de respuestas automáticas, lo que los hace más susceptibles a la influencia social y al deseo de gratificación instantánea. Esto también puede influir en la toma de decisiones arriesgadas, ya que el cerebro adolescente prioriza las recompensas inmediatas sobre los beneficios a largo plazo.

Investigaciones en neurociencia han demostrado que, aunque los adolescentes tienen la capacidad de razonar de manera lógica en situaciones controladas, en entornos de alta carga emocional su juicio puede verse comprometido debido a la activación del sistema límbico, el cual está altamente desarrollado en esta etapa y responde de manera intensa a estímulos emocionales.

Funciones cognitivas en desarrollo

Durante esta etapa, varias habilidades cognitivas continúan evolucionando, lo que explica muchas de las actitudes y desafíos propios de los adolescentes:

  • Atención y concentración: Aún está en proceso de madurez la capacidad para mantener el enfoque en tareas complejas o prolongadas, lo que puede influir en su rendimiento académico y en su organización diaria.
  • Capacidad de planificación: Dado que el pensamiento a largo plazo es limitado, los adolescentes suelen tomar decisiones basadas en el presente sin evaluar completamente las posibles repercusiones futuras.
  • Memoria a corto plazo: Aunque su capacidad de aprendizaje es rápida, la retención de información y la gestión de datos a corto plazo pueden verse afectadas por factores como la fatiga o el estrés emocional.

Impulsividad y tendencia a la acción

Uno de los fenómenos más notorios de la adolescencia es la tendencia a actuar antes de pensar. Esto se debe a que las estructuras cerebrales involucradas en la recompensa y la búsqueda de placer, como el sistema límbico, están hiperactivas en esta etapa, mientras que los mecanismos de autocontrol aún están madurando.

Este desbalance explica por qué los adolescentes:

  • Pueden tomar decisiones impulsivas sin considerar plenamente sus consecuencias.
  • Son más propensos a asumir riesgos.
  • Experimentan cambios de humor intensos y reacciones emocionales que pueden ser exageradas.

Si bien estos comportamientos pueden ser desafiantes, también son parte del proceso natural de crecimiento y exploración.

El desarrollo de la identidad y la autoconciencia

A medida que los adolescentes comprenden mejor el mundo que los rodea, también inician un viaje interno para descubrir quiénes son. Esta etapa es clave en la construcción de su identidad y personalidad.

Los adolescentes suelen cuestionarse aspectos fundamentales sobre su identidad y su lugar en el mundo, como adultos podemos ayudar a los adolescentes a reflexionar a través de preguntas como:
•   ¿Quién soy y qué quiero llegar a ser?
•   ¿Cómo me relaciono con mi entorno?
•   ¿Qué valores y creencias realmente me representan y cuáles provienen de mi familia o sociedad?

Guiarlos en este proceso de autoexploración es clave para su desarrollo emocional y social. Aunque puede generar dudas e inseguridad, también les brinda la oportunidad de fortalecer su autoconocimiento y construir una autoestima más sólida.

Acompañando el desarrollo neurológico del adolescente

Dado que la madurez del cerebro no ocurre de un día para otro, los adultos pueden desempeñar un papel clave en el acompañamiento de este proceso. Algunas estrategias útiles incluyen:

  • Fomentar el pensamiento crítico y la reflexión: En lugar de imponer reglas sin explicación, incentivar el debate y la búsqueda de soluciones razonadas.
  • Enseñar habilidades de regulación emocional: Ayudar a los adolescentes a identificar y gestionar sus emociones de manera saludable.
  • Brindar apoyo y paciencia: Comprender que los errores y la impulsividad forman parte del aprendizaje.
  • Favorecer hábitos saludables: Un sueño adecuado, alimentación balanceada y ejercicio físico pueden contribuir al desarrollo cerebral y mejorar su bienestar emocional.

 

El desarrollo neurológico en la adolescencia es un proceso fascinante y desafiante que influye en la manera en que los jóvenes perciben el mundo y toman decisiones. Acompañarlos con comprensión y guiarlos en la construcción de su identidad les permitirá desarrollar las habilidades necesarias para una transición saludable hacia la adultez.

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Psicóloga General Sanitaria (M-33996)

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El gran desafío de ser padres y madres primerizos
El gran desafío de ser padres y madres primerizos 800 800 Sandra Ribeiro

El gran desafío de ser padres y madres primerizos

Ser padre o madre por primera vez es una experiencia transformadora, llena de emociones intensas, amor incondicional y, al mismo tiempo, grandes desafíos. A menudo, la llegada de un bebé trae consigo una serie de dificultades que pueden generar estrés, cansancio extremo y dudas constantes sobre si se está haciendo bien el papel de padre o madre.

Problemas más habituales en la crianza primeriza

  1. Estrés y cansancio extremo

Las noches sin dormir, el llanto del bebé y la constante atención que requiere pueden llevar a un agotamiento físico y mental. La falta de sueño afecta el estado de ánimo y la capacidad de tomar decisiones, lo que puede hacer que los padres y madre se sientan desbordados.

  1. Acumulación de tareas

Las responsabilidades aumentan drásticamente: alimentación, pañales, visitas médicas, limpieza del hogar y, en muchos casos, el regreso al trabajo. La sensación de no llegar a todo puede generar ansiedad y frustración.

  1. Dificultad para conciliar el sueño

No solo el bebé interrumpe el descanso, sino que la preocupación constante y la sobrecarga mental pueden hacer que los padres y madres tengan dificultades para dormir incluso cuando el bebé descansa.

  1. Miedo a estar haciéndolo mal

Es común que los padres y madres primerizos se cuestionen cada decisión: ¿Está comiendo suficiente? ¿Por qué llora tanto? ¿Deberíamos seguir esta recomendación o la otra? Este miedo puede llevar a un estado de alerta constante y agotador.

  1. Búsqueda de información en redes sociales

En la era digital, las redes sociales y los foros están llenos de consejos sobre crianza, pero la sobreinformación puede ser contraproducente. Las comparaciones con otras familias pueden generar más inseguridad y estrés.

  1. Falta de tiempo en pareja

El tiempo en pareja suele reducirse drásticamente. Las noches románticas se convierten en madrugadas sin dormir y las conversaciones giran en torno a las necesidades del bebé. Esto puede generar distancia emocional.

  1. Diferencias en los estilos educativos

Cada persona trae consigo su propia historia familiar y visión sobre la crianza. Esto puede generar conflictos en la pareja, especialmente si no se establecen acuerdos claros sobre cómo educar al bebé.

  1. Comparaciones y la carga mental de quién hace más

Uno de los conflictos más habituales es la percepción de que uno de los dos progenitores está asumiendo más responsabilidades que el otro. La crianza es un trabajo en equipo y la distribución de tareas debe ser equilibrada para evitar resentimientos.

Mitos sobre los estilos de crianza

Existen muchos mitos en torno a la crianza que pueden generar confusión y culpa en los padres y madres primerizos. Algunos de los más comunes son:

  • «No cojas al bebé en brazos porque se acostumbra»: La realidad es que el contacto físico es fundamental para el desarrollo emocional del bebé y fortalece el vínculo afectivo.
  • «Déjale llorar para que aprenda a calmarse solo»: Los bebés no tienen la capacidad de autorregularse en los primeros meses, por lo que atender su llanto es fundamental para su bienestar.
  • «El colegio es peligroso y crea dependencia»: El colegio, practicado de manera segura, puede favorecer el descanso del padre/madre y el bebé, además de reforzar el apego.
  • «Debe dormir solo desde bebé para que sea independiente»: La independencia no se construye a través de la separación forzada, sino mediante una relación de confianza y seguridad.

Es importante informarse y tomar decisiones basadas en la evidencia científica y en lo que funcione mejor para cada familia.

La importancia del apego seguro

El apego seguro es la base del desarrollo emocional y psicológico del bebé. Se construye a través de interacciones consistentes y sensibles con los cuidadores principales. Para fomentar un apego seguro, los padres/madres pueden:

  • Atender las necesidades del bebé de manera sensible y constante, respondiendo a su llanto y necesidades emocionales sin temor a ‘malcriar’.
  • Ofrecer contacto físico y cercanía, ya que el contacto piel con piel, las caricias y los abrazos refuerzan el vínculo afectivo.
  • Proporcionar rutinas predecibles, lo que ayuda al bebé a sentirse seguro y confiado en su entorno.
  • Favorecer la expresión emocional, validando las emociones del bebé y evitando frases como «no llores» o «no pasa nada».
  • Ser modelos de regulación emocional, ya que los bebés aprenden de sus cuidadores cómo gestionar el estrés y las emociones.

¿Cómo puede ayudar la terapia?


La terapia psicológica puede ser un gran recurso para los padres y madres primerizos, ayudándolos a gestionar mejor el estrés, la ansiedad y los conflictos de pareja. Algunas de las maneras en que puede contribuir incluyen:

  • Aprender a manejar la ansiedad y el cansancio mediante estrategias de regulación emocional y organización del tiempo.
  • Fortalecer la comunicación en pareja para encontrar acuerdos en la crianza y evitar discusiones recurrentes.
  • Desarrollar expectativas realistas sobre la maternidad y paternidad, comprendiendo que la perfección no existe y que cada familia encuentra su propio camino.
  • Evitar la sobrecarga mental aprendiendo a delegar y compartir tareas de manera equitativa.
  • Conectar con el bebé y con uno mismo sin perder la identidad propia ni la relación de pareja.

Ser madre o padre primerizo es un reto, pero también una oportunidad para crecer y fortalecer vínculos. Con apoyo adecuado y una mirada compasiva hacia uno mismo, es posible transitar esta etapa con mayor seguridad y bienestar.

 

 

 

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Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

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Trauma familiar
¿Familias traumatizadas traumatizan? Cómo romper el ciclo 800 800 Sandra Ribeiro

¿Familias traumatizadas traumatizan? Cómo romper el ciclo

El ciclo del trauma familiar se perpetúa cuando el dolor no procesado de una generación se transmite a la siguiente, muchas veces de manera inconsciente. Padres que crecieron en entornos abusivos, negligentes o altamente demandantes pueden, sin proponérselo, replicar esos mismos patrones con sus hijos, incluso cuando se han prometido no hacerlo.

Es importante entender que el trauma no solo surge de grandes tragedias o eventos extremos. También puede originarse en experiencias aparentemente «normales» pero que dejaron una huella emocional profunda: una infancia sin espacio para expresar emociones, con exigencias desmedidas, con padres fríos o emocionalmente ausentes. Todo aquello que desbordó nuestra capacidad de afrontamiento y no fue procesado emocionalmente, puede convertirse en trauma.

¿Qué es el trauma?

El trauma es cualquier experiencia que sobrepasa nuestra capacidad emocional para afrontarla, dejándonos con una sensación persistente de indefensión, vulnerabilidad o desconexión. No se trata solo de grandes tragedias; también puede originarse en situaciones cotidianas que se repiten sin contención emocional o comprensión suficiente. Hablamos tanto de eventos puntuales (trauma agudo) como de la acumulación de experiencias dolorosas a lo largo del tiempo (trauma complejo o de desarrollo).

Estas vivencias, al no ser procesadas adecuadamente, dejan huellas profundas en nuestro sistema nervioso y en nuestra psique. Afectan cómo pensamos, sentimos y nos vinculamos, especialmente en nuestras relaciones más cercanas, como las de pareja o con nuestros hijos, donde la intimidad puede reactivar heridas no sanadas.

¿Desde dónde estoy educando? ¿Desde la herida o desde la sanación?

Cuando no hemos hecho un trabajo personal de introspección y elaboración de nuestra historia, llevamos nuestras heridas a nuestras relaciones más significativas, en especial con nuestros hijos. Sin darnos cuenta, podemos proyectar en ellos nuestras propias carencias, exigirles lo que no recibimos o castigarlos por heridas que en realidad nos pertenecen a nosotros.

Por ejemplo:

  • Si crecimos sintiendo que no éramos suficientes para nuestros padres, podemos convertirnos en padres excesivamente exigentes, buscando que nuestros hijos “sean mejores”.
  • Si sentimos que nunca fuimos vistos o validados, podemos buscar aprobación a través de nuestros hijos, haciendo que ellos carguen con una responsabilidad emocional que no les corresponde.
  • Si nos criaron bajo el miedo o la rigidez, podemos oscilar entre la sobreprotección y la dificultad para poner límites claros.

Sanar nuestra historia no significa justificar lo que nos pasó, sino reconocerlo, darle un lugar y procesarlo para que no siga gobernando nuestras decisiones. Cuando dejamos de buscar una reparación externa —de nuestros padres, de nuestra pareja o de nuestros hijos—, dejamos de exigirle al otro algo que no puede darnos y empezamos a responsabilizarnos de nuestro propio proceso de sanación.Ser padres conscientes implica preguntarnos con honestidad: ¿Desde dónde estoy educando? ¿Desde la herida o desde la sanación? La clave está en trabajar nuestra historia antes de que se convierta en la carga de nuestros hijos.

¿Cómo romper el ciclo del trauma familiar?

1. Reconocer el patrón

El primer paso es tomar conciencia de que existe un ciclo de trauma. Muchas personas creen que su infancia fue «normal» porque no tienen con qué compararla. Identificar las dinámicas disfuncionales, los mecanismos de defensa que hemos desarrollado y las emociones reprimidas es fundamental.

2. Comprender el impacto del trauma

Las experiencias de la infancia influyen profundamente en cómo nos relacionamos, cómo regulamos nuestras emociones y cuáles son nuestras reacciones automáticas. El trauma puede generar:

  • Hipervigilancia o ansiedad constante
  • Baja autoestima y sentimientos de culpa
  • Dificultades para confiar o para poner límites
  • Respuestas emocionales desproporcionadas ante ciertos desencadenantes

3. Buscar ayuda profesional

La terapia psicológica es una herramienta clave para procesar el trauma. Modelos como la terapia sistémica, EMDR, la terapia del trauma centrada en el cuerpo o el enfoque somático pueden ser especialmente efectivos para sanar heridas profundas y desarrollar nuevos recursos emocionales.

4. Desarrollar nuevas estrategias de crianza y relación

Romper el ciclo del trauma no implica ser un padre perfecto, sino un padre que se responsabiliza de su dolor para no proyectarlo. Algunas claves son:

  • Practicar la autorregulación emocional
  • Validar las emociones de nuestros hijos sin juzgar
  • Poner límites claros desde el afecto
  • Cultivar la comunicación empática

5. Crear un entorno seguro y amoroso

Una familia sin violencia, donde haya espacio para expresar emociones sin miedo, es un entorno sanador. La conexión emocional, el afecto sincero y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace pueden sanar mucho más de lo que imaginamos.

6. Sanar el niño interior

Reparentarse a uno mismo es un proceso en el que aprendemos a darnos el cuidado, el amor y la validación que no recibimos. Esto nos permite ser más compasivos con nosotros mismos y con quienes nos rodean, y romper patrones heredados de exigencia o frialdad.

7. Romper el silencio

Romper el ciclo del trauma no es fácil, pero es posible. Y, sobre todo, es un acto profundo de amor: hacia uno mismo, hacia nuestros hijos y hacia las generaciones que vienen. Sanar no es olvidar ni justificar, sino tomar conciencia, responsabilizarnos y elegir una forma distinta de relacionarnos.

Este camino de sanación requiere valentía, tiempo y compasión. A veces implica cuestionar creencias familiares que parecían inamovibles, poner límites con quienes más amamos o darnos el permiso de sentir lo que antes callamos. Pero cada paso que damos hacia la conciencia es también un paso hacia la libertad emocional de nuestros hijos. Porque el legado más valioso que podemos dejarles no es la perfección, sino la coherencia, el amor propio y la capacidad de reparar.

Cuando un adulto sana, libera a un niño. Y cuando ese niño ya no tiene que cargar con un dolor que no le pertenece, puede crecer libre, desarrollar su propio camino sin la carga de historias no resueltas y construir relaciones más sanas, más conscientes, más humanas.

 

 

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