• Centro Sanitario Autorizado nº CS19965 - Saber más

Archivos Mensuales :

febrero 2025

Heridas emocionales
Las heridas emocionales de los padres y su impacto en los hijos 800 800 Sandra Ribeiro

Las heridas emocionales de los padres y su impacto en los hijos

Desde la infancia, tendemos a ver a nuestros padres como figuras todopoderosas, personas que tienen todas las respuestas y que actúan de manera justa y amorosa. Sin embargo, al crecer, nos damos cuenta de que ellos también tienen heridas emocionales, historias de dolor, experiencias traumáticas y patrones aprendidos que influyen en la forma en que nos crían.

Es natural que, si sufrimos en nuestra relación con ellos cuando niños, nos preguntemos qué hicimos mal o por qué no fuimos lo suficientemente buenos para recibir el amor y la validación que necesitábamos. Sin embargo, la verdad es que su comportamiento no fue una respuesta a nuestro valor como hijos, sino una manifestación de sus propias luchas internas.

Cada generación arrastra consigo una carga emocional que, muchas veces, no ha sido procesada. Experiencias de abuso, abandono, carencias afectivas o exigencias desmedidas pueden marcar la forma en que una persona se relaciona con sus propios hijos. Si un padre o una madre creció en un ambiente donde el amor era condicional o inexistente, es probable que reproduzca un patrón similar sin siquiera ser consciente de ello.

Esto no justifica el dolor que causaron, pero ayuda a comprender que su incapacidad para amarnos plenamente no fue culpa nuestra. Su reacción ante nuestras necesidades, emociones y logros no dependía de quiénes éramos, sino de las limitaciones emocionales con las que cargaban.

La injusticia de no haber podido cambiarlo

Uno de los mayores duelos que enfrentamos al sanar es aceptar que, por más que hubiéramos hecho todo bien, no habría cambiado el resultado. Los niños intentan ganarse el amor de sus padres de muchas formas: siendo obedientes, callados, responsables, brillantes o incluso sacrificándose para no incomodar. Pero ninguna estrategia puede llenar el vacío que hay en alguien que no sabe o no puede amar de manera sana.

Aceptar esta realidad es doloroso, porque significa renunciar a la esperanza de que podríamos haber hecho algo diferente. Significa entender que el problema no era nuestro y que no estaba en nuestras manos corregirlo.

Rompiendo el ciclo y sanando la herida emocional

Cuando reconocemos que las heridas emocionales que recibimos vienen de las heridas emocionales de otros, podemos empezar a sanar. No se trata de justificar ni de minimizar el daño, sino de dejar de cargar con una culpa y asumir una responsabilidad que no nos pertenece.

Sanar implica:

  • Aceptar que el dolor fue real y válido, sin minimizarlo ni compararlo con el de otros.
  • Darnos permiso para sentir el duelo por la infancia que no tuvimos y por las carencias emocionales que nos marcaron.
  • Poner límites cuando sea necesario, entendiendo que protegernos también es parte del proceso.
  • Buscar espacios de apoyo y comprensión, como terapia o comunidades donde podamos compartir y procesar nuestra historia.

Hoy eres una persona adulta que puede poner límites, decidir quedarse o alejarse… Puedes decidir quién quieres a tu lado y quién no.

No podemos cambiar el pasado ni convertir a nuestros padres en las figuras que necesitábamos, pero sí podemos decidir qué hacer con lo que vivimos. Podemos elegir sanar, romper el ciclo y construir relaciones más saludables para nosotros y para quienes vienen después.

Porque las heridas emocionales que nos hicieron no tenían que ver con nosotros, sino con ellos. Pero nuestra sanación sí es nuestra responsabilidad, y en ella está nuestra verdadera libertad.

 

 

Estamos aquí para ayudarte.

Pide cita:

Rellena nuestro formulario

Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

Celos en la pareja
Celos o Celotipia: Cuando los Celos se Convierten en Obsesión 800 800 Sandra Ribeiro

Celos o Celotipia: Cuando los Celos se Convierten en Obsesión

Diferencias entre Celos y Celotipia

Los celos son una emoción natural que puede surgir ante la percepción de una amenaza a una relación significativa. En un nivel moderado, pueden ser manejables y no interfieren significativamente en la vida de la persona. Sin embargo, cuando los celos se intensifican, pueden dar lugar a comportamientos posesivos y conflictos importantes en la pareja.

Por otro lado, la celotipia es un trastorno delirante en el que la persona tiene la certeza absoluta de que su pareja le está siendo infiel, a pesar de no contar con pruebas objetivas. Esta convicción no cambia ni siquiera frente a evidencias en contra, lo que genera un deterioro significativo en la relación y en la calidad de vida del afectado.


Factores Psicológicos y Emocionales de los Celos

Los celos pueden originarse en diversos factores psicológicos y emocionales, entre ellos:

  • Baja autoestima: La inseguridad personal puede hacer que la persona perciba cualquier interacción de su pareja con terceros como una amenaza.
  • Experiencias pasadas: Relaciones previas con infidelidades o abandono pueden predisponer a desarrollar celos en nuevas relaciones.
  • Apego ansioso: Las personas con un estilo de apego ansioso suelen tener un miedo constante al rechazo y la pérdida de su pareja.
  • Influencia cultural y social: Los mensajes transmitidos por la cultura y los medios pueden reforzar la idea de que los celos son una prueba de amor.


Celotipia como Trastorno Delirante

Según el DSM-5 (manual diagnóstico que utilizamos los psicólogos), la celotipia es un subtipo del trastorno delirante, dentro de la categoría de los trastornos psicóticos, caracterizado por una creencia inamovible de infidelidad de la pareja. Sus manifestaciones incluyen:

  • Vigilancia extrema y espionaje de la pareja.
  • Interpretación errónea de situaciones cotidianas como «pruebas» de infidelidad.
  • Enfrentamientos constantes y acusaciones sin fundamento.
  • Restricción de la autonomía de la pareja, llegando en algunos casos a episodios de violencia.

La celotipia tiene un inicio insidioso y tiende a la cronicidad. El celotípico tiene los celos como eje central de su vida, comprometiendo gravemente distintas áreas como la vida familiar, social y laboral.

 

¿Hubo o No Infidelidad?: La Ruptura en los Acuerdos de la Pareja

La infidelidad no siempre es un hecho objetivo y definido de la misma manera para todas las parejas. Cada relación establece sus propios acuerdos sobre la exclusividad y el compromiso. La percepción de traición varía según estos acuerdos y el grado de confianza que existe en la pareja. En muchos casos, los celos surgen no solo por la sospecha de una infidelidad física, sino también por la posibilidad de una infidelidad emocional o digital.

 

El Concepto de Confianza en Sí Mismo y en el Otro

La confianza es un pilar fundamental en cualquier relación. No solo implica creer en la fidelidad de la pareja, sino también en la propia capacidad de afrontar una posible ruptura o traición. Las personas con una buena autoestima tienden a gestionar mejor la incertidumbre, mientras que aquellas con inseguridades profundas pueden experimentar celos constantes, incluso sin razones objetivas.

 

El Desarrollo de la Autoconfianza y la Confianza en el Otro

  1. Experiencias tempranas: Nuestra autoconfianza se forma en la infancia a través de la validación y el apoyo que recibimos de nuestras figuras de apego. Si crecimos en un entorno donde nuestras emociones y capacidades fueron reforzadas, es más probable que desarrollemos una sensación de seguridad en nosotros mismos.
  2. Éxitos y fracasos: La confianza en uno mismo se fortalece cuando enfrentamos desafíos y somos capaces de superarlos. Si, por el contrario, nos han sobreprotegido o hemos recibido críticas constantes, podemos desarrollar inseguridad.
  3. Modelos de relación: Nuestra forma de confiar en los demás está influenciada por las experiencias familiares y relaciones previas. Una historia de traición (en primera persona o no) o abandono puede hacer que confiemos menos en los demás.

 

Los Orígenes de los Celos

  • Biológicos: Algunas investigaciones sugieren que los celos tienen una base evolutiva, relacionada con la protección de la pareja y la descendencia.
  • Sociales y culturales: La forma en que interpretamos los celos está influenciada por las normas culturales. En algunas sociedades, los celos son vistos como una prueba de amor, mientras que en otras se consideran un signo de inseguridad y/o de falta de respeto hacia la pareja.
  • Psicológicos: Como mencionamos, la autoestima, el apego y las experiencias pasadas juegan un papel clave en el desarrollo de los celos.

 

La Historia del Apego en los Celos

El tipo de apego desarrollado en la infancia influye en la forma en que una persona experimenta y maneja los celos. Algunos puntos clave incluyen:

  • Apego seguro: Tienden a confiar en su pareja y en la solidez de la relación.
  • Apego ansioso: Experimentan miedos intensos de abandono y necesitan constantes pruebas de amor.
  • Apego evitativo: Pueden mostrar desconfianza y distanciamiento, evitando la vulnerabilidad emocional.

Riesgos y Consecuencias de la Celotipia

  • Para la persona afectada: Aislamiento social, ansiedad, depresión y deterioro del bienestar psicológico y, en algunos casos, riesgo de agresión física o emocional.
  • Para la pareja: Sensación de asfixia, estrés, miedo y, en algunos casos, riesgo de agresión física o emocional.
  • A nivel legal: En casos extremos, la celotipia puede derivar en violencia de género y denuncias legales.

 

Abordaje y Tratamiento

  • Terapia psicológica: La terapia ayuda a identificar pensamientos distorsionados y modificar patrones de comportamiento problemáticos.
  • Dependiendo de la decisión: La terapia ayuda a procesar el duelo de la ruptura o recolocar y reconstruir la confianza en la pareja.
  • Trabajar la culpa y el arrepentimiento: Es importante trabajar también en el dolor y el sufrimiento de la pareja. Si hubo una infidelidad, puede haber culpa y arrepentimiento por parte del miembro de la pareja que cometió infidelidad.
  • Terapia de Pareja: La terapia ayuda a la pareja a hablar sobre la infidelidad y a desarrollar los nuevos acuerdos de lealtad en la pareja si deciden permanecer juntos. Si, por el contrario, la pareja o uno de los miembros decide romper la relación, la terapia ayuda en una separación sana, a la comunicación a los hijos y/o familiares, a procesar la decisión y el duelo de la ruptura.
  • Estrategias para la pareja: La comunicación asertiva y los límites son clave para evitar la escalada del problema.
  • Intervención psiquiátrica: En la celotipia, el tratamiento psicofarmacológico con antipsicóticos puede ser necesario.

 

Casos Clínicos

Caso 1: Celos

María, de 30 años, ha tenido experiencias previas con parejas infieles. En su relación actual, aunque su pareja nunca le ha dado motivos de desconfianza, María se siente insegura cuando él socializa con otras mujeres. A menudo revisa su teléfono y le pregunta reiteradamente si sigue interesado en ella. Aunque sufre ansiedad, María reconoce que sus celos pueden ser irracionales y está dispuesta a trabajarlos en terapia.

Caso 2: Celotipia

José, de 42 años, está convencido de que su esposa le es infiel con un compañero de trabajo. Aunque ella le ha mostrado mensajes y llamadas para demostrar su fidelidad, José sigue creyendo que lo engaña. Ha comenzado a seguirla, instalar aplicaciones de rastreo en su teléfono y confrontarla violentamente. José tenía un estado de hiperalerta con mucha ansiedad, apenas dormía y consumía frecuentemente bebida alcohólica. El problema se ha hecho insostenible. Su esposa decide separarse, ha perdido su empleo y sus amigos se han distanciado. Finalmente, José busca ayuda profesional para afrontar el dolor de la ruptura, pero no era consciente de la celotipia, ya que daba por hecho la infidelidad de su mujer.

 

La celotipia es un subtipo del trastorno delirante, según el DSM-5, dentro de la categoría de los trastornos psicóticos. La característica principal es la creencia firme y errónea de que la pareja es infiel, sin pruebas objetivas que lo respalden. Esta convicción delirante no cambia, aunque se le presenten evidencias en contra, lo que la diferencia de los celos normales o de la inseguridad en la relación.

Al ser un trastorno delirante, el abordaje suele requerir la intervención psiquiátrica, especialmente si hay una afectación significativa en la vida de la persona o si se presentan conductas de riesgo (como vigilancia constante, confrontaciones agresivas o incluso violencia). El tratamiento psicofarmacológico puede ser necesario para reducir la intensidad del delirio. Paralelamente, la terapia psicológica con un profesional especializado puede ayudar a trabajar la desconfianza, las distorsiones cognitivas y las emociones asociadas, entre otras cosas.

 

 

Estamos aquí para ayudarte.

Pide cita:

Rellena nuestro formulario

Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

 

Acoso escolar
Bullying Escolar: ¿Qué hacer si tu hijo es el responsable? 800 800 Sandra Ribeiro

Bullying Escolar: ¿Qué hacer si tu hijo es el responsable?

El bullying escolar es un problema grave que afecta a niños y adolescentes en todo el mundo, con consecuencias emocionales, sociales y académicas tanto para quienes lo sufren como para quienes lo ejercen. A menudo, el enfoque se centra en proteger y apoyar a las víctimas, pero hay una realidad menos explorada que resulta igualmente crucial: ¿qué sucede cuando nuestro propio hijo es quien está causando daño a otros? Descubrir que tu hijo está involucrado en comportamientos de acoso puede ser un golpe difícil de asimilar, generando sentimientos de incredulidad, culpa o miedo al juicio social. Sin embargo, lejos de ser una etiqueta definitiva, este hallazgo es una oportunidad clave para comprender las causas detrás de su comportamiento y tomar medidas para corregirlo. La infancia y la adolescencia son etapas de aprendizaje en las que los valores, la empatía y las habilidades sociales pueden fortalecerse con el acompañamiento adecuado. Como padres, nuestra reacción no solo influirá en el cambio de actitud de nuestro hijo, sino también en su capacidad para desarrollar relaciones sanas y respetuosas en el futuro.

Factores que pueden contribuir al comportamiento agresivo

El bullying no surge en el vacío. Detrás de cada niño o adolescente que acosa a otros, hay una serie de factores que pueden estar influyendo en su comportamiento. Comprender estas causas no significa justificar sus acciones, sino identificar las raíces del problema para abordarlo de manera efectiva.

1. Modelos de conducta en casa

Los niños aprenden observando. Si en casa se normalizan los gritos, la descalificación o la resolución de conflictos mediante la agresión —física o verbal—, es probable que los hijos internalicen estas conductas como estrategias válidas para relacionarse con los demás. Esto no significa necesariamente que haya violencia en el hogar, pero sí puede haber dinámicas como el sarcasmo hiriente, la burla constante entre familiares o una comunicación basada en la crítica. Además, si los adultos minimizan el impacto de comentarios ofensivos o justifican actitudes agresivas con frases como “así es la vida” o “tiene que aprender a defenderse”, los niños pueden interpretar que la agresión es una respuesta legítima en sus interacciones.

2. Entorno social y presión de grupo

El deseo de encajar es una de las fuerzas más poderosas en la infancia y la adolescencia. En muchos casos, los niños participan en actos de bullying no por iniciativa propia, sino para ganar aceptación dentro de un grupo. La dinámica de poder en los entornos escolares puede llevar a que algunos se sientan presionados a intimidar a otros para evitar ser ellos mismos el blanco de burlas o para fortalecer su estatus social. La pertenencia al grupo puede volverse más importante que la empatía hacia la víctima, especialmente si el liderazgo dentro de la clase o el grupo de amigos premia la agresividad como una muestra de fortaleza.

3. Exposición a la violencia en medios o redes sociales

En la era digital, los niños y adolescentes están constantemente expuestos a contenidos que pueden reforzar comportamientos agresivos. Videojuegos, series, redes sociales e incluso plataformas de entretenimiento pueden normalizar el menosprecio, el sarcasmo destructivo o la humillación como formas aceptables de interacción. En redes sociales, la falta de consecuencias inmediatas al agredir a otros detrás de una pantalla puede hacer que algunos jóvenes trasladen esta actitud a su vida cotidiana. Además, el cyberbullying ha ampliado los escenarios en los que un niño puede ejercer (o sufrir) acoso, haciendo que la agresión no termine cuando suena el timbre de salida.

4. Dificultades en habilidades sociales o de regulación emocional

Muchos niños y adolescentes que ejercen bullying tienen dificultades para manejar sus propias emociones. Algunos pueden reaccionar con agresividad ante la frustración porque no han aprendido otras maneras de expresarse o porque nunca han recibido herramientas para gestionar el enojo o la inseguridad. Otros pueden carecer de habilidades sociales esenciales, como la empatía, la asertividad o la capacidad de resolver conflictos sin recurrir a la intimidación. En ciertos casos, pueden no ser plenamente conscientes del daño que están causando, lo que hace aún más importante el trabajo en educación emocional.

Identificar estos factores es clave para abordar el problema desde la raíz. Como padres, podemos reflexionar sobre qué dinámicas pueden estar influyendo en nuestro hijo y tomar medidas para corregirlas. Un ambiente familiar que fomente el respeto, el diálogo y la empatía será una base sólida para guiar a nuestro hijo hacia relaciones más sanas y responsables.

Diferencia entre bullying y conflictos normales

Es natural que los niños y adolescentes tengan desacuerdos entre ellos. Las diferencias de opinión, las discusiones y las peleas ocasionales forman parte del proceso de socialización y del aprendizaje de habilidades para la resolución de conflictos. Sin embargo, no todos los problemas entre niños son bullying. Comprender esta diferencia es clave para evaluar la situación de manera adecuada y tomar las medidas correctas.

El bullying se distingue por tres elementos fundamentales:

1. Intención de hacer daño

En los conflictos normales, ambas partes suelen expresar su punto de vista, y aunque puedan surgir emociones intensas, no hay una intención deliberada de lastimar al otro. En cambio, en el bullying, la agresión es intencional y tiene como objetivo humillar, someter o hacer sufrir a la víctima. La persona que acosa busca reforzar su poder o estatus a costa del otro, sin interés real en resolver un problema.

2. Repetición en el tiempo

Las peleas o discusiones entre compañeros suelen ser eventos aislados que pueden resolverse con diálogo o intervención de adultos. El bullying, en cambio, implica una agresión sistemática y persistente. La víctima es atacada de manera recurrente, lo que genera un impacto acumulativo en su bienestar emocional y autoestima. Este patrón puede extenderse durante semanas, meses o incluso años si no se interviene.

3. Desequilibrio de poder

En un conflicto común, los niños tienen una posición relativamente equilibrada: ambos pueden expresar su postura y ninguno tiene un dominio absoluto sobre el otro. En el bullying, existe un claro desequilibrio de poder. Esto puede manifestarse en diferentes formas:

  • Física: un niño más grande o fuerte intimida a otro más pequeño o débil.
  • Social: un grupo de niños se une contra uno solo, dejando a la víctima sin apoyo.
  • Psicológica: el agresor tiene una personalidad dominante y utiliza el miedo o la manipulación para controlar a la víctima.
  • Digital: en el cyberbullying, el agresor puede esconderse detrás del anonimato y alcanzar a la víctima en cualquier momento.

Pasos a seguir cuando nuestro hijo es el responsable

1. Escucha a tu hijo sin juzgar

El primer paso es crear un espacio seguro para que tu hijo hable abiertamente sobre lo que está ocurriendo. Pregúntale cómo se siente y qué ha estado sucediendo en la escuela. Es fundamental mantener una actitud empática y evitar las acusaciones inmediatas. A menudo, los actos de agresión están motivados por problemas subyacentes, como conflictos emocionales, inseguridades o tensiones en el hogar. Escuchar sin juzgar te permitirá entender mejor las razones detrás de su comportamiento.

2. Explícale las consecuencias de sus acciones

Es esencial que tu hijo comprenda cómo sus acciones afectan a otros. Habla con él sobre el impacto emocional que puede tener el bullying en las víctimas, incluyendo sentimientos de tristeza, miedo o aislamiento. Utiliza ejemplos concretos para ayudarle a desarrollar empatía y reflexionar sobre cómo le gustaría ser tratado a él mismo en situaciones similares.

3. Trabaja en colaboración con la escuela

Comunícate con los maestros, orientadores y personal escolar para compartir tus preocupaciones y trabajar en conjunto. Solicita retroalimentación sobre cómo tu hijo se comporta en el entorno escolar y desarrolla un plan de acción que incluya estrategias para prevenir futuros incidentes. Las escuelas suelen tener protocolos para manejar casos de bullying y pueden ser un recurso valioso para abordar esta situación.

4. Considera buscar ayuda profesional

Si el comportamiento de tu hijo persiste o si notas que tiene dificultades para manejar sus emociones, podría ser útil buscar apoyo de un psicólogo o terapeuta. Un profesional capacitado puede ayudar a tu hijo a explorar las causas profundas de su conducta, enseñarle habilidades para manejar conflictos y fomentar un cambio de actitud.

5. Fomenta la responsabilidad

Anima a tu hijo a asumir las consecuencias de sus acciones de manera activa. Esto incluye disculparse sinceramente con las víctimas y participar en acciones reparadoras. Asumir la responsabilidad no solo es crucial para reparar el daño causado, sino también para el desarrollo de su carácter y madurez.

6. Supervisa su comportamiento y establece límites

Es importante estar atento a los cambios en el comportamiento de tu hijo y asegurarte de que cumpla con las pautas establecidas para corregir su conducta. Proporciónale orientación constante y refuerza los valores de respeto y empatía en sus interacciones diarias.

7. Promueve valores de empatía y respeto

Aprovecha esta experiencia como una oportunidad para reforzar en tu hijo valores fundamentales como la tolerancia, el respeto y la empatía. Habla con él sobre la importancia de construir relaciones positivas y de contribuir al bienestar de su comunidad escolar. Puedes fomentar estas cualidades a través de ejemplos, lecturas o incluso actividades de voluntariado.

8. Actúa de cara a la familia del niño afectado

Es fundamental reconocer el impacto que las acciones de tu hijo han tenido en la familia del niño afectado. Busca una comunicación respetuosa y abierta con ellos para expresar sinceramente tus disculpas. Reconoce el dolor que su hijo pudo haber experimentado y deja claro que estás tomando medidas para corregir la situación. En algunos casos, podría ser útil involucrar a un mediador o terapeuta que facilite esta conversación y ayude a reparar la relación.

Errores comunes de los padres al abordar el bullying

Descubrir que tu hijo está involucrado en un caso de bullying puede generar una reacción inmediata de sorpresa, enojo o negación. Sin embargo, la forma en que abordes la situación marcará la diferencia en su aprendizaje y en la posibilidad de corregir su comportamiento. A continuación, te presentamos algunos errores comunes que los padres suelen cometer y cómo evitarlos.

1. Minimizar el problema: “Son cosas de niños”

Uno de los errores más frecuentes es restarle importancia a la situación, creyendo que los conflictos entre niños son naturales y que se resolverán solos con el tiempo. Si bien es cierto que las peleas ocasionales forman parte de la infancia, el bullying no es un simple desacuerdo: es un comportamiento dañino que puede tener consecuencias emocionales y psicológicas a largo plazo tanto para la víctima como para el agresor. Ignorarlo no solo perpetúa el problema, sino que también envía el mensaje de que la agresión es aceptable.

¿Qué hacer en su lugar?

Escucha a tu hijo con atención y toma en serio las señales de alerta. Investiga el contexto y trabaja con la escuela y otros adultos involucrados para abordar la situación de manera efectiva.

2. Justificar la conducta: “Mi hijo solo se está defendiendo” o “Así aprende a ser fuerte”

Algunos padres asumen que si su hijo está agrediendo a otros, es porque tiene razones válidas para hacerlo o porque necesita desarrollar una personalidad fuerte en un mundo competitivo. Sin embargo, justificar la agresión impide que el niño asuma responsabilidad por sus actos y que aprenda mejores formas de resolver sus conflictos.

¿Qué hacer en su lugar?

Fomenta la empatía y el respeto como valores fundamentales. Explícale a tu hijo que hay formas saludables de resolver problemas y que la violencia, ya sea física o emocional, no es la solución. Ayúdalo a reflexionar sobre cómo se sentiría si estuviera en el lugar de la víctima.

3. Aplicar castigos excesivos o sin orientación

Cuando los padres descubren que su hijo ha participado en actos de bullying, pueden reaccionar con castigos severos, como prohibiciones estrictas, aislamiento o incluso humillación. Sin embargo, un castigo sin orientación no corrige la raíz del problema y puede generar resentimiento en el niño, en lugar de fomentar un cambio real.

¿Qué hacer en su lugar?

En lugar de solo castigar, acompaña la sanción con un proceso de aprendizaje. Ayuda a tu hijo a comprender las consecuencias de sus acciones y a reparar el daño causado. Esto puede incluir disculparse con la víctima, realizar actividades que fomenten la empatía y, si es necesario, buscar ayuda profesional para abordar las causas de su comportamiento.

Como padre o madre, tu rol no es solo corregir a tu hijo, sino también guiarlo en el desarrollo de habilidades emocionales y sociales que le permitan relacionarse de manera positiva con los demás. Evitar estos errores y adoptar un enfoque basado en la comprensión, la responsabilidad y el aprendizaje puede marcar la diferencia en su crecimiento y bienestar.

Perspectiva a largo plazo: el impacto del bullying en el agresor

Cuando se habla de bullying, solemos centrarnos en el daño que sufren las víctimas, pero es importante reconocer que los niños que ejercen violencia también enfrentan consecuencias significativas a lo largo de su vida. Permitir que un niño continúe con este comportamiento sin intervención puede afectar su desarrollo emocional, sus relaciones y su futuro en general.

1. Dificultades en relaciones sociales y laborales

Los niños que recurren al bullying para imponerse sobre los demás pueden desarrollar patrones de interacción problemáticos que se extienden a la adultez. Pueden tener dificultades para establecer relaciones saludables basadas en el respeto y la empatía, lo que puede generar problemas en su vida personal y profesional.

A largo plazo, esto puede manifestarse en:

  • Relaciones interpersonales conflictivas, tanto en la adolescencia como en la adultez.
  • Dificultades para trabajar en equipo y gestionar conflictos de manera saludable.
  • Problemas para mantener amistades estables y conexiones emocionales profundas.

2. Riesgo de conductas antisociales y violencia en la adultez

Estudios han demostrado que los niños que ejercen bullying sin recibir una corrección adecuada tienen más probabilidades de involucrarse en conductas antisociales en el futuro. Pueden presentar actitudes desafiantes, dificultades para respetar normas e incluso comportamientos delictivos.

Algunas de las posibles consecuencias incluyen:

  • Mayor probabilidad de involucrarse en peleas o actos de violencia en la adolescencia.
  • Riesgo de desarrollar comportamientos delictivos o actitudes agresivas en el ámbito laboral y personal.
  • Menor tolerancia a la frustración y dificultades para aceptar la autoridad.

3. Impacto en la autoestima y salud mental

Aunque pueda parecer contradictorio, muchos niños que ejercen bullying lo hacen desde la inseguridad o la necesidad de validación. Si este comportamiento se refuerza con el tiempo, pueden desarrollar problemas emocionales como baja autoestima, ansiedad o incluso depresión.

Esto puede reflejarse en:

  • Una identidad basada en la dominación y el control, lo que impide el desarrollo de una autoestima sana.
  • Sentimientos de culpa o arrepentimiento cuando llegan a comprender el daño que causaron.
  • Dificultades para adaptarse a entornos donde la agresión no es una herramienta aceptable para la interacción.

4. Patrón repetitivo en su vida adulta

Si no se interviene a tiempo, el bullying puede convertirse en un patrón que se traslade a diferentes ámbitos de la vida del niño. En el futuro, podría replicarlo en sus relaciones de pareja, en su entorno laboral o incluso en la crianza de sus propios hijos, perpetuando un ciclo de abuso y violencia.

Es fundamental que los padres no solo corrijan el comportamiento agresivo de su hijo, sino que también le ayuden a desarrollar habilidades que le permitan construir relaciones sanas y respetuosas. Al intervenir a tiempo y enseñarle valores como la empatía, la responsabilidad y el respeto, no solo se previene el daño a otros, sino que también se le brinda la oportunidad de crecer como una persona equilibrada y capaz de relacionarse de manera positiva con los demás. El bullying no solo deja huellas en las víctimas, sino también en quienes lo ejercen. Ayudar a tu hijo a cambiar este comportamiento no es solo una responsabilidad inmediata, sino un regalo para su futuro.

Cómo monitorear el progreso y prevenir recaídas

Corregir un comportamiento de bullying no es un proceso inmediato. Requiere tiempo, seguimiento y un compromiso constante por parte de los padres. Es fundamental asegurarse de que el cambio en la conducta de tu hijo sea genuino y duradero. A continuación, te damos algunas estrategias para evaluar su progreso y actuar en caso de recaídas.

1. Observar cambios en su actitud y relaciones

El primer indicador de mejora es un cambio en la forma en que tu hijo interactúa con los demás. Observa si muestra más empatía, si se relaciona de manera positiva con sus compañeros y si evita actitudes agresivas o burlonas. También puedes notar mejoras en su lenguaje, tono de voz y reacciones ante situaciones de conflicto.

¿Qué hacer?

  • Pregunta regularmente a tu hijo cómo se siente y qué experiencias ha tenido en la escuela.
  • Fomenta conversaciones sobre cómo resolver conflictos de manera respetuosa.
  • Refuerza con elogios cualquier avance positivo, por pequeño que sea.

2. Mantener comunicación con la escuela y otros adultos

Los maestros, orientadores y cuidadores pueden proporcionarte una perspectiva externa sobre el comportamiento de tu hijo fuera de casa. Pregunta si han notado mejoras en su actitud o si persisten señales de agresión o indiferencia hacia los demás.

¿Qué hacer?

  • Solicita reuniones periódicas con los docentes para evaluar el progreso.
  • Anima a tu hijo a participar en actividades que promuevan la cooperación y el trabajo en equipo.
  • Si el colegio tiene un programa antibullying, apóyalo y fomenta su participación.

3. Evaluar su reacción ante conflictos

El verdadero cambio se refleja en la forma en que tu hijo maneja los desacuerdos y situaciones de tensión. Si antes recurría a la intimidación, la burla o la agresión, es importante ver si ahora busca soluciones más pacíficas.

¿Qué hacer?

  • Pregunta sobre conflictos recientes y analiza con él cómo los resolvió.
  • Enséñale estrategias de regulación emocional, como respirar profundamente o contar hasta diez antes de reaccionar.
  • Refuérzale la idea de que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de madurez.

4. Crear un ambiente de confianza en casa

Si tu hijo siente que puede hablar contigo sin miedo a represalias extremas, será más fácil que comparta sus pensamientos y posibles dificultades. Un ambiente de comunicación abierta puede prevenir que vuelva a recurrir al bullying como forma de expresión.

¿Qué hacer?

  • Anima a tu hijo a compartir sus preocupaciones y frustraciones.
  • Escúchalo sin juzgar, pero con firmeza en cuanto a los límites.
  • Refuerza en casa valores como el respeto, la empatía y la responsabilidad.

¿Qué hacer si hay una recaída?

Es posible que, incluso con apoyo y esfuerzo, tu hijo tenga dificultades para mantener un cambio positivo y vuelva a comportarse de manera agresiva. Si esto ocurre:

  • No entres en pánico ni pierdas la esperanza. Recaídas son parte del proceso de aprendizaje.
  • Analiza qué pudo haberla desencadenado. ¿Ocurrió después de un evento estresante? ¿Hubo cambios en su entorno?
  • Revisa si necesita un apoyo adicional. Puede ser útil reforzar las estrategias de intervención o buscar ayuda profesional si la conducta persiste.
  • Refuerza la responsabilidad sin caer en castigos desproporcionados. Asegúrate de que entienda que las acciones tienen consecuencias, pero también que puede aprender de ellas.
  • Evalúa si las estrategias implementadas siguen siendo efectivas. Puede ser necesario ajustar el enfoque o profundizar en algunas áreas.

El objetivo no es solo eliminar un comportamiento negativo, sino ayudar a tu hijo a desarrollar habilidades que le permitan construir relaciones sanas a lo largo de su vida. La paciencia, el seguimiento y la intervención adecuada pueden marcar la diferencia en su proceso de crecimiento.

Descubrir que tu hijo ha estado involucrado en un caso de bullying puede ser una experiencia abrumadora, pero también es una oportunidad para ayudarle a crecer y aprender. La comunicación abierta, el trabajo en equipo con la escuela y, si es necesario, el apoyo profesional, pueden marcar la diferencia. Recuerda que tu papel como padre o madre es guiarle con firmeza y amor hacia un camino de respeto y empatía, no solo para con los demás, sino también hacia sí mismo.

 

 

Estamos aquí para ayudarte.

Pide cita:

Rellena nuestro formulario

Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

 

Caja de arena
El poder de la caja de arena: la terapia más allá de las palabras 800 800 Sandra Ribeiro

El poder de la caja de arena: la terapia más allá de las palabras

La terapia con muñecos o caja de arena (también conocida como terapia de juego con arena o sandplay therapy) es una técnica terapéutica utilizada con cualquier tipo de población: niños, adolescentes, adultos. Consiste en la utilización de una caja con arena (o una bandeja) y una variedad de miniaturas o figuras que representan personas, animales, objetos y elementos de la naturaleza. El objetivo es permitir que el paciente exprese emociones, conflictos internos o experiencias de manera simbólica y no verbal.

Beneficios de la caja de arena:

  • Facilita la expresión emocional en personas que tienen dificultad para verbalizar lo que sienten.
  • Promueve la autorregulación emocional y la resolución de conflictos.
  • Ayuda a procesar traumas o experiencias difíciles en un entorno seguro.
  • Estimula la creatividad y la conexión con el inconsciente.

Usos comunes de la caja de arena:

  • Tratamiento de ansiedad, depresión o trauma.
  • Apoyo en casos de abuso o negligencia.
  • Mejora de la comunicación y las relaciones en familias o parejas.
  • Intervenciones en personas con dificultades emocionales o conductuales.
  • Intervenciones en personas con dificultades en expresar sus emociones o comunicarse en terapia.

Es una técnica poderosa para explorar el mundo interno de una persona y promover la sanación desde un enfoque no invasivo. A veces, las palabras no son suficientes para expresar lo que sentimos o lo que hemos vivido. La caja de arena permite que nuestra mente inconsciente encuentre una forma simbólica de comunicarse. Lo que representas en la arena puede reflejar emociones, recuerdos o deseos que aún no están claros a nivel consciente.

María: “No vine aquí para jugar con muñecos” 

María, una mujer de 51 años, llegó a su sesión de terapia como cualquier otro martes. Había decidido buscar ayuda psicológica tras meses de sentirse atrapada en un ciclo de tristeza y ansiedad que parecía no tener fin. En esta ocasión, su psicóloga le propuso una técnica diferente: trabajar con la caja de arena. Al escuchar la propuesta, María frunció el ceño y cruzó los brazos. “No creo que esto sea para mí,” dijo con una sonrisa tensa, “no vine aquí para jugar con muñecos.”

La psicóloga, respetando su escepticismo, le explicó que esta técnica no era un juego, sino una forma de explorar lo que las palabras a veces no pueden expresar. María aceptó con reticencia, dispuesta a darle una oportunidad. Frente a ella, la terapeuta colocó una caja rectangular llena de arena y una colección de figuras: animales, personas, casas, árboles, objetos abstractos. La invitación fue sencilla: “Coloca en la arena lo que quieras, como te haga sentido en este momento.”

La escena en la arena: un reflejo de lo más profundo

Con algo de torpeza y sin saber muy bien qué hacer, María eligió una figura pequeña que representaba a una mujer y la colocó en el centro de la caja. Luego tomó varios animales grandes y amenazantes —un león, un lobo y un oso— y los colocó alrededor de la mujer, dejando poco espacio entre ellos. Finalmente, tomó un árbol caído y lo colocó frente a la mujer, como bloqueando su camino. Al terminar, miró la escena en silencio.

“Cuéntame sobre esta mujer,” dijo la psicóloga. María suspiró y respondió: “Soy yo. Así me siento. Rodeada de problemas que no me dejan avanzar.” Señaló los animales: “Este es mi trabajo, esto es mi familia, y este es mi miedo constante a que algo salga mal.”

A medida que hablaba, María se dio cuenta de cómo había organizado sus temores y bloqueos de forma intuitiva. La escena en la caja de arena se convirtió en una representación tangible de su mundo interno, algo que hasta ese momento había resultado difícil de expresar con palabras..

El proceso de transformación

Durante las sesiones siguientes, María continuó trabajando con la caja de arena. En una de ellas, su psicóloga le preguntó: “¿Qué podría cambiar esta mujer/niña para sentirse más segura?” María reflexionó y decidió mover al árbol caído y reemplazarlo por un camino hecho con piedras pequeñas que representaban pequeños pasos hacia el cambio. También incluyó una figura de un perro junto a la mujer, diciendo: “Este es mi amigo. Es lo que necesito: apoyo.”

Estas modificaciones simbólicas no solo le permitieron visualizar soluciones a sus conflictos internos, sino también sentir que podía tener el control sobre ellos. Poco a poco, su caja de arena se transformó en un espacio donde podía explorar, sanar y experimentar nuevas maneras de enfrentar su realidad.

Un puente hacia el cambio

La caja de arena permitió a María explorar simbólicamente aspectos profundos de su historia emocional que le resultaban difíciles de verbalizar. Este trabajo simbólico facilitó una integración emocional y la construcción de un «refugio interno», marcando un avance significativo en su proceso terapéutico.

Lo que comenzó como un ejercicio que generó escepticismo se convirtió en una herramienta esencial en el proceso terapéutico de María. Gracias a la caja de arena, logró dar forma a sus emociones y conflictos, accediendo a partes de sí misma que había mantenido ocultas o reprimidas. Descubrió que la arena y las figuras eran un puente entre su mundo interno y externo, un espacio seguro donde podía reorganizar sus pensamientos y emociones.

La terapia con caja de arena no es solo para niños. Es un recurso potente que ayuda a los adultos a explorar lo que las palabras a menudo no pueden abarcar. Para personas como María, esta técnica representa una vía hacia el autoconocimiento, la resolución de conflictos y el cambio positivo. Y lo más sorprendente es que lo hace de una manera suave, accesible y profundamente transformadora.

 

 

Estamos aquí para ayudarte.

Pide cita:

Rellena nuestro formulario

Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

 

Maternidad
Soy hija de una madre narcisista 800 800 Sandra Ribeiro

Soy hija de una madre narcisista

Crecí sintiendo que todo lo que hacía nunca era suficiente, como si siempre estuviera compitiendo por un premio que jamás llegaría. Mi madre tenía un talento particular para captar la atención y, al mismo tiempo, ignorar mis necesidades más básicas. Era como si yo solo existiera para cumplir un propósito: satisfacer sus expectativas. Sin embargo, detrás de esa aparente fortaleza, había una ausencia emocional que dejó heridas profundas en mi forma de relacionarme conmigo misma y con los demás.

Es importante aclarar que este artículo no tiene la intención de diagnosticar a las madres. Para realizar un diagnóstico, es necesario que la persona acuda a terapia y que un profesional realice una evaluación exhaustiva. Aquí no pretendemos etiquetar a nadie, sino visibilizar cómo ciertas dinámicas familiares pueden marcar profundamente la vida emocional de quienes las viven, particularmente desde la perspectiva de los hijos.

Ser hija de una madre con rasgos narcisistas no es fácil. Creces cuestionando tu valor, anhelando aprobación, y viviendo con un miedo constante al abandono. Este artículo no solo busca dar voz a quienes han vivido esta experiencia, sino también explorar cómo estas dinámicas moldean nuestra adultez y cómo podemos empezar a sanar.

El rol de la madre con rasgos narcisistas o emocionalmente no disponible

Las madres con rasgos narcisistas o emocionalmente no disponibles centran su atención en sus propias necesidades, dejando poco espacio para reconocer y validar las emociones de sus hijos. Esto puede tomar diferentes formas:

  • Rasgos narcisistas: La madre busca admiración constante y proyecta en la hija expectativas inalcanzables, exigiendo perfección. Cuando la hija no cumple con estas expectativas, puede ser criticada, ignorada o incluso humillada.
  • Desconexión emocional: Estas madres no logran brindar una base segura emocional, ya sea por sus propios traumas, depresión, adicciones u otras circunstancias. La hija crece sin un modelo de cómo gestionar sus emociones, quedando sola en sus momentos de vulnerabilidad.

La hija percibe desde temprano que su valor está condicionado a satisfacer las necesidades de la madre, aprendiendo a desconectarse de sus propios deseos y emociones para complacerla.

La construcción de la autoestima y la autoimagen

Una madre que critica, ignora o invalida constantemente a su hija envía un mensaje implícito: “no eres suficiente”. Esto puede provocar:

  • Baja autoestima: La hija interioriza la idea de que su valor depende de cómo cumpla las expectativas ajenas.
  • Autoimagen frágil: En lugar de desarrollar un sentido estable de identidad, la hija puede definirse a través de cómo los demás la perciben.
  • Problemas para establecer límites: Como la hija ha aprendido a priorizar las necesidades de los demás, le resulta difícil decir “no” o protegerse de relaciones abusivas.

En muchos casos, el deseo de recibir validación lleva a buscar la perfección, lo que genera un agotamiento constante y una sensación crónica de insatisfacción.

¿Qué significa tener una madre con rasgos narcisista?

  • Una madre con rasgos narcisista no es solo alguien que busca atención; es alguien que, al centrar su mundo en sus propias necesidades, invalida las de su hija.
  • Se aborda cómo estas madres proyectan en sus hijas sus frustraciones o deseos, viendo a sus hijas más como una extensión de ellas mismas que como personas independientes.

El impacto emocional en la hija

  • La lucha por la aceptación: La hija aprende desde pequeña que su valor está condicionado a cumplir con las expectativas de la madre, lo que genera una autoimagen dependiente de la validación externa.
  • La desconexión emocional: Ante la falta de una base segura, la hija desarrolla mecanismos de defensa como el perfeccionismo o la represión de sus emociones.

El miedo al abandono en la adultez

El miedo al abandono suele ser una consecuencia directa de un apego inseguro con la madre. Este miedo se refleja en la vida adulta a través de:

  • Hipervigilancia emocional: La hija analiza constantemente las señales emocionales de los demás, anticipando un posible rechazo.
  • Complacencia extrema: Puede intentar agradar a toda costa para evitar ser abandonada, incluso a expensas de su bienestar.
  • Relaciones desequilibradas: Es común que elija parejas o amistades donde se repiten dinámicas de desapego emocional o control.

Este patrón perpetúa la búsqueda de aceptación externa, ya que la hija no aprendió a sentirse suficiente por sí misma.

Rompiendo el ciclo: el camino hacia la sanación

Sanar estas heridas implica un proceso profundo de autocompasión, aceptación y redescubrimiento del propio valor. Algunos pasos clave incluyen:

  • Reconocer la dinámica familiar: Comprender cómo la relación con la madre influyó en su desarrollo emocional, sin caer en la culpa o el reproche.
  • Sanar a la niña interior: Esto implica validar las emociones reprimidas, permitirse sentir el dolor del pasado y nutrir esa parte vulnerable desde el presente.
  • Desarrollar límites saludables: Aprender a identificar sus propias necesidades y priorizarlas sin sentirse culpable.
  • Reconstruir la relación consigo misma: Cambiar la narrativa interna de crítica por una más compasiva, aceptando que su valor no depende de agradar a los demás.

En este camino, la psicoterapia puede ser fundamental, ya que brinda un espacio seguro para explorar estas heridas, resignificarlas y construir una relación más saludable consigo misma y con los demás.

Es importante reconocer que ser hija de una madre narcisista, aunque es un desafío, no define quién eres.

La sanación es un proceso, y cada paso hacia el autocuidado y la autoaceptación es un acto de resistencia y amor propio.

 

Estamos aquí para ayudarte.

Pide cita:

Rellena nuestro formulario

Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

 

Trastornos Alimentarios- Una Mirada a la Anorexia y la Bulimia
Trastornos alimentarios: una mirada a la anorexia y la bulimia 800 800 Sandra Ribeiro

Trastornos alimentarios: una mirada a la anorexia y la bulimia

Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son enfermedades mentales complejas que afectan la relación de una persona con la comida, el peso y la imagen corporal. Entre los TCA más comunes y debilitantes se encuentran la anorexia y la bulimia. Estos trastornos tienen un impacto físico, emocional y psicológico profundo en quienes los padecen. Este artículo ofrece una exploración más profunda, destacando las emociones subyacentes, los traumas relacionados y la importancia de un enfoque sistémico en su tratamiento.

Anorexia: una lucha interna con la percepción corporal

La anorexia nerviosa trasciende la búsqueda de una delgadez extrema. Se caracteriza por una percepción distorsionada del propio cuerpo y una necesidad imperiosa de control, que se manifiesta en la restricción severa de alimentos. Las personas con anorexia suelen experimentar una intensa ansiedad en relación con la comida y un profundo sentimiento de insuficiencia personal.

El impacto emocional y traumático: La anorexia suele estar vinculada a experiencias traumáticas, como el bullying por el peso o la aparición, expectativas familiares rigurosas o incluso eventos de abuso emocional o físico. La necesidad de controlar la ingesta de alimentos puede convertirse en una forma de lidiar con la falta de control en otras áreas de la vida. Además, las emociones como la vergüenza y el miedo al rechazo perpetúan el ciclo del trastorno.

Bulimia: El ciclo de la culpa y el descontrol

La bulimia nerviosa está marcada por episodios de ingesta excesiva, seguidos de comportamientos compensatorios, como el vómito autoinducido o el uso de laxantes. Estos episodios suelen estar acompañados por una sensación de pérdida de control y una culpa paralizante.

Trauma y patrones emocionales: En muchos casos, la bulimia también está relacionada con una historia de trauma o abuso, así como con una autoexigencia desmedida. Las personas con bulimia a menudo experimentan emociones intensas de desesperación y un sentimiento de alienación, lo que las lleva a buscar alivio inmediato a través de la comida, seguido de una necesidad urgente de purga para aliviar la culpa.

Una mirada sistémica: El rol de la familia

Los TCA no solo afectan a la persona que los padece, sino también a su sistema familiar. La terapia sistémica juega un papel fundamental en el tratamiento, ya que ayuda a identificar patrones familiares que pueden estar contribuyendo al desarrollo o mantenimiento del trastorno.

Implicación de la familia: El apoyo familiar es crucial para la recuperación. Esto incluye aprender a comunicarse de manera efectiva, evitar comentarios sobre el peso o la comida, y comprender cómo los mensajes culturales y familiares sobre la apariencia influyen en la autoestima del paciente. Además, trabajar con la familia permite abordar dinámicas de control, dependencia emocional o expectativas no realistas que pueden estar afectando al paciente.

La relación con el trauma

Muchos trastornos alimentarios están enraizados en traumas emocionales o psicológicos. La desconexión entre cuerpo y mente, común en personas con TCA, puede ser una respuesta al dolor emocional no procesado. La terapia enfocada en el trauma ayuda a las personas a reconectar con sus emociones, identificar las causas subyacentes y trabajar hacia una mayor aceptación de sí mismas.

Mitos sobre los trastornos alimentarios

Es crucial desmentir algunos mitos comunes:

  • «Los TCA solo afectan a mujeres jóvenes»: Los TCA pueden presentarse en cualquier género, edad, estatus socioeconómicos, razas, etnias, orientaciones sexuales. Si bien los jóvenes y adolescentes son más propensos a sufrir un TCA, cualquier problema en cualquier fase de la vida de una persona puede derivar en un TCA.
  • «Es solo una fase o una elección»: Los TCA son enfermedades mentales complejas y muy serias, no decisiones voluntarias o fruto de una moda pasajera. Si crees que puedes estar sufriendo un Trastorno Alimentario o crees que alguien de tu entorno pueda padecerlo, no dudes en ponerte en manos de profesionales especializados.
  • «La recuperación es solo ganar peso»: La recuperación implica sanar emocional y psicológicamente, además de abordar el aspecto físico.
  • “La culpa del TCA es de la familia y no tienen que ser parte del tratamiento”: Aquí no hay culpables. La familia implicada en el tratamiento del paciente puede ser una gran aliada de la terapia, ya que son las personas que estarán más tiempo con el paciente. 
  • “Nunca se recupera al 100% de un TCA”: La recuperación completa es posible y cuanto más temprana sea la detección y la intervención de este tipo de trastorno, más probabilidad de éxito terapéutico. Como hemos dicho, son enfermedades muy complejas y con un alto índice de recaídas en las que el equipo terapéutico tiene que tenerlo en cuenta. Sin embargo, con el tratamiento multidisciplinar adecuado, el apoyo familiar y de amigos, se puede conseguir la recuperación integral de un TCA.

Cómo identificar si un/a hijo/a está sufriendo un TCA

Algunas señales de alerta incluyen:

  • Cambios en los hábitos alimenticios, como evitar comidas o preferir comer a solas.
  • Comentarios frecuentes sobre el peso o la imagen corporal.
  • Uso excesivo de ropa holgada para ocultar el cuerpo.
  • Rutinas de ejercicio extremo y obsesivo.
  • Cambios emocionales, como irritabilidad, aislamiento o tristeza constante.

Tratamiento integral y personalizado

Un tratamiento eficaz para los TCA debe ser multidisciplinar e incluir:

  • Terapia psicológica: La terapia cognitivo-conductual (TCC) y la terapia centrada en el trauma son útiles para abordar las creencias disfuncionales y trabajar en la aceptación corporal.
  • Terapia Sistémica (familiar): Promueve un entorno de apoyo y comprensión, abordando patrones familiares que perpetúan el trastorno.
  • Atención médica y nutricional: Es vital tratar los efectos físicos y establecer pautas alimentarias saludables.
  • Mindfulness y regulación emocional: Estas herramientas ayudan a reducir la desconexión cuerpo-mente y a manejar las emociones difíciles de manera constructiva.

Abordar los trastornos alimentarios con compasión

La recuperación de los TCA es un camino desafiante que requiere paciencia, compromiso y un enfoque integral. Comprender el impacto emocional y traumático de estos trastornos y trabajar desde una perspectiva sistémica y personalizada es clave para promover una recuperación sostenida.

Si tú o alguien que conoces está luchando contra un TCA, busca apoyo profesional. Estamos aquí para ayudarte a recuperar el equilibrio y construir una relación saludable contigo mismo y con la comida.

 

Estamos aquí para ayudarte.

Pide cita:

Rellena nuestro formulario

Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

Por que nos da miedo la soledad
¿Por qué nos da miedo la soledad? 800 800 Sandra Ribeiro

¿Por qué nos da miedo la soledad?

El miedo a la soledad no es simplemente el temor a estar físicamente solos; está profundamente enraizado en nuestros sistemas de apego y en experiencias traumáticas que moldean nuestra visión de las relaciones y de nosotros mismos. Este miedo puede manifestarse de muchas maneras: desde la incapacidad de disfrutar del tiempo en solitario hasta la necesidad de mantener relaciones poco saludables por evitar la sensación de abandono o vacío.

Los sistemas de apego y el miedo a la soledad

Los sistemas de apego, estudiados por el psicólogo John Bowlby, se desarrollan en la infancia y determinan cómo nos relacionamos con los demás en la adultez. Si durante nuestra infancia experimentamos una figura de apego inconsistente, ausente o poco responsiva, es probable que desarrollemos un apego inseguro. Esto puede llevarnos a asociar la soledad con el rechazo o el abandono, generando una profunda ansiedad en momentos de desconexión social.

Por ejemplo:

  • Apego ansioso: Las personas con este estilo de apego suelen buscar constantemente la aprobación y el afecto de los demás, temiendo ser abandonadas. Para ellas, la soledad no es una oportunidad para el autodescubrimiento, sino una amenaza que reafirma su creencia de no ser suficientes.
  • Apego evitativo: Las personas con apego evitativo tienden a desconectarse emocionalmente de los demás y a evitar la intimidad por miedo al rechazo. Aunque puedan aparentar comodidad con la soledad, en realidad utilizan el aislamiento como un mecanismo de defensa para no enfrentar su vulnerabilidad.

Experiencias traumáticas y su impacto

Las vivencias traumáticas también juegan un papel crucial en el miedo a la soledad. Situaciones como el abandono emocional, las rupturas familiares o incluso el bullying en la infancia pueden dejar huellas profundas que nos llevan a temer estar solos. Estas experiencias pueden generar creencias limitantes como:

  • «No soy digno de amor.»
  • «Si me quedo solo, nunca podré ser feliz.»
  • «La soledad significa que he fracasado.»

El trauma nos condiciona a buscar constantemente la seguridad en el exterior, dificultando la posibilidad de encontrar confort en nuestra propia compañía. Además, nos puede llevar a patrones de comportamiento poco saludables, como aferrarnos a relaciones disfuncionales o evitar cualquier tipo de vínculo emocional.

La soledad como espejo

El miedo a la soledad también está vinculado a la dificultad de enfrentarnos a nuestro propio mundo interior. Cuando estamos solos, nos vemos obligados a confrontar emociones y pensamientos que podrían resultar incómodos, como el desamparo, la tristeza o la inseguridad. Este enfrentamiento, aunque difícil, es necesario para crecer y sanar.

Aprender a estar solos implica aceptar nuestras imperfecciones y abrazar nuestras emociones, incluso las dolorosas. Es en este proceso de autoaceptación donde encontramos la fortaleza para transformar la soledad en un espacio de crecimiento.

Estrategias para superar el miedo a la soledad

  1. Entender tu estilo de apego: Identificar cómo tus experiencias pasadas afectan tus relaciones actuales es el primer paso para sanar. La terapia de apego puede ayudarte a explorar estas dinámicas.
  2. Reformular la soledad: En lugar de verla como un castigo, considérala una oportunidad para conectar contigo mismo y descubrir tus necesidades y deseos.
  3. Practicar el autocuidado: Desarrollar rutinas que fomenten tu bienestar físico, emocional y mental te ayudará a sentirte más cómodo contigo mismo.
  4. Buscar apoyo profesional: Un psicólogo puede acompañarte en el proceso de enfrentar tus miedos, trabajar el trauma y construir una relación más saludable contigo mismo.

 

El miedo a la soledad no es una debilidad, sino una señal de que hay heridas internas que necesitan ser atendidas. Comprender cómo los sistemas de apego y las experiencias traumáticas influyen en este miedo nos permite dar pasos hacia la sanación. Aprender a estar solos, aunque desafiante, es una de las claves para vivir una vida plena, construir relaciones más saludables y descubrir la riqueza de nuestra propia compañía.

 

Estamos aquí para ayudarte.

Pide cita:

Rellena nuestro formulario

Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

Sandra Ribeiro

Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

 

 

Pide cita

Pedir-cita
¿Cuándo prefieres tener tu cita?
Marca todas las opciones que prefieras
¿Y en qué horario?
Marca todas las opciones que prefieras
Modalidad
Marca todas las opciones que prefieras